domingo, 30 de noviembre de 2025

El blog de Gallardón


Manzanares


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Así se llama el blog de Gallardón, “De Madrid al centro”, y si se lo saco aquí es para que me mande el “christma” que me quitó por meterme con él. El blog de Gallardón es más ocurrente que el de su compañero Nacho Uriarte, que, como dice García Domínguez, ya va teniendo edad para hacerse llamar don Ignacio, aunque se comprende que no quiera dejar de “ser” joven. “Perdón por sonreír” se llama el blog, aunque Nacho tiene mejores frases: “En el PP no cabe la derecha”, o más reciente, y digna del postrero Wittgenstein: “Un error no deshace un joven” (sic), y el error es una pítima en la calle de Serrano que le ha valido un ascenso a bloguero. Otro que asciende es el director de “Público”, nuevo secretario de Estado de Comunicación: se ha pasado la vida luchando por la democracia popular, o dictadura del proletariado, y todo para poder enviar a las chiquillas a vivir a los Estados Unidos, cerca de Dios (“In God we trust”) y lejos de “Público”, cuyos blogueros piensan lo mismo que Willy Toledo, quien a su vez piensa lo mismo que Zapatero, sólo que después. Como Manzanares, el torero que se parece al Marlon Brando, que ha firmado el manifiesto de los Bardem en pro de Garzón, el juez que primero veía amanecer y luego pedía dinero al banquero, cuya firma, por cierto, no figura en el manifiesto, pues los banqueros sólo firman cheques. “De Madrid al centro”, bloguea Gallardón, ya nos imaginamos que con negro. El centro del Madrid gallardoní es más para bloguearlo que para pasearlo. Lo ha destrozado a fuerza de apaletarlo, pues hay muchas formas de paletismo, y una de las más conocidas es la de esforzarse en no parecer paleto. La Puerta del Sol es una pobre copia de la Plaza Mayor de Morata de Tajuña. ¿Callao? Una mezcla de explanadas entre Fátima y ese Valle de los Caídos que quiere derribar la hija de don Wenceslao el Represaliao. Un Madrid pobre –sopa de convento, bici y alpargata– y frío como un paseo en góndola con Alicia Moreno. 

Eduardo Chillida, o el león en su invierno (La última entrevista)


[Publicado el 7 de Diciembre de 1998 ABC Cultural Número 368]


NO ME PREOCUPA LA VEJEZ; LO QUE ME FASTIDIA ES
 QUE SE ME OLVIDEN LAS COSAS



Desde las domésticas faldas del Igueldo reina Chillida como el Dios del Sinaí, a lo grande, y rodeado de sus horizontes donostiarras más íntimos: «inalcanzables, necesarios e inexistentes». Es el león en su invierno, todavía con media melena al viento y con los recuerdos ya «en la punta de la lengua», que es ese no saber si ver u oír las experiencias pasadas. «He estado trabajando. Tranquilo y solo. Y tratando de hacer, como siempre, pues lo que no sé hacer. Porque no creo que haya que hacer lo que se sabe hacer, sino lo que no se  sabe hacer. Lo que uno sabe hacer quiere decir que ya lo ha hecho, y eso no hay que tocarlo. Hay que hacer lo que no se sabe hacer»





Ignacio Ruiz Quintano
ABC Cultural


LUCE el sol, al fin, en San Sebastián, y el sol, que pierde materia a razón de millones de toneladas por minuto, le ha sentado bien a este Chillida leonino que pierde memoria a razón de no se sabe cuántos nombres propios por recuerdo, y que ahora se tienta la garganta y siente, con asombro, como que aquella materia ha sido absorbida y es energía. Lee y relee mucho. A sus poetas  y filósofos: materia y mente no son más que maneras convenientes de organizar  los acontecimientos, y la característica esencial de la mente es la memoria. (De Swift se cuenta que un día, cuando empezó a perder la memoria, «como quien se ancla en su íntima esencia invulnerable», se le oyó repetir: «Soy lo que soy, soy lo que soy.»)


He pasado un momento difícil. La garganta, y así. Un momento en que no podía ni hablar, en el sentido de decir lo que yo quería decir, ¿verdad? Digamos que he estado apartado de hacer manifestaciones espectaculares... En fin, encerrado en el  estudio con mis problemas.


(En un manuscrito iluminado para René de Anjou, rey  de Sicilia, hay una alegoría del Amor: una de sus pinturas muestra a un viajero, un caballero a caballo guiado por la Melancolía que tiene que abrirse paso a fuerza de espada para cruzar un puente  de madera enfrentándose a un adversario con armadura negra que representa  los problemas. Igual que De  Quincey,  Chillida piensa que descubrir un problema no es menos admirable –y es más adecuado– que descubrir una solución.)


Sí, para mí el trabajo es eso: un problema cada día. Y si se produce algo positivo es porque te metes en ese terreno en el cual no tienes mando, pero que aparece. En cuanto tú cierras las demás puertas y te quedas con ésa, surge la posibilidad de comunicar. Es una cosa bastante elemental. En el fondo, es lógica. Lógica pura. Yo estuve muchos años trabajando en una dirección, y de repente un día me di cuenta de que no era la mía. Fue hace mucho tiempo ya, ¿eh? Fue cuando yo cogí este tipo de razonamiento, porque me di cuenta de que era necesario dejar de lado todo lo que había hecho cada día. Cada día que tú haces una cosa, dejarla de lado y mirar hacia los lugares en los cuales puede haber otro tipo de aproximación a lo desconocido, a lo que yo no conozco, que es lo que me interesa. Lo que pasa es que últimamente, como he estado peor de salud, pues, claro, me he frenado bastante.


«La portería aún, araña parda»


(Con este sol que luce le tira el mar -«iVamos al Peine del Viento a dar un paseo!»-, y se encara al viento que corre como el navío de Pantagruel, tratando de encontrar en el aire las frases que el invierno anterior guardó congeladas.)


Ya lo creo que he leído en este tiempo. ¿Parménides...? Sí..., sí. ..sí... Bueno, he estado con san Juan de la Cruz. Me lo sé de memoria. Ahora lo he releído. A todos. Poetas y filósofos es lo que más me ha interesado toda la vida. Españoles y extranjeros. Trato de buscar correspondencias entre unos y otros. Por no trabajar, porque no puedo hacerlo como lo hacía antes. Así que he leído mucho. Siempre vas desechando cosas, claro. Hay algunos que han sido tus amigos y de repente se quedan atascados. Eso sí pasa. Claro, que yo, como tengo unas bajas de memoria tan especiales... iNo me salen los nombres! Me pasa con los nombres corrientes, con los de mis nietos... Es la edad. Tengo setenta y cuatro.



