miércoles, 24 de junio de 2020

"La caló" (Hace más caló que guardando toros)


Insólita soledad, ayer

 
Francisco Javier Gómez Izquierdo


         En Córdoba, a “la caló” se la espera desde mayo, desasosiega a partir de junio y martiriza metidos en julio y agosto. Esto sería así en un “año normal”, pero para mí que todos los años son anormales. Unos porque julio se adelanta a mayo, otros “porque calienta más que ningún año” y los más porque “hace más caló que guardando toros”, frase que no se muy bien lo que significa, pero que dicha en Córdoba más de cien días por año, supone mucha temperatura. Este 2020 rotundo y apocalíptico es anormal de narices. Se temía que cuando la autoridad competente nos diera suelta general, “la caló” no nos iba a dejar salir y así ha sido. Un servidor está en el mismo plan que cuando empezó la fase 1 de la peste. Salgo a caminar a las siete, siete y media y me encierro hasta otro día a las diez, diez y media tras hacer las tareas de la compra.
      
Ayer me salté la rutina y decidí acercarme a la mezquita por ver cómo estaba el ambiente turístico en la judería. Nadie. No había nadie. Nadie en la cola de las taquillas. Nadie en la entrada del templo -han simplificado y la puerta de las Palmas sirve de entrada y salida- y media docena de humanos, ninguno japonés, disimulados entre la inmensidad de las columnas. ¡Qué sensación tan agradable la de un silencio siempre imposible! ¡Qué extraño no escuchar el sordo murmullo “muruglúmuruglú” de guías y admiradores! ¡Qué buena hora y además fresca la de ayer en la mezquita! Fue salir y encaminarme hacia mi barrio de Fátima y todo era sudor y trago a una botella de agua que rellené en la fuente de la Malmuerta. A este paso me voy a quedar como un “garabatejo”.
       
Entre los “boquis” de Córdoba hay una inquietud indisimulada por la tremenda mortandad en el gremio. En estos tres últimos años ya han caído más de una docena. Funcionarios de prisiones en activo. Entre los cuarenta y los cincuenta. La condición de empleado en el talego de Alcolea asusta más que la peste China y tras José Antonio, Begoña, Santi, Pepe, Manolo, José Manuel, Hermógenes, Zurbano, el Camisetas de Jaén... alguno más  me falta, pero no caigo ahora, se nos fue Carlos de muerte súbita mientras dormía, que ya es un morir raro en tiempos tan inquietantes. Se celebró una misa de funeral retrasada a las ocho y media en los Salesianos y mientras me dirigía al acto aplastado por un Sol inmisericorde pensaba en el Levante-Atco de Madrid que había dejado encaminado para los colchoneros. ¿No atenta contra la salud jugar al fútbol en las condiciones ambientales que padecemos? ¿Tantos partidos y tan seguidos a casi 40 grados no dejan secuelas? Ya en la iglesia, llena, por el hacerse querer de Carlos, siempre callado, discreto y bueno, los asistentes parecíamos una manifestación de pájaros multicolores aleteando con nuestros abanicos, elemento imprescindible durante “la caló omeya”, que diría nuestro don Ignacio.
     
Pero con todos los inconvenientes del día, lo peor llega en la noche. Noches que no se mueve una hoja en los árboles del jardín de enfrente a los que miro como echándoles la culpa. Noches que el termómetro no baja de treinta grados. Vueltas y más vueltas en la cama, sudor, a la nevera a por agua y por fin tiras el colchón en el salón y vuelves a encender el aire acondicionado por mucho que mañana te duelan todos los huesos, que son cosas que pasan cuando uno ya cobra el retiro.
     En fin, que vamos haciendo el cuerpo. Como se van a tener que hacer los peloteros. Qatar espera.