lunes, 11 de mayo de 2015

¡Ya está bien!



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Dicen que eso, “¡Ya está bien!”, dijo Casillas al piperío, lo que incrementa su leyenda.
    
Los porteros madrileños de leyenda son Martín el de Pachá, Lorenzo el de Rock-Ola e Íker el del Madrid: los dos primeros (guardia, uno, y funcionario de gobernación, el otro) mandaban a parar, pero el tercero (también de ambiente de casa cuartel) manda a callar.
    
En Pachá, desde 1980, año de su inauguración, Martín se limitaba a decir “no” con la cabeza a la selecta excedencia de amigos de Marilé Zaera.
    
En Rock-Ola, inaugurada el viernes, 3 de abril de 1981, Lorenzo, más liberal, decía “¡Que no, coño!” a los mods en zapatos de chúpame la punta.

    En el Bernabéu, inaugurado en 1947, Íker, capitán de fútbol y San Paquito de Sales del periodismo patriótico, dice “¡Ya está bien!”, que es un “¡Ya está bien!” de pipero venteño, aquel “¡Ya está bien, señor Font!” que profería el piperío en la plaza de toros de Madrid cuando el caballo del picador pisaba la raya de los medios y en el palco presidencial se sentaba don Juan Font.
    
Antes del “¡Ya está bien!” en el Bernabéu, Íker había dicho en Italia que Ancelotti, el administrador de egos, era el hombre que había devuelto la sonrisa al madridismo, una sonrisa que el sábado devino en risa tonta contemplando manriqueñamente cómo se pasa la Liga, cómo se viene la muerte, tan callando, aunque los rapsodas (“¡No hay rapsodas!”) sostienen que la Liga es un título de pobres, si lo comparamos con la victoria sobre el San Lorenzo de Almagro en Marrakech.

    Ciertamente, Ancelotti (“estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”) ha hecho grande al Madrid con el Mundialito, pero a quien convertirá en un gigante es a Luis Enrique, que va camino del mítico triplete con la peor nómina de futbolistas desde el primer Barça de Núñez, que se llevó del Burgos a Muller (entrenador), Carreño y Tarrés. Y para que los CDR del madridismo sobrevenido no nos acusen de ver sólo lo malo, diremos lo bueno que vemos en que Ancelotti eleve a Luis Enrique a la categoría de Valeri Lobanovsky: el triunfo total de Luis Enrique aleja a Mourinho del banquillo del Barcelona.

    –El equipo lo ha dado todo –fue la consigna para la noche de otra Liga perdida.
    
Hughes lleva razón cuando dice que Florentino Pérez puso en los brazos de Ancelotti una Venus de Milo, un equipo al que siempre le falta algo, pero lo que falta es lo que ha de poner el entrenador. ¿Qué diría Luis Enrique, en cuyos brazos puso Bartomeu una Mary Sampere?
    
A la Venus de Milo le faltan los brazos (porque se le infectaron las vacunas, según el chascarrillo de Jardiel) y a la Venus de Ancelotti le faltan... pies y cabeza. Íker, después de todo, sólo sería la libra de carne que Shylock vine a cobrarse por la potra de Lisboa. Su actitud de mandar a callar a los piperos fue aún más patética que el extravío ensimismado de José Tomás aquel 1 de junio de 2001, cuando, incapaz de matar en Madrid al toro “Lagartijo” (catorce pinchazos), se quedó nota, mordiendo una barrera, mientras los cabestros de Florito se llevaban el adolfo al corral.
    
A este chico le han dicho que es de otra galaxia –escribió Joaquín Vidal, y él se lo ha creído.



PROTESTAS, AL FINAL
    Que dice Sarabia que a un futbolista (Casillas, en este caso) no se le pita, y que si se le pita, no se le pita durante el partido, sino al final. ¿Cómo? No lo sé. Espera uno a que ya no haya nadie en el estadio y, con las luces apagadas, se mete los dedos en la boca y chifla. Si algún portero le pregunta qué hace, contesta que pitar a Casillas. Antes que a Sarabia, la recomendación se la había oído yo a los piperos de Las Ventas (ya no sabría decir qué fue primero, si el Bernabéu o Las Ventas). Entre pipa y pipa, ellos se pasan el rato aplaudiendo, pero, si alguien pita, en seguida le gritan: “¡Las protestas al final!” Así que ya tenemos identificado al pipero mayor del Plus: Sarabia, ex tambor de hojalata de Javier Clemente.