Tocqueville
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenan su alma. Retraído aparte cada uno de ellos, es extraño el destino de todos los demás. Sus hijos y sus amigos particulares forman para él toda la especie humana. En cuanto al resto de sus conciudadanos, están a su lado, pero no los ve; los toca, pero no los siente, no existe más que en sí mismo y para sí mismo (...) Por encima de ellos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga de asegurar sus goces y de vigilar su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se parecería al poder paterno, si, como él, tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no intenta más que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Quiere que los ciudadanos gocen con tal de que sólo piensen en gozar. Trabaja con gusto por su felicidad, pero quiere ser su único agente y sólo árbitro. Tras haber tomado así por turno a cada ciudadano en sus poderosas manos y haberle modelado a su modo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y la cubre con un enjambre de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales las mentes más originales y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso para sobrepasar la multitud. No destruye las voluntades, sino que las ablanda, las doblega y las dirige (…) No tiraniza, pero molesta, reprime, debilita, extingue, embrutece y reduce en fin cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno.
El visionario es Tocqueville, que ya profetizara (“Wait and see!”) la hegemonía Estados Unidos-Rusia. Nos lo plantea Dalmacio Negro, único pensador político que tenemos, en el prólogo a su recolección de artículos periodísticos (“Liberalismo, iliberalismo”), elegantemente editada por Molina y Gambescia. Con lo que se viene, yo firmaría ahora mismo ese cuadro.
[Viernes, 9 de Julio]