domingo, 16 de febrero de 2014

Twitter y la prédica solemne


 (Colección Look de Té)

Jorge Bustos

En agosto de 2012 la periodista Laura Marcus publicó en The Guardian un artículo en el que se preguntaba si Twitter era algo más que una caja de resonancia de la izquierda global. Se preguntaba si el usuario de la red social del pajarito o pajarera virtual debía renunciar definitivamente no ya al debate ilustrado, que para eso no te da una columna el Guardian, sino a la normalización pública de las posiciones conservadoras. Al certificado ACNUR del pensamiento que van repartiendo los gurús de progreso y sus movilizadas huestes. La señora Marcus llegaba pronto a la conclusión de que sí, de que Twitter es de izquierdas, y proponía un sencillo experimento de verificación: “Como anecdótica evidencia, mira más allá de tu timeline y lee los tuits de los hashtags más populares: da la impresión de que hay un consenso de izquierdas”.

El clásico tonto con balcones a Twitter enseguida refutará esta afirmación diciendo que en Twitter hay de todo, y que él tiene un primo facha que no se corta un pelo tuiteando. Pero todas las tesis entrañan una generalización como todos los tontos un caso particular. Lo importante es que el muestreo sea representativo; observar la correlación de fuerzas y certificar una hegemonía que en Twitter, como en toda esfera pública, corresponde efectivamente al consabido discurso de la corrección política. Por otro lado, la automática censura que se abatirá en cascada sobre los tuits del primo facha no servirá sino para corroborar la tesis de la columnista del Guardian.

Un año después, en julio de 2013, publicaba Guy Sorman una tercera en ABC en la que definía la Red como “campo de batalla ideológico donde las minorías organizadas y activas se imponen a la mayoría silenciosa. La Red es antidemocrática, populista, extremista y de izquierdas la mayoría de las veces, personas a quienes ni la verdad ni la realidad importan”. Y relataba a continuación su frustrante pelea con Wikipedia: cada vez que corregía las inexactitudes que un biógrafo anónimo y malvado vertía en la entrada “Guy Sorman”, una hora después la mano negra deshacía la corrección y restablecía, brillante, la calumnia. Ante semejante ultraje el quijotesco Sorman elevó directamente su queja al inventor, el señor Jimmy Wales, a quien se encontró un día en algún guateque transatlántico. El propio Wales vino a darle la razón y le reconoció la inestabilidad de las biografías wikipédicas, “sobre todo en personas vivas”. Con humor y resignación, el bueno de Sorman apostillaba: “Si estamos de acuerdo con tal o cual autor o persona pública, es raro que vayamos a la Red para manifestar nuestro apoyo, mientras que los adversarios tienen el tiempo y la ira para hacerlo. «Cuando estamos muertos», me tranquiliza Jimmy Wales, «las biografías se estabilizan y se vuelven más objetivas»; en definitiva, basta con esperar”.

Sorman se declara liberal, y se lamenta de que la abnegada dedicación a actividades productivas niegue a los liberales el tiempo que derrochan en activismo cibernético los vagos de los izquierdistas, todo el día con la teclita, viene a decir Sorman. Yo no estoy tan seguro como el tercerista de ABC de que el vicio digital sea privativo de la sensibilidad izquierdista; pero sí coincido con él en que existe una asimetría ideológica en la Red respecto del cuerpo sociológico real. Si no aceptamos la tesis de la pereza del bolchevique, ¿a qué se debe esta hegemonía de lo rojo en Twitter que no se compadece con la del azul gaviota en votos?

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