Peine del Viento


(Ya en La Concha, ante el Peine del Viento la obra predilecta de su memoria sentimental, sale a colación el fútbol «la portería aún, araña parda» y su época de portero de la Real Sociedad. «Ya no pones obstáculos de mano / al ímpetu, a la bota / en los que el gol avanza. Pide en vano, / tu equipo en la derrota, / tus bien brincados saques de pelota.» Acabó su carrera desarbolado, no por el viento de los goles, sino por un menisco «que tenía hecho polvo y que nunca me sanaron: un día, en Madrid, en un saque de puerta largo hacia la posición del extremo, me quedé clavado en el pico del área  y para siempre». Como en las Olímpicas de Montherlant, donde el portero sólo puede arrancarse los cabellos, como Aquiles, y aparecer ladeado en el suelo, como los soldados de Verdún.)


Sí, me acuerdo de las cosas que me han hecho polvo la vida. Hombre, en ese caso, el del fútbol, no fue malo. Porque estar con un menisco estupendo y jugando al fútbol con setenta y cuatro años no sería agradable, ¿no? Pero acabo de pasar una última etapa complicada... Y difícil de entender.


(Unos chavales abordan a Chillida para retratarse con él en su Peine del Viento,  y Chillida, tan contento, se presta a posar con ellos en brazos cruzados y alzando la barbilla, a lo portero antiguo: entre desafiante como el Platko de la oda de Alberti y risueño como el Zamora de Por fin se casa Zamora. «Te sorprendió el fotógrafo el momento/ más bello de tu historia / deportiva, tumbándote en el viento / para evitar victoria, / y un ventalle de palmas te aireó gloria.»)


¡El Peine del Viento! Estoy orgulloso de esta obra porque es una de las primeras. Mi primera visión como escultor es este lugar. Lo que ha producido este lugar es la visión que yo tenía de él de niño y desde mi casa. Luego, de novios, con mi mujer, también veníamos aquí a pasear. Era nuestro paseo romántico preferido.


(Del Peine del Viento a Zabalaga, el casón -1592- con prado donde reposan tantas «cosas» de las que podría derivarse el más honesto concepto de materia: ocupan espacio y muestran su existencia mediante las cualidades de dureza, resistencia e impenetrabilidad. Muchas aún no tienen nombre, pero son chillidas«Ésa de ahí pesa sesenta y cinco toneladas. Acaban de colocarla. Tengo que buscarle un nombre.» Y las que faltan andan de tournée, la mayoría por Madrid.)



Portero de la Real Sociedad


Claro que me hace ilusión lo del Reina. Se estrenan obras de todos mis momentos, para que la gente vea lo que he hecho antes y lo que he hecho ahora. Pero yo no he intervenido en el montaje para nada. Confío en la gente que lo ha hecho, que sabe bien lo que hace. Hombre, para mí ha sido un honor. Y un premio. Sí, la verdad es que... ¡tengo tantas cosas! Tampoco es que me haya acostumbrado, ¿verdad? Porque, hombre, sí, es bastante raro lo que me pasó a mí. Yo fui el primero que ganó un premio... Y no sé ahora... Si es que no puedo decir estas cosas bien, porque se me olvidan los nombres. Fue en una de las capitales alemanas importantes... Está abajo y a la izquierda en el mapa... Bueno, yo recuerdo que hice unas cosas que no había hecho nadie allí, y me dieron el gran premio por algo que expuse en esa ciudad de cuyo nombre no me acuerdo ahora. En fin, yo sabía que me iba a pasar lo que me está pasando. Lo siento mucho, pero... Fue la primera vez que me daban un premio en Alemania, y el que más ilusión me hizo, porque fue el primero. El primero del que yo tengo conciencia, claro. Después, ¡ha habido tantos! Acordarse de todos es dificilísimo, y no hace falta tener la cabeza como la tengo yo ahora... Han sido muchísimos y en todas partes. Hombre, prefiero un premio a que me silben por la calle, ¿verdad?, pero  yo nunca he hecho las cosas para ganar premios, aunque empecé a ganarlos en la primera exposición que hice, y fue en esta ciudad alemana... ¡En el suroeste de Alemania!


(El hierro es el pan del Norte, y en el prado de Zabalaga hasta la yerba parece ferruginosa, como las criaturas retorcidas procedentes de «Forjas y Aceros de Reinosa», la barbacoa de Chillida. ChiIIida y sus Costillas de Hierro.)


¿El más chillida de todos los materiales? ¡El hierro! Un material, para mí, decisivo, porque yo con él he hecho muchas obras, y son las que más he expuesto y las que la gente más ha valorado. Y el material que más placer me causa al trabajarlo. Bueno, ahora ya estoy trabajando con dos chicos: les digo cómo tienen que hacerlo, y acabarán por hacerlo mejor que yo, pero, en fin ... ¡Como han trabajado conmigo... ! El hormigón también me gusta mucho. Las cosas que he hecho con hormigón tienen una envergadura especial delante del horizonte...


(Hay en Zabalaga cierto aire a Gretna Green, la aldea escocesa una vez famosa por sus casamientos de parejas fugadas que oficiaba el herrero. Encuentros de hierro y abrazos de hierro entre parejas de hierro.)


Bueno, eso del abrazo es muy propio de la escultura. No desde el punto de vista del abrazo físico, sino el hecho de la escultura. ¿Ves aquéllas de allá? ¿Son abrazos?


Y el horizonte.



Elogio del horizonte


Sí. Ése me ha interesado siempre. Ya sé que no existe. Pero, en fin, es importante, sí. Que esté ahí esa línea es importante, aunque no exista la línea, que no existe. Es cuestión de imaginación. El horizonte es inalcanzable, necesario e inexistente. De modo que no puede tener grandes virtudes, y únicamente nos toca por la grandeza que tiene, ¿verdad?, que es la grandeza de algo que no tiene dimensión. ¿Que por qué es necesario? Pues porque nos coloca en un entorno limitado. En todos los movimientos que hacemos estamos condicionados por el horizonte. Fíjate si tiene interés lo que aporta. Estoy yo mirando las montañas, y mira, todo eso son horizontes. En Gijón, cuando hice el Elogio del Horizonte, me planteé este problema muy en serio. Empecé a recorrer toda la costa, desde Bretaña hasta Finisterre, en coche, con mi mujer. En todos los lugares costeros en que parábamos, había fortificaciones. O sea, que eran lugares que habían sido utilizados con fines militares, para zurrarle al contrario. Fue una cosa que me chocó. Y llegamos hasta Finisterre, que fue donde por primera vez «vi» la escultura.


