Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Antonio Burgos la llama “la monja jartible”, pero ella prefiere presentarse como “la monja cojonera” (versión argentina del tábano de Io), enamorada, además, como una Aurora Bautista (“Locura de amor”), no de Pablemos, el de la voz de “tomtom”, sino de Artur Mas, el Johnny Bravo del separatismo catalán.
Monja será, mas monja enamorada.
Tengo un amigo que no se pudo ir de puente en lo mejor de su paternidad porque todos los viernes era citado por dos monjas (profesora y directora del colegio) para hablar de las notas del chiquillo, que creció y se hizo músico, en uno de cuyos conciertos se encontró mi amigo a las monjas, que habían colgado los hábitos para emprender, de la mano (las casó un concejal), un matrimonio por amor.
“¡Rebeldes, rebeldes!”, escribió Lerroux.
–Rebelaos contra todo: no hay nada o casi nada bueno. Rebelaos contra todos: no hay nadie o casi nadie justo… El respeto crea en el alma gérmenes de servidumbre… Alzad el velo de las novicias…
Etcétera.
En la Barcelona de Lerroux, la rebeldía respondía a una mezcla de ardores, el anticlerical y “el viejo apetito español atormentado e insatisfecho”.
En la Barcelona de Mas, la rebeldía ha cambiado el ardor anticlerical por el ardor antinacional, pero “el viejo apetito español…” sigue intacto.
Mas y “la monja cojonera” representan, pues, el frikismo separatista, fruto de la lenidad (“lenidad” no tiene que ver con el crecepelo de la “socialdemocracia finlandesa” de Lenin que vende Podemos) de los gobiernos de Madrid.
Pero en el Estado de partidos el viejo frikismo lerrouxista lo representan Pablemos (“penetrad en los registros de la propiedad”), que ahora tiene celos monjiles de Mas, y Rivera (“entrad en los hogares humildes y levantad legiones de propietarios”), cuyas entrevistas políticas producen el mismo asombro que los libros de disparates estudiantiles en los exámenes del profesor Reboredo.
Y es que, al lado de Rivera y Pablemos, el pepero Floriano es Carl Schmitt.