domingo, 7 de junio de 2020

Justificaciones



Ignacio Ruiz Quintano

Igual que Suárez levantó la peluca de Carrillo, la autoridad eclesiástica ha amagado con levantar la excomunión de Lutero, pues ya no existe «atmósfera de alerta», que se decía cuando las hogueras de Felipe II. Hombre, si no va a haber infierno, ¿qué sentido tiene mantener en las calderas de Pedro Botero al caballero de Sajonia, como lo llamaba Benet? Esto tampoco quiere decir que a partir de ahora los protestantes hayan de celebrar el puente de la Inmaculada, por muchos católicos que celebren la noche de Halloween, una fiesta que viene a expresar esa actitud protestante, no ante la muerte, sino ante los muertos, que, según Paz, es semejante a la adoptada frente al oro y al excremento: la ocultación y la sublimación. Qué cosas.

Un día Julio Camba confesó que no frecuentaba la iglesia, que no se santiguaba al bostezar y que, si alguna vez iba a comer el cocido a casa de un cura, no lo hacía precisamente por la bendición, sino porque los mejores cocidos seguían siendo todavía los cocidos de los curas gallegos: «En una palabra, amigos míos, que no me he hecho católico. Lo que pasa es que me he enterado de que lo soy.» Bueno, pues algo parecido ha ocurrido aquí con la noticia de la suelta de Lutero. Como diría Camba, no es materia de convicción, sino de temperamento, y nadie puede cambiar de temperamento como cambia de chaqueta. De Anita Delgado, bailarina que se casó con el Marajá de Kapurtala, contaba don Eugenio d’Ors una anécdota: «Esta Anita vino a Madrid a los ocho o diez años de casada con el Marajá. Un periodista de “Nuevo Mundo” le hizo una entrevista, y le preguntó algo realmente magnífico: “¿Y se conserva usted católica?” “¡Hasta la médula de los huesos!”, contestó Anita.» Pues eso. En el caso de Anita, si como artista trasnochaba como en Madrid, como esposa madrugaba como en Burgos, que por algo intuía Marañón que la influencia de las órdenes religiosas en España se debe a que son los únicos españoles que se levantan temprano y tienen tiempo para todo.

Al parecer, la suelta de Lutero sería consecuencia de la firma en Augsburgo del acuerdo entre católicos y protestantes por el que Roma atendería la tesis luterana sobre la justificación por la fe. Para salvarse, ¿basta la fe o hace falta, además, alguna buena obra? Lutero estaba por lo primero, si bien algunos historiadores sostienen que la indignación moral contra los italianos -todos los villanos de Shakespeare son italianos- tuvo mucho que ver con la Reforma, sentimiento que hemos renovado hace unos días cuando el italiano Melandri quería sacar de la pista al español Alzamora en la carrera que decidía el título mundial de motociclismo.

Hay más justificaciones, claro, y todas son fruto de otros tantos prejuicios. La justificación poética es que la doctrina luterana fue la respuesta al canto del desgarrador y fúnebre «Dies Irae». La justificación psicoanalítica también es bien conocida: padre alcohólico, infancia desgraciada, malos tratos, etcétera, lo cual que la doctrina de la justificación no debió de ser más que un golpe de Estado interior para detener un proceso -el diablo como proyección de la imagen paterna- que encaminaba a Lutero a la locura. En cuanto a las justificaciones económicas, hay más teorías que estrellas en el cielo, aunque todas provienen del mismo prejuicio: el protestantismo -pocos santos, pocos bártulos y pocos gastos de instalación- es una religión más capitalista que el catolicismo, que predispone al ensueño y, por tanto, al descuido de los negocios.

En los periódicos y en la calle, sin embargo, el acuerdo teológico de Augsburgo ha merecido menor interés que la subida del precio del dinero por el Banco Central Europeo o que la batalla de las dietas en el Partido Popular de Madrid. Católicos de carácter y protestantes de bolsillo. La Historia nos enseña que, ya en lo más enconado de la lucha teológica, los barcos ingleses de Terranova proveían a los romanos de «pescado de cuaresma».

Anita Delgado

De Anita Delgado, bailarina que se casó con el Marajá de Kapurtala, contaba don Eugenio d’Ors una anécdota: «Esta Anita vino a Madrid a los ocho o diez años de casada con el Marajá. Un periodista de “Nuevo Mundo” le hizo una entrevista, y le preguntó algo realmente magnífico: “¿Y se conserva usted católica?” “¡Hasta la médula de los huesos!”, contestó Anita.»