Y la gravedad.


Es muy importante, pero en función de los materiales. Porque la misma importancia que tiene la gravedad puede tenerla la levedad que casi desaparece en el espacio. Cuando el espacio es lo que te interesa, llegas a unos puntos en que la gravedad no tiene voto. No puede intervenir, vamos.


«El collage es una chapuza»

¿Y el juego de sus Gravitaciones?


No, de juego nada. Es muy serio. Viene de hace tiempo. Darle un título era muy difícil. Me puse a pensar en ello, y las mismas piezas te decían lo que era con toda claridad. Había hecho muchos collages. Pero siempre había tenido la sensación de que el collage tenía una cosa falsa. Que ponía los papeles unos pegados con otros. Eso era un disparate monumental. Me di cuenta y no volví a hacerlos. Un día me dije: «¿Eres imbécil? En vez de poner la cola donde la ponías antes, pon el espacio entre los papeles.» Lo hice, y cuando empecé, ya estaba. No tiene color la comparación, porque el collage es una chapuza. Un papel pegado con otro papel no tiene ningún interés. Entonces seguí con eso. Y han salido variantes, también. Algunas están colocadas ya en Zabalaga. Los papeles son libres, porque, estando colgados, se pueden mover. Otros, en vez de cuerdas, tienen una varilla, de la cual está suspendido el papel, que tiene dos caras, una por detrás y otra por delante, y el espacio sin ningún aditamento.


(Einstein: «Los filósofos juegan con las palabras como los niños con un muñeco.» En el mundo de Einstein, que viene a conducirse con arreglo a una suerte de Ley de la Pereza Cósmica, hay más individualismo y menos gobierno que en el mundo de Newton. «La vida finaliza definitivamente cuando el sujeto deja de tener efecto alguno sobre su entorno a través de sus acciones.»)


Claro que me ha interesado Einstein. ¿Estar de acuerdo? Bueno, los teóricos hablan del concepto, y yo, digamos, utilizando el concepto, me he encontrado con ellos, pero no en otros terrenos. He conocido a muchos filósofos y he ilustrado a Heidegger, y a Cioran, y a muchos otros, ¿verdad? Pensadores importantes. Pero, claro, eso ya pasó, desgraciadamente. Fue hace muchos años. Ahora ya no podría hablar con ellos como hablaba antes. Ahora se me olvidan las cosas. No me acuerdo de los nombres...


(Que la memoria es la madre de las musas, pero a Borges, sin embargo, le parecía monstruosa la posibilidad de que la memoria fuera infinita, y aclaró: «En ese caso, yo recordaría cada una de las circunstancias del día de mi vida, que son miles, según lo ha demostrado Joyce en el Ulysses.» Los bergsonianos creen que la memoria es justamente la intersección de mente y materia, y que los aparentes fallos de memoria no son en realidad fallos de la parte mental de la memoria, sino del mecanismo motor que pone la memoria en acción. Puesto a tener que hacer memoria, Chillida se agarra al tacto, no tanto un sentido como la verdadera interacción de los sentidos: el suyo es un alarde de percepciones táctiles y musculares agigantadas por el pavor al olvido, ay, como la lucha del hombre y el pulpo que describió Victor Hugo en Los trabajadores del mar, donde la blandura se nos aparece como horrible.)


El tacto funciona por los ojos, también. Y por el oído. La mano...


(El hallazgo de un esqueleto de australopitecino de 3,6 millones de años complica a los paleoantropólogos el misterio de nuestra andadura a pie: los evolucionistas sostienen que el momento clave fue el de la erección del cuerpo, cuando el tamaño del cerebro era aún muy pequeño, que permitió la liberación de la mano, con su significación decisiva para el conocimiento reflejado en la palabra «comprender», derivada de «prender» ...)


 ...Yo ahora estoy viendo esa escultura y sé cómo es, cómo se toca, lo que dice cuando la tocas. Ésa que está ahí. Y está ahí por eso. Yo, por la tarde, me suelo echar un rato ahí, en ese sofá. Echo la cabeza donde están los almohadones, y me gusta poner la mano encima de la escultura, así, por detrás. Acaricio esas formas. ¿Qué nombre tiene? No lo recuerdo ya. Pero sí recuerdo su forma. Mi mano la recuerda. La mano es muy importante. Tiene unas leyes que se imponen.


(Teoría de la visión de Berkeley: vemos un  campo plano, pero construimos un espacio táctil. La esfera aparece ante la vista como un disco plano; es el tacto lo que nos informa acerca de sus propiedades de espacio y forma. Un día, Apollinaire quiso lanzar, sin fortuna, un «arte del tacto»: nada que ver con el Teatro del Tacto -bufonada- de Marinetti. Que la relación de lo táctil con lo visual sólo quedó definida después de Cézanne, y para la física, que, impasible, avanza, la vista como fuente de nociones fundamentales sobre la materia parece resultar menos engañosa que el tacto. Y, sin embargo, todas nuestras concepciones de lo que existe fuera de nosotros han estado basadas en el tacto hasta Einstein, para quien no existía el hombre capaz de visualizar las cuatro dimensiones, excepto por medio de las matemáticas: «Ni siquiera somos capaces de visualizar tres.»)


La cuarta dimensión no me ha llamado la atención excesivamente. Yo no he andado dentro de la matemática. Yo he estado en las medidas que pueden ser entendidas y transmitidas a través de la sensibilidad. De la sensibilidad y de la comprensión de algunas cosas en un nivel en que te manifiestan algo que tú puedes recibir a través de las manos, de los ojos... A través de muchas cosas que no tienen que ver con la fuerza ni con el poderío, ¿verdad? Yo he hecho esculturas de considerables dimensiones. Y conozco a muchos escultores que no piensan más que en hacer cosas muy grandes. Pero muy grandes por fuera. Por dentro... tienen tamaño. Más vale decir dimensión que decir tamaño, ¿verdad?


¿Qué robaría de los escultores jóvenes?


¿De los jóvenes jovencitos, éstos que vienen a conocerse ahora? No demasiado, la verdad. Conozco a muchos, pero no veo nada así verdaderamente... Lo decorativo les hace mucho daño. A lo mejor si... Y el deseo de dimensiones muy forzadas, también les hace mucho daño. ¿Un consejo? Que se busquen problemas y que traten de resolverlos realmente. Eso es lo que los ayudaría más.





La neurociencia sospecha que estamos genéticamente predeterminados.


