PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas.
Jueves, 27 de junio de 2024. Primera novillada nocturna de verano. Un tercio de entrada. Noche de verano previa a los calores de julio.
Novillos de Guadamilla (procedencia Juan Pedro Domecq), dos (segundo y sexto) devueltos por impropios para cualquier plaza, becerros, escasos de pitones e inválidos; los cuatro restantes, mal presentados, de escaso trapío y pitones, dieron pésimo juego, mansos, descastados, flojos, sin fijeza, algunos calamocheadores, al defenderse por la escasez de fuerzas, es decir, en el límite de la invalidez; el segundo, becerro, el cuarto tuvo más nervio, fue el novillo más interesante —por ponernos optimistas—, todos lucieron crotal como deshonra. Un novillo de Chamaco (procedencia Domecq/Jandilla), corrido como quinto, manso, flojo, machacado en varas. Un novillo de Los Chospes (procedencia Domecq/Jandilla), lidiado en sexto lugar, manso, flojo, morucho.
Terna: Pedro Gallego, de Torreperogil (Jaén), de grana y oro, con cabos blancos; silencio tras dos avisos y palmas; de veintiocho años; en 2023, un festejo. Manuel Caballero, de Albacete, de azul marino y oro, con cabos blancos; silencio y silencio; de veintidós años; en 2023, ocho festejos. Bruno Aloi, de Ciudad México (México), de lila y oro, con cabos blancos; saludos tras aviso en sus dos novillos; de veintitrés años; en 2023, ocho festejos. Pedro Gallego y Manuel Caballero, se presentaban en Las Ventas.
Suerte de varas. Picadores: Primer novillo —Juan Carlos Sánchez—, primera vara, trasera y lesiva, segunda, tras rectificar, trasera. Segundo novillo —David Plácido Sandoval ‘Tito’—, picotazo trasero y picotazo trasero. Tercer novillo —Simao Neves—, picotazo trasero y picotazo trasero. Cuarto novillo —Francisco de Borja—, vara trasera y vara trasera. Quinto novillo —Agustín Moreno—, vara trasera, fuerte y vara detrás del hoyo de las agujas, fuerte. Sexto novillo —Antonio García—, vara trasera y caída y vara detrás del hoyo de las agujas, caída.
La programación que año tras año la empresa Plaza 1 va aquilatando para la afición madrileña consiste, principalmente, en reducir a dos grandes eventos la composición de carteles para corridas y novilladas (Ferias de San Isidro y de Otoño), más, a cumplir con ciertos carteles atractivos en ciertas festividades que tienen tradición, además de los desafíos ganaderos de septiembre y a plantear novilladas de promoción, fundamentalmente, con las nocturnas del verano. Por medio, se ha quitado de encima un aspecto que convertía a Madrid en plaza de temporada, nos referimos a las corridas de toros de los domingos del verano caluroso. En esos festejos, con toros de ganaderías no comerciales, normalmente, de las denominadas duras y con toreros que conocían el oficio, y que habían quedado relegados a los puestos bajos del escalafón, se componían carteles del gusto de la afición «granítica» del coso venteño y, así, al darles a estos matadores de toros una verdadera oportunidad, surgía siempre la sorpresa con un éxito sellado de alguno de esos espadas, que habían quedado al margen del negocio taurino, un negocio tan necio y cruel, más que la vida misma. La relación de las empresas de Madrid con la afición (hablamos de aquella que acude a todos los festejos y que, por ello, acopia mayores saberes) es agria, displicente, contraria a la diversidad moderna, sin poner en juego bienestar, si no impedimentos. No sabemos si esto hasta puede ser positivo, porque la afición de Madrid es constante y brava, y no da su brazo a torcer, es decir, no se la puede domar, y como resultado, de todos aquellos empeños de las empresas y de sus administradores de querer instalar los intereses del sistema —de los negociantes de la fiesta de los toros— puede que, pensamos, queden frustrados per se —así llevamos muchos años— y en agua de borrajas, aunque tras agraz pelea de patronos y aficionados. Me viene al magín estas palabras que hace unos días leí en la novela de Yasunari Kawabata, Dientes de león, y que se pueden aplicar a los aficionados fieles —devotos— de Madrid, «aunque los humanos destruyeran las montañas más grandes, digamos el Himalaya o los Alpes, y rellenaran el mar de tierra, la naturaleza continuará estando ahí, inmutable e indestructible».
