Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ha muerto Manuel Martín Ferrand, y María Soraya, fina portavoz del gobierno, le ha llamado “maestro de periodistas”, que es un pésame muy de Valladolid, donde se valora el buen castellano.
Coincidí con MMF primero en Diario 16 y luego en ABC, aunque a mí siempre se me apareció como el señor que precedía a García en la madrugada de Hora 25, aquel gong de Hora 25, con el transistor a cubierto bajo la manta de los frailes, que luego tocaban a diana con el “Buenos días, España” de Victoriano Fernández Asís.
–En periodismo, o se hace precisión, o se hace literatura o se calla uno.
MMF tuvo la obsesión de la precisión, y yo lo leía como a un D’Ors gallego, es decir, artesano de la glosa y devoto de la mesa, cultura y gula eclesiásticas, conversadores a quienes los menús les excitaban a la locuacidad.
Para esta clase de golosos, no hay más que dos grupos humanos: los que guisan con aceite, como los semidioses, y los que guisan con manteca, como los esquimales.
Ese prejuicio antropológico, y seguramente el clima, llevarían a MMF de La Coruña a Cataluña.
El clima determina muchas vocaciones, y a mí, que soy de allí, me tenían muy impresionado las cosas que en plena guerra civil dijera D’Ors a Pemán en el hotel “Norte y Londres” de Burgos:
–Aquí, mi querido Gran Capitán, no se puede hacer otra cosa que lo que hizo el Cid. Irse a conquistar Valencia para comer naranjas y bañarse en el Mare Nostrum… Lluvia, más lluvia, brumas… ¡Y luego esa catedral tan feísima!
¡Ah, el clasicismo irreductible!
Para un clásico irreductible los monumentos góticos o platerescos son pura confitería.
Y MMF, como su modelo d’orsiano, fue un clásico irreductible (la precisión por encima de todo), aunque convencido de la conveniencia de escandalizar a las beatas de quince en quince días. Pero siendo hombre de micrófono y de pluma se ha ido sin resolvernos una duda poco d’orsiana:
–¿Se habla como se escribe o se escribe como se habla?