Sí. .., sí..., sí...


¿Asusta?


Sí..., sí... Verdaderamente, sí. Pero es para todos igual, ¿eh?


¿Y la vejez?


No, no, no. No me preocupa la vejez. Lo que me fastidia es que se me olviden las cosas.


(Sabe que no está bien creerse siempre una persona de alta tragedia con el Eclesiastés como libro de mesilla: «No hay nada nuevo bajo el sol. No existe el recuerdo de las cosas pasadas. Odié todo el trabajo que había hecho el sol, porque tenía que dejarlo a los hombres que me sucedieran.» Etcétera.)


Aún hay proyectos que me hacen ilusión. Lo del Tindaya, en Fuerteventura, tiene sentido para mí, si se puede hacer. Y después hay una cosa en Japón, que está en camino, que es una pieza de acero dentro de muros de hormigón que recoge el espacio y lo proyecta hacia el Fujiyama. Se llama Homenaje a Hokusai.



(Hokusai, ay, el maestro de las estampas Ukiyo-e, autor de Treinta y seis vistas del Fujiyama, mostrando los numerosos rostros de la montaña sagrada cuya diosa, adorada por los artistas, domina el paisaje.)


Es un lugar especial. Es el proyecto que más ilusión me hace. La obra está a medias, y yo no sé si al final la vaya acabar yo o la va a acabar otro, ¿verdad? ¡He tenido tantas cosas y lo he pasado tan mal! Pero en fin, por lo menos ya tiene una estructura. Allí los obreros trabajan muy bien.



La gran ola de Kanagawa  Hokusai  

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Domingo, 30 de Noviembre

 



Cangrexu

En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca

DOMINGO, 30 DE NOVIEMBRE


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.


En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.


Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.


Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.


Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».


Mateo 24, 37-44 

sábado, 29 de noviembre de 2025

La biografía

Carmen Tessier


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


A Rajoy le pasa con Gallardón y Aguirre en Madrid lo que a Eisenhower con Patton y Monty en África, sólo que Rajoy no es Ike, claro. En esta guerra de “prima donas”, va Aguirre y dispara con una biografía como un goterón de tinta en la corbata de Gallardón. Aguirre no es Rodríguez, que lee a Borges, y por eso no sabe que la biografía es el ejercicio de la minucia, un absurdo: “Algunas constan exclusivamente de cambios de domicilio.” De Gallardón dice Aguirre que un día leyó que los madrileños eran de izquierdas y se convirtió en el progre por antonomasia, lo cual es como si Gallardón dijera de Aguirre que le da todo a Fidel porque un día leyó que los madrileños son castristas. También dice Aguirre que Cobo es el “esclavo moral” de Gallardón, lo cual es como si Gallardón dijera que Nacho González es el “sacarino ético” de Aguirre, por no hablar del entrañable Canis Mortis, personaje que simboliza a la perfección un régimen doméstico de dimes y diretes que culmina en esta biografía cuya almendra es que Gallardón, según Aguirre, sabía lo del “tamayazo” la noche antes, y no le dijo nada a ella. Con esta revelación, no hay duda de que sus hombres seguirán a Aguirre a cualquier parte, pero sólo por pura curiosidad. Es decir, que Aguirre no le perdona a Gallardón que, sabiendo (?) éste lo del “tamayazo”, no le dijera nada y la tuviera sin pegar ojo en toda la noche pensando, con la Comunidad perdida, en que ya nunca sería presidenta. Si lo que pretendía Aguirre con estos chismes era acabar de volver loco a Simancas, no debe de estar lejos de conseguirlo. Otra vez el enanito rojo que en el castillo de Brakemoore, con una maza al hombro, recorriendo los pasillos y batiendo la puerta de la alcoba del duque cada vez que una duquesa comete una infidelidad. Mas, ¿quién es la duquesa? ¿Quién, el duque? ¿Quién, el enanito rojo? La respuesta está en Ortega: “Sólo mediante el sistema pondremos bien tenso el espíritu de nuestra raza, como un tinglado de cuerdas y estacas sirve al beduino para poner tirante la tela feble de su tienda.” El sistema, que para Capello es Emerson, para Aguirre sería algo así como , la de “les potens de la commeré”.  

Martín Chirino. Poética de la espiral*



 Chirino y Esteban
 
 
MARTÍN CHIRINO

POÉTICA DE LA ESPIRAL


Ignacio Ruiz Quintano


 De la fragua de sueños de Martín Chirino han salido en los últimos cincuenta años ríos de espirales: raíces, aeróvoros pajaroideos, inquisidores, faunos, atlánticas, afrocanes mitrados, penetrecanes, sabinas, alfaguaras y, por supuesto, ladies: inglesas fire-proof, radiantes e intrigantes con su castidad de hierro, que nos miran sin curiosidad ni comprensión desde otra especie zoológica.

    Tener presencias de más de medio siglo es como medio vivir entre sombras, y uno se ha hecho aquí el propósito ramoniano de alumbrar con luz de fragua para que se vea el milagro del artista –su respiración sagrada–, no la cosa consuetudinaria y pedagógica del arte por el arte.




Lo que define a Chirino, hombre de un pudor culto para las emociones, es su lucha y conquista permanente por ser un elegante: el gran elegante de la cultura española.

    “Menos es más”, respira Chirino.

    Y al respirar riza en el aire el rizo de la espiral, como una mariposa que nunca se acaba.

    El hombre es un “animal que crea espirales y habita espirales”, podría afirmar Chirino jugando el juego de Nicolás de Cusa.

    Tiene para sí Ruano que ser una criatura elegante exige casi todo el tiempo de una vida, y que por eso va fallando la elegancia en la existencia contemporánea.

    Ser en la vida romero, / romero solo, / romero / que cruza siempre caminos nuevos.
 


  
La obra de Chirino es como un meteoro lento, y lo que sostiene el edificio de nuestra imaginación al contemplarla es la idea de la gran elegancia de Chirino rodeada de los salvajes encantamientos que sugiere su oficio de señor del fuego, que es decir, para empezar, señor del hierro. Porque en el principio siempre es el hierro.

    El arte del herrero –como el del toreo, dice la copla– viene del cielo. Cuando los conquistadores españoles preguntan a los indios de dónde sacan sus cuchillos, estos les muestran el cielo. Del cielo cae el hierro meteórico cargado de sacralidad celeste: es la manifestación inmediata de la divinidad. Y un rumano olvidado, Mircea Eliade, nos recuerda que la palabra más antigua para designar al hierro, constituida por los signos pictográficos cielo y fuego, se traduce por metal estrella.