De esta temerosa contienda entre las empresas —y sus esbirros— y la afición de Las Ventas, queda liberada la nueva afición joven que acude a la plaza con ganas de ver —y cuando no pueden ver, porque es imposible, a beber, como anoche; no decimos todos los jóvenes, algunos, muchos, estuvieron atentos y el espectáculo les escupía puro aburrimiento—. Pensemos que eso de tanto beber es cuestión del verano y de la edad —algo, eso de beber a discreción, que el hecho de cumplir años, lima, limita, impide y motiva envidia hacia los jóvenes—. No importa, pues los toros y el asueto van unidos, aunque hay que entender que el rito y el trasfondo religioso es lo que ata al auténtico aficionado con el mundo de los toros. Y para adquirir esta creencia —en una ceremonia tan bella como la taurina— hay que ir mucho a los toros —siempre que se pueda—, ver con atención, reflexionar, escuchar a quien sabe, leer los textos clásicos taurinos y no taurinos, valorar, discernir e ir aprendiendo, lo que viene a ser un camino sin fin. Como el vivir. No obstante, debemos centrarnos más en lo que sucedió anoche en la novillada, un festejo para olvidar, donde no hubo novillos adecuados o novillos de casta —todo lo que salió por chiqueros debe tasarse como «una birria»—, ni novilleros con el oficio suficiente para hacer el paseíllo en una plaza como Las Ventas —de ahí, la maldad que contiene la programación de Plaza 1 con los festejos de promoción novilleril, aunque sean nocturnos—, pues, lo cual les hace estrellarse en un compromiso tan serio como anunciarse en la arena de Madrid, por lo tanto, de esto y de aquello, los culpables los empresarios. De los comportamientos inadecuados de desatención de los jóvenes que —libremente— van a la plaza, creo que en poco tiempo, si persisten en la afición, quedarán solucionados.
Si analizamos el festejo, debemos comentar que los tres novilleros pusieron en práctica aquello que habían aprendido, y desde este punto de vista no se les puede criticar demasiado. Sólo que la verdad no se debe esconder, sino poner en acción. Pedro Gallego, quiso torear con un sentido clásico, es decir, en tandas con muletazos lo mejor trazados posible, por ambas manos, si bien lo hizo de manera despegada, empleando la parte externa de la muleta para embarcar a los astados y sin poderle mandar a los novillos. Le vimos mejor en su primer astado, donde su labor, sin rematarla, ni ahormarla, fue a más, con sinceridad pero sin acierto. Comenzó su tarea con lances por delante y por detrás, dejando pasar al novillo, se centró más en el toreo en redondo y finalizó con las institucionalizadas manoletinas. A este animal —flojo, que se acostaba por el pitón derecho— lo mató de una estocada contraria haciendo guardia y de otra estocada casi entera, delantera, desprendida y atravesada, más dos descabellos. En el cuarto novillo, fue arrollado al recibirlo a porta gayola, perdiendo la manga de la chaquetilla en dicha incidencia. En un quite por gaoneras, aguantó al astado. En la faena de muleta comenzó de rodillas, en redondo. Después su actuación fue a menos, por hacerlo despegado, sin mando, con enganchones, en fin, le pudo el compromiso. Traía poco bagaje. Se presentaba en Madrid. Mató de un pinchazo sin soltar en la suerte contraria y de una estocada baja en la misma suerte.
Manuel Caballero, tuvo una labor dual. Ante el segundo novillo —becerro— de la noche, al que no se le picó por su flojedad y blandura, que no desarrolló fijeza ni codicia, y que echaba la cara arriba, por falta de fuerza, no pudo ahormarlo, ni mandarle, ni corregirle los defectos. Esto último, prioritariamente, porque abusó de torear con la muleta retrasada, lo cual implica que nunca se puede mandar en el astado, sino acompañarlo. No se centró con el novillito. Mucho enganchón. Pierna retrasada y toreo por fuera. Quiso finalizar su actuación toreando al natural de frente, y uno de los muletazos le salió medio bien. Desistió. Mató en la suerte natural de una estocada baja y tendida. Al quinto novillo de la noche, del hierro de Chamaco, que había sido machacado en varas y que por esto en los primeros compases de la muleta se vino a menos, Caballero, en tablas del ocho, en donde se refugió el novillo, le compuso una faena apropiada a la condición mansa del astado, a compás abierto, con la derecha, sobre todo, le sacó algún que otro muletazo estimable, templado, y aprovechando los viajes, por los adentros, del animal, así pudo demostrar que ha toreado mucho en el campo. Lo mató en la suerte contraria, de dos pinchazos y una estocada tomada en corto.
Bruno Aloi, en el apartado del capote, se estiró a lo largo de la noche en el toreo a la verónica, alguna le salió aceptable. No engarzó los lances. Con la muleta, en su primer novillo, dio distancia, quiso estar variado. Ensayó distintos molinetes. Toreó por bajo. En ocasiones daba algún buen pase, en otras, sacaba a relucir la tendencia de su toreo, el adorno, viniese o no a colación, con tauromaquia desmayada. Se tumbó mucho, retrasó la pierna, no pudo mandar en las embestidas sin fijeza —característica de Guadamilla— del novillo. Acabó con toreo genuflexo. Mató de estocada a capón, tendida, en la suerte contraria, más un descabello. En el último novillo de la noche, brindó el animal en larguísima perorata a Emilio de Justo —estábamos al borde de las tres horas de festejo—. En terrenos del ocho. Mucho toreo desmayado. Distancia a veces. Molinetes. Muleta retrasada. Pierna retrasada. Espaldinas. Un compendio de propuestas y galanuras. Poco toreo ahormado, por eso, mucho enganchón. Le costó cuadrar. Mató de media estocada en corto, decente. Tardó en doblar el novillo.