Beatriz Manjón
Abc
«Aunque no coma de la pluma, ceno de ella». La frase, que no es de Mario Vaquerizo, sino de Unamuno, me vino a la cabeza al ofrecerme un medio digital una colaboración retribuida según el número de lecturas. Habida cuenta de que tengo en las redes el éxito que Torrente de tronista, me vi ilustrando los artículos con una foto en cueros y pose pilates. Pagar al periodista por lector vendría a ser como pagar al médico por enfermo: supervivencia y ética acaban reñidas. Relatará el informador no lo que debe, sino lo que cree que funciona, perpetuando clichés. En «The Newsroom», Jim le recriminó a Halley que aceptara incentivos por visitas: «Si escribes sobre un secretario de gabinete que testificó ante el comité supervisor del Congreso, ¿contarás su declaración o dirás: el secretario aplasta a Darrell Issa? ¿A quién le importa cuánta gente lea una noticia adulterada?»
También los telediarios tiran de virales, esos vídeos por los que sabemos que el gato duerme veinte horas y el resto lo dedica a dejarse grabar. Hace poco, TVE incluía en su avance la interpretación en lengua de signos del «Lose yourself » de Eminem. Curioso que, para no quedar en anécdota, recurra a lo anecdótico. Lo viral no es vital. Ni novedoso. No responde a más interrogante que las veces que se ha visto. Puede que no sea ni real, como el del niño sirio que desafió a las balas y se hizo el muerto para salvar a una niña. Pero «la cuestión es pasar el rato», como le explicó a Eusebio Blasco el camarero que cada día le cambiaba el nombre. Y añade Unamuno: «Sin adquirir compromisos serios». A la vejez, virales.