    El hierro cae del cielo: hierro estrellado. Es un nudo sideral. Un signo mineral del más allá. Y las herramientas del herrero participan del mismo carácter sagrado: el martillo se convierte en el símbolo de los dioses fuertes. Dioses forjadores. Al batir su yunque, el herrero imita el gesto ejemplar del dios forjador. Los metales proceden del cuerpo de un dios inmolado: la obra metalúrgica exige la imitación del sacrificio primordial.

    El herrero mítico es el héroe civilizador: ha sido encargado por Dios de perfeccionar la Creación, de organizar el mundo y, además, de educar a los hombres, es decir, de revelarles la cultura y de guiarlos en el conocimiento de los misterios.

    En el universo de Chirino, a la edad de la magia precede una edad de la razón. Un español –siendo español el que no puede ser otra cosa– puede ser un escultor, pero un escultor no puede ser nunca un bohemio. Un día Chirino se va de España por el escaso estímulo que tiene ser elegante en un ambiente triunfalmente zafio y para no dar pie a que otro día se diga de él que es un Picasso que no ha salido de España, que es lo que en España acostumbra decirse de un artista, en cuanto se queda.

    –Mira, muchacho –es el consejo de Belmonte a uno que empieza–: cuando tú veas que ya no puedes más, sigue para adelante, que todavía te faltan un par de metros para llegar al toro, ¿sabes?, ¿oyes? –y continúa fumándose su puro.

    Chirino sigue adelante (da El Paso) y sale de España.
 



Chirino sigue la tradición –ese pasado inmemorial que es también un perpetuo comienzo– del extremismo español: los primeros en dar la vuelta al mundo y los inventores del quietismo. “Sed de espacio, hambre de muerte”, lo resume Octavio Paz.

    Al regresar, Chirino viene ya con ese ladeo de cabeza que se le queda al español cuando oye música y no sabe dónde. ¿Todos tenemos el oído pendiente de una canción lejana que el ruido de los hombres, de nuestros propios pasos, no nos deja oír exactamente? ¿Será, Dios mío, una misma canción? Es probable, contesta Ruano, que esa música sea la nana dulce del pobre niño que todo hombre lleva dentro martirizado por el hombre que lleva fuera.

    Chirino comienza oyendo la canción del expresionismo abstracto, ese automatismo que viene del surrealismo y de una contradicción transparente: abstracción, por una parte, y por la otra, expresión. Ser y decir. ¿Qué son las esculturas de Chirino? Dibujos en el espacio. ¿Qué dicen? Se dicen a sí mismas.

    “Dibujar en el espacio” es la fórmula espiritualista con que Julio González nos descubre el Arte Nuevo: “¡No hay más que una aguja en la catedral que pueda señalarnos un punto en el cielo donde nuestra alma queda en suspenso! Como la quietud de la noche, las estrellas nos indican los puntos de esperanza en el cielo; esa aguja inmóvil nos muestra un número infinito de ellos. Son esos puntos infinitos los que han sido precursores de ese arte nuevo: dibujar en el espacio.”

    Dibujar en el espacio como se pinta en el agua.

    ¿Qué es el espacio? Como el tiempo, sólo se sabe si no se pregunta. El espacio, se nos dice, es lo que está más allá, al otro lado, lo cerca-lejos, lo siempre inminente y nunca alcanzable. Apenas lo tocamos, se desvanece. Y lo que se toca es el espacio exterior, porque el espacio interior –la energía encerrada en cada forma– es lo que se oye: “El espacio canta un canto que no oímos con los oídos, sino con los ojos.”

    (La solidaridad entre el oficio de herrero y el canto –volvemos a Mircea Eliade– queda de manifiesto en el vocabulario semítico: el árabe q-y-n, “forjar”, “ser forjador”, está emparentado con los términos hebreo, sirio y etíope que designan la acción de cantar.)

    En su avance, la física va dándose cuenta de que la vista, como fuente de nociones sobre la materia, es menos engañosa que el tacto. Medíamos las cosas a ojo, pero las precisábamos a mano. El tacto, pues, nos daba el sentido de la “realidad”. Sin embargo, ¿cómo tocar el cielo?

    “El ojo con que veo a Dios es el mismo ojo con que Dios me ve.” (Maestro Eckhart)

    Los físicos nos enseñan que lo que aprendemos por el tacto sólo es un prejuicio. En el ejemplo de las bolas de billar, la aparente simplicidad de la colisión es ilusoria: en realidad, las dos bolas nunca llegan a tocarse del todo. Música y silencio de las esferas. Paz sostiene que las esculturas son trampas de hierro para apresar lo inaprensible: el espacio, que hay que oír con los ojos (ya que están tan distantes los oídos).
 



Música callada y soledad sonora de la mística: porque es inteligencia sosegada y quieta sin ruido de voces y así se goza en ella la suavidad de la música y la quietud del silencio:

    ...las ínsulas extrañas / los ríos sonorosos / el silbo de los aires amorosos / la noche sosegada / en paz de los levantes de la aurora / la música callada / la soledad sonora / la cena que recrea y enamora...

    Puro Chirino.

    En Chirino el dibujo antecede siempre a la escultura, de elegancia alada: esa geometría de reflejos que adopta la forma fascinante de la espiral que vuela, ondea, flamea o revolea, símbolo del viento y de la palabra. El caracol, explica Paz, es la casa de los ecos: el eco se adentra en el caracol hasta volverse silencio o se dispersa en la trompeta.

    La espiral es universal: el caracol marino de Dalí es también un ojo, Neruda tiene una colección de caracoles, Brancusi hace un retrato a Joyce en forma de espiral y Mallarmé recurre a la espiral –el gesto por incapacidad de explicación verbal que hace uno cuando le preguntan qué es una espiral– para describir el movimiento de su escritura.

    Ahora, recién salidas de la fragua de sueños de Martín Chirino, ven la luz –¿no es el ideal de la inteligencia alcanzar la mayor velocidad conocida: la de la luz?– nueve espirales, o nueve musas distintas y una sola espiral verdadera, como nueve regalos de Oriente, que es donde los regalos se dan en número de nueve, si han de llegar al mayor grado de esplendidez y magnificencia.

    Menos es más.

