Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Me sorprende el estupor causado por las notas escolares de Oyarzábal entre la guapa gente de derechas, que veía en él a su Milhouse, el amigo de Bart Simpson.
Al principio, Oyarzábal pasaba por “nerd” (impopularidad entre el sexo opuesto, obsesión por el deporte…), hasta que se ha sabido que en Bachiller suspendió incluso la gimnasia.
–También Einstein sacaba malas notas –me dice mi portero, que anda en sus ratos libres con el “Abc de la relatividad” de Russell, donde tan bien explicada viene la ley de la pereza cósmica.
De perezoso, precisamente, acusaban sus profesores a Oyarzábal, cuyo expediente académico lo aúpa al liderazgo de las nuevas juventudes de la derecha, decidida a arrebatar a la izquierda el patrimonio del suspenso.
Como diría mi dilecto Gregorio Luri, no se puede entender a Oyarzábal si no se tiene bien claro lo que hacemos cuando bebemos un vaso de agua.
Para entender a Oyarzábal, como para entender a Platón, la clave está en la comprensión del concepto de deficiencia o carencia (explicación de la reminiscencia).
En palabras de Luri:
–Somos seres deficientes que buscan calmar la inquietud de sus carencias, pero cada intento nos sitúa ante nuevas deficiencias.
¿Para qué estudiar, entonces?
Al final, el estudiante que estudia se suicida: ahí están, dicen, las cifras (?) de Singapur, cuyo contagio quiere evitar el ministro Wert dificultando las becas Erasmus que ayudan a ir al extranjero.
Para Luri, la diferencia entre un estudiante de Singapur y Oyarzábal está en que aquél sabe que todo resultado académico puede mejorarse con esfuerzo, mientras que el segundo cree (con la complicidad de padres y pedagogos) que, si tiene que esforzarse, es que su profesor no ha sabido motivarlo.
Claro que, para la política callejera (¡el hombre de la calle!), hemos de mirar qué nos trae más cuenta, si un casi “nerd” como Oyarzábal, que no entra en casa, o un empollón como Lassalle, al que su mujer no deja pisar la calle.