    Chirino hace suya la ventaja del silogismo minimalista “Menos es más”, título del manifiesto de Van Der Rohe (nada que ver con la cháchara posmoderna de Barry Schwartz y su tiranía de la abundancia), que viene a ser como la “navaja de Ockham” –no multiplicar los entes sin necesidad– del puro Arte chirinesco: las espirales, el viento, los alisios, los sueños de Canarias, la alfaguara, la iberia y el árbol de luz y de sombra que se derrama sobre la memoria de Manuel Padorno, el poeta que apacentó a un rebaño de rocas que dormía echado en la orilla final, el amigo (lo mismo Manuel Millares) con quien tanto quería Martín Chirino.

 “Y se va quedando uno solo como en una selva en la que no dan sombra los árboles...”

    ¿Existen los espíritus arbóreos?

    Entre los antiguos son corrientes los bosques sagrados: Frazer deduce la severidad del culto de las penas feroces que señalan las leyes germánicas para el que se atreve a descortezar un árbol vivo: cortan el ombligo (que es una espiral) del culpable y lo clavan a la parte del árbol que ha sido mondada, obligándolo después a dar vueltas al tronco (que es otra espiral) de modo que queden sus intestinos enrollados al árbol. Vida por vida. Hombre por árbol. Espiral.

    Peter Sloterdijk, filósofo de la esferología, afirma que, en cuanto hombres de tradición, desde nuestro ombligo ampliamos la sensación de espacio, organizando en círculos concéntricos el mundo circundante que nos es más significativo: “Construimos, pues, el mundo como una circunferencia que se extiende en torno a este punto central. Este soñar, imaginarse, ensancharse de la imagen de mundo propia de la función umbilical que llega al borde del Todo es una actividad cosmopoética: en ella han estado atrapados siempre los pueblos de la Tierra hasta la irrupción de la era moderna.”

    El árbol de luz y de sombra, la iberia, la alfaguara, los sueños de Canarias, los alisios, el viento, las espirales... Cada paso es simultáneamente una vuelta al punto de partida y un avance hacia lo desconocido. Chirino es un desprendimiento de Canarias, que es un desprendimiento de África. Paz tiene observado que aquello que abandonamos al principio nos espera, transfigurado, al final: “Cambio e identidad son metáforas de Lo Mismo: se repite y nunca es el mismo.”

    Chirino concibe sus grandes series por décadas, como se conciben los grandes amores y los grandes boxeadores. ¿Por qué las grandes obras, como las grandes frases, son grandes? Estas grandes espirales de Chirino son como la verdad de su Arte en números redondos. ¿Y si Borges llevara razón y nuestro hermoso deber fuera imaginar que hay un laberinto y un hilo? “Nunca daremos con el hilo –aclara el ciego–; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.”

    Menos es más.

    La delicadeza de Chirino –“par délicatesse / j’ai perdu ma vie”, canta Rimbaud en la torre más alta–, con sus diáfanos ojos primitivos y una larga paciencia para ver siempre las cosas como si fuera la primera vez, está presente tanto en las formas del viento –“el escultor que vio el viento”, se dice de Chirino– como en las de la iberia, ese pisapapeles de eses ferruginosas –la S es más misteriosa que la X– que parecen sostener la inmovilidad de España y evitar que se levanten sus puntas. Cuerno, sombra, sol y hierro: la catástrofe del toro. El toro, la muerte y el agua. Inspirada en las turbulencias del agua, la espiral es un hundimiento en las “aguas de la muerte”. El sol se pone y vuelve a salir: muerte y resurrección en el redondel.

    Arte de birlibirloque: “Don Juan –anota Leiris–, una vez saciado de estoquear a sibilas culonas, con la misma unción con que se entra en religión, tomó el hábito de la tauromaquia.” Sin pasión, concluye Chirino, no hay vida. En palabras de Jorge Eduardo Eielson: “Vivir es una obra maestra”. Y a Chirino siempre se lo encuentra, solo, en medio de la corriente.

    –La liga en la media –dice el poeta más verde– puede llegar a ser un pecado venial. Lo que debe empezar a preocuparnos son unos pies descalzos por la hierba fresca...

    Hierba fresca. Pies descalzos. Esta colección de árboles, iberias, alfaguaras, sueños, alisios, vientos y espirales iba a llamarse Laberinto: un laberinto de hierro forjado, no fundido; retorcido por ciclópeas manos rumanas hechas al oficio en las fraguas donde el hierro fue el pan de Rusia. Forjas formidables de la escultura contemporánea que iban a agruparse al hilo de un laberinto: el laberinto como una grieta en las entrañas que encierra la esperanza del retorno. Laberinto de símbolos. Laberinto –invisible– de tiempos.

    Nueve –el número de espirales que iban a componer el laberinto– es un número perfecto, pues está formado por el tres, que también es perfecto y que nos trae de regalo el soniquete contento de aquel estribillo guillenesco que cantaba Merceditas Valdés: “¡Chi-ri-no / con su tres!”

  (La bemba grande, la pasa dura, / sueltos los pies, / y una mulata que se derrite de sabrosura...)

    En la idea borgiana de laberinto hay también una idea de esperanza, o de salvación: para sentirnos seguros, nos basta saber con certeza que el mundo es un laberinto. Porque el laberinto es orden: hay un centro, y en el centro está el Minotauro. Pero no sabemos si el Universo tiene un centro. Tal vez no lo tenga, y uno cree que ésta es la razón que lleva a Chirino a renunciar finalmente al nombre del laberinto: es probable que el mundo no sea un laberinto, sino simplemente un caos, y en ese caso estamos perdidos. Chirino, que ha vivido por entero el siglo veinte –nació en los flecos de la belle époque, cuando la vida empezaba con desmayada elegancia después de comer–, parece estar ya más en la idea de que el Universo no es explicable, y ésa es ya la idea más terrible.

    Al toro final, el toro de la despedida, ese toro chirinesco de la iberia, que es una catástrofe de toro, porque está todo estrellado de cielo –¿una consecuencia birlibirlológica de la Teología?–, hay que mirarle bergaminianamente las orejas: o para prevenir la arrancada, como aconseja Pepe-Illo, si las mueve las dos; o para saber de qué lado sabe cornear, si mueve una, como aconseja Montes.

    El toro del laberinto es un caos de toro.


 
Chirino, Jesús, Rafael
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*Cátálogo Marlborough Madrid
19 de octubre -19 de noviembre de 2005

Sábado, 29 de Noviembre

 


El cebo

viernes, 28 de noviembre de 2025

La democracia son los padres



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En la madrileña Gran Vía, inmortalizada por Chueca y Valverde en una zarzuela, el chulapo Salvador Illa, aquel ministro filiforme que nos amenizó la peste con su estilo de enterrador de Lucky Luke, ha colgado una lona con su idea de la democracia al estilo como Laporta colgó una pancarta con su careto de Jake LaMotta crepuscular al lado del Bernabéu o como Lutero colgó las “95 Tesis” en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. “Poder posar un anunci en català enmig de la Gran Via”, es el silogismo de Illa en la pancarta, con sabor a Miquel Martí i Pol, y concluye:


La democracia es tu poder.


Con la lona de Illa en la Gran Vía y la presencia de Zelenski en el Congreso ya se puede decir a los españoles que la democracia son los padres, y no precisamente los “Founding Fathers”, cuya aspiración no era poner un anuncio en catalán en la Quinta Avenida, sino librarse de la Corona y el Parlamento británicos, a sabiendas, en efecto, de que la democracia (¡como la guerra!) siempre son los padres. De hecho, lo clava Illa: “La democracia es tu poder”. ¿Qué poder tienes tú? Pues bombeta de humo.


“El negocio del gobierno es, y debe ser, el negocio de los ricos, que lo obtendrán por las buenas o por las malas”, fue la advertencia del señor padre de Stuart Mill. Y el único medio bueno de obtenerlo, añadió, “es el sufragio universal”.


¿Tiene el demos alguna clase de futuro en la era de la globalización, las redes de comunicación al instante y las fronteras fluidas? –se preguntaba Wolin hace casi veinte años.


Ciertamente, no. Ahí están hoy los lidercillos europeos, con mínimos históricos de aprobación popular, llevándonos a una guerra que no quiere nadie (de los que tendrían que hacerla). Para Wolin, las nociones holísticas como la de “nosotros, el pueblo” son remanentes de una época en que el “pueblo” implicaba la gran mayoría de las personas y la realidad de un estatus común de parias: todos ellos estaban excluidos de la política. Igual que ahora, que empezamos a ser el presente del futuro que en su día vio venir Vladimir Bukowski, que había huido de la Urss:


Yo ya viví en tu futuro. Urrs/Ue: organizaciones creadas por coacción y gobernadas por personas no electas que se reúnen en secreto; un Parlamento que aprueba las decisiones del Politburó; el propósito de la Urss era liquidar las nacionalidades para crear una nueva identidad; un estado federal para evitar la guerra, nos decían, y la corrupción creció de arriba abajo; los opositores son silenciados (gulag y ostracismo); no caben reformas. Única salida personal, la independencia: no aceptar lo que ellos planearon para ti, pues nunca te preguntaron si querías unirte.


En palabras de Bush: “Apoyamos el proceso eleccionario, apoyamos la democracia, pero eso no significa que tengamos que apoyar a gobiernos que resultan elegidos como resultado de la democracia”. Mas el ciudadano-avestruz prefiere meter la cabeza en nata montada.


[Viernes, 21 de Noviembre]

Una conversación con el padre de Manuel Valls*




CONVERSACIÓN CON XAVIER VALLS

Ignacio Ruiz Quintano


El arte consiste sólo en tocar cada vez mejor
 el instrumento que se ha elegido
.
Thomas Bernhard


    “Extraordinaria corrida de novillos verificada hoy martes 1º. de enero de 1901. Inauguración del siglo en la Plaza de Toros de Madrid. En el cuarto toro, hará su experimento el célebre sugestionador de toros don Tancredo López, considerado, por su temeridad y arrojo, como el rey del valor, el cual lo ejecutará en la forma siguiente: antes de abrir la puerta de los toriles se colocará en el centro del redondel, sobre un pedestal de medio metro de altura, Don Tancredo, vestido imitando la estatua de Pepeíllo, y, previo aviso del citado sugestionador, se soltará el cuarto toro, de cinco años cumplidos, de la acreditada ganadería de Miura…”



Decía Bergamín que el siglo XX, que empezaba para los franceses con la torre Eiffel, para los españoles empezó con Don Tancredo. “Bien, o se hace precisión, o se hace pintura, o se calla uno”. Su amigo Xavier Valls (Barcelona, 1923), con quien tanto quería, deshace las disyunciones haciendo las tres cosas.

    –Yo creo que el nuestro fue (sic) un siglo interesantísimo. Significó un cambio total. Y los cambios no vienen nunca con un principio de siglo, con el calendario. Para mí, el XIX se termina después de la guerra del 14. Cuando uno se pasea por Francia y ve por todos los pueblos las listas de muertos de aquella guerra… ¡Qué absurdidad! Los pequeños militares que querían ascender, y entonces mandaban a los muchachos a tomar una loma. Ahora que se ha muerto Kubrick, ¡qué gran película la suya! Senderos de gloria, se titula. Curiosamente, estuvo prohibida en Francia hasta la llegada de los socialistas. Una gran película. El ataque, la loma, los militares

(Bergamín: “Los dos son arbitrarios y gratuitos: la torre Eiffel, no tiene nada que decirnos. Nuestro hombre estatua o estatuido nos lo dice todo, como un filósofo”).

    –Yo conocí a Bergamín cuando él llegó a París exiliado. Vivía a una cuadra de mi casa. Y entonces nos veíamos casi cada día. Iba mucho a cenar a casa. A conversar. A estar con amigos. Después, cuando él se instaló en Madrid, yo venía algunas veces para verlo. Siempre nos entendimos muy bien. Él estaba solo, y siempre nos entendimos muy bien. Era intelectualmente muy brillante y, al mismo tiempo, sin ninguna pretensión. Y muy mordaz.

(“Tenía –don Tancredo– la particularidad, tan española en el sentido humano más aristocrático, o más griego, de ganar su vida ociosamente”).

    –Sí, también conocí a don ·Eugenio d’Ors, aunque al final de su vida. Conocía su obra. Me interesaba mucho aquel hombre que se distanciaba de muchos intelectuales de su época por su fineza. Él luchó contra esta cosa vulgar, campechana, de los españoles. Naturalmente, tuvo posiciones políticas que no fueron nunca de mi agrado, pero era un hombre muy inteligente, y de él hay que quedarse con lo positivo. Tiene unos escritos… ¡tan extraordinarios! Yo también soy muy estilista, desgraciadamente.



(“Al subirse al pedestal, un cubo de madera pintado de blanco, Don Tancredo es el estoicismo elevado al cubo; es un Séneca elevado al cubo; es el senequismo español elevado al cubo”).

    –Llevo cincuenta años en París y, profesionalmente, , la batalla figuración/abstracción fue el momento más duro para mí. De pronto, el que hacía una cosa con figuración era tratado como un pompier, un desgraciado, y uno veía que sus amigos se pasaban a la abstracción. Pero yo nunca tuve nada contra la pintura abstracta. Siempre he admirado más la pintura opuesta a la mía, y creo que la buena abstracción fue una gran lección, al menos para mí, de depuración para la figuración.

(“Pascal fue la verdadera figura representativa del tancredismo en Francia. Su miedo no era únicamente miedo del toro; era anterior a él; porque empezaba por ser miedo a caerse del pedestal”).

    –Aquel momento de la abstracción, aunque fuera tan radical, me hizo ver que se podía hacer una figuración, pero con una lección de no poner cosas porque sí, de hacer una abstracción dentro de la figuración, porque lo importante de los cuadros es que tengan un duende. Claro, es más fácil estar contento con un cuadro abstracto que con uno figurativo, porque cuando el figurativo sale mal… se ve todo. Yo estuve más próximo a los pintores que pintaban abstracción que  los figurativos, que eran pura anécdota, nada que ver con lo que es pintura.

(“San Agustín se ríe del tancredismo, porque San Agustín, como es natural, está siempre de parte del toro. Pero del toro bravo; porque no lo está por compasión, sino por simpatía”).


Personalmente, nunca me sentí capaz de pasarme a la abstracción. Tuve necesidad de agarrarme a una cosa que tuviera atmósfera, pero con un soporte de una realidad percibida. El pintor no sabe explicar lo que pinta. En fin, pasé unos momentos difíciles, pero tuve la suerte de que tanto Giacometti como Luis Fernández, amigos míos, me dijeron siempre: No mires lo que hagan los otros, no te pases a la moda, haz lo que puedas, lo que sientas…” Hay que ser un poco terco y avanzar sin miedo. Tuve la voluntad de hacer lo mío, depurándolo cada vez más… Ahora, hay que decir que hubo unos momentos en que algunos de esos artistas figurativos estuvimos un poco en cuarentena. A las relaciones personales no se trasladaba la batalla, no. También hay que decir que mi figuración no era una de estas figuraciones que se ven en tantas galerías, del bodegón porque sí, el paisaje… Lo más difícil para mí fue que, para los que les gustaba mucho la pintura realista, yo pasaba por no ser realista.

(“Tancredismo puro: el del monasterio de El Escorial. Como Don Tancredo quería sugestionar, hipnotizar al toro por la inmovilidad, por el silencio (…), El Escorial lo que quiere, también por la inmovilidad, por el silencio, es sugestionar, hipnotizar a Dios”).

    –Yo no considero que el no figurativo sea una moda. Mientras una obra de arte es un lienzo, que sea abstracta o no, que sean distintas materias, es siempre un cuadro. Lo que sí me parece una moda es que ahora sólo se habla de espacios y de montajes. ¡Cuando uno piensa que los vanguardistas ya lo hicieron todo! Hoy, ver una tonelada de patatas en medio, bien puesta, en medio de una inmensa sala… Estoy por la libertad de que cada quien haga lo que quiera, pero no me interesa, no lo entiendo. Espacios, sillas rotas, carbón por el suelo… eso sí que es una moda, y lo que me da miedo es que se está convirtiendo en una cosa oficial.



(“Qué duda tiene que el de Don Tancredo también es un quietismo. Miguel de Molinos, ¿no es un poco un Don Tancredo místico?”)

    –Yo soy pájaro de noche, pero pinto todos los días. No paro. Desde que hay luz hasta que se termina. Pero me cuesta mucho pintar. Por eso me gusta mucho repetir el cuadro. Prefiero buscar esa cosa de la luz… ¿Pinto, por ejemplo, una manzana? Pues necesito el modelo de esa mañana. Pero, al cabo de unas sesiones, viene la reflexión: esta manzana ha sido también una flor, y después se ha vuelto fruta, y le ha tocado la luz del sol. O sea que yo no soy muy realista en el fondo, y, no obstante, cuando miro la realidad… Si yo miro sobre mi mesa un buen plato lleno de fruta no se puede igualar: es una maravilla. Entonces, a la hora de pintar, ¿por qué querer con cuatro toques dar eso al lienzo y que quede como una cosa muerta? Por eso lo de “naturaleza muerta” no me convence. Mejor “vida quieta”.

(“¿Cómo esperaba al toro Don Tancredo? ¿Con los ojos cerrados? ¿Con los ojos abiertos? (…) Ésta fue la angustia y agonía pascalianas. El tancredismo de Pascal fue eso: un vértigo de altura. Si cerraba los ojos, por sentirse sólo a sí mismo y en pie, elevado al cubo, al pedestal de la agonía cristiana. Y un verdadero espanto, un terror pánico, si los abría al silencio eterno de los espacios infinitos”).

    –Porque “bodegón”, tampoco. Fue una cosa del XIX, porque antes estaban los pintores que pintaban bodegas. Con gente bebiendo. De aquí viene. Pero la “vida quieta” me interesa más. Y es eso lo que busco. ¿La fruta? Me gusta mucho pintarla, porque en sí es una belleza extraordinaria. Pero me gustan los objetos: los jarros, las copas de agua y, sobre todo, lo que veo en mi casa, lo que tengo alrededor, lo cotidiano… Nada de cosas sofisticadas, sino cosas muy mías, muy de mi vida y muy de mi interior. Nunca se consigue hacer lo que uno quiere hacer. Te acercas y, si no he llegado, es porque no he sabido más. A mí me entusiasma Zurbarán. Yo soy como todos los artistas… me gusta robar y que me den soluciones. Yo creo que el más grande pintor de todos es Velázquez, pero uno no puede robarle nada. En cambio, Zurbarán me puede dar referencias y lecciones cuando miro sus cuadros. De todas formas, la pintura que uno admira la tiene que mirar con un gran respeto y una gran humildad. Porque a veces uno se desespera pensando qué puede pintar después de lo que ha pintado esa gente, y estamos en una época en que se quiere dejar de lado lo que hemos heredado del pasado. Es como si todo empezara ahora.  Y es lo que me da miedo de nuestra época, porque parece que todo es borrón y cuenta nueva.

Síntesis d’orsiana: la observación quiere captar los fenómenos; la razón, las esencias; l inteligencia, las figuras. “Lo que es, es lo que es. No la toque ya más, que así es la rosa”.

(“Y el toro Zurdito, de Miura, que, sin duda, no se fijó en él, derribó a Don Tancredo”. Con la precisión de la luz sobre la mesa de la Última Cena).
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*Entrevista con Xavier Valls, padre del ex primer ministro francés, Manuel Valls, para la revista Guadalimar, en el bar del Hotel Wellington de Madrid, con motivo de la exposición en la Galería Juan Gris. Abril, 1999