martes, 4 de junio de 2024

Estados y carajos



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Hölderlin, un lírico alemán que tropezó en el síndrome Tourette, sostenía que lo que siempre ha hecho del Estado un infierno en la tierra ha sido precisamente el intento del hombre de convertirlo en su cielo. Es la clase de cielo que la izquierdona española ofrece a los palestinos, con la ayuda del pepero Bonilla, el Médici (Cosme, inventor del Estado y del Renacimiento) de la Bética, que pide para Palestina “dos Estados bajo el mismo territorio” (sic), y que algún Schmitt nos ate luego esa mosca por el rabo.


Me dicen que Bonilla siempre ha llevado una vida de camarero. “He llevado una vida de camarero”, contestó Duchamp, el del urinario, a un crítico de arte que le preguntó por su estilo de vida.


Yo siempre he sido camarero –responde el camarero de “Pasión de los fuertes” cuando Henry Fonda le pregunta si estuvo enamorado alguna vez.


Las cuentas de Bonilla como abogado del Estado palestino son que, si en España caben diecisiete Estados, ¿por qué no van a caber dos en el desierto? Y el día que lo inauguren siempre pueden invitarlo al autobús de “Priscilla”, como en la película de Stephan Elliott. Después de todo, para el español no hay nada más grande ni más bonito que un Estado.


¡Qué arte, mi arma, el “Estao” palestino!


Es verdad que lo que llaman Mundo Libre, aunque espiritualmente nunca antes lo fue menos que ahora, se encuentra en una situación prerrevolucionaria, y que la violencia, cuando estalle, será devastadora. La gente no lo ve porque desde la terracita madrileña se ven pocas cosas: a partir de las siete de la tarde, Madrid es un colosal aparato digestivo a todo gas, y no hay una sola mesa ni un solo WC libres. Lo que la España oficial entiende por vivir bien, representado por dos artistas opuestos, los dos David: Nebreda, toda la vida encerrado en un cuarto, pintando “con su sangre y excrementos”, y Hockney, toda la vida pintando al aire de su vuelo la felicidad, y nada más que la felicidad, en Malibú. ¿Dónde está el problema? El problema está en que también Talleyrand decía, de la época inmediatamente anterior a 1789, que nadie nacido con posterioridad a ella sabía qué significaba vivir.


Bonilla se apropia en Sevilla del Estado palestino de Sánchez, y Ayuso se apropia en Madrid del “¡carajo!” abracadabrante de Milei, pasando por alto su única medida democráticamente revolucionaria, que es la eliminación del financiamiento público de los partidos políticos. Copiar el “carajo” es de balde, y hay carajos y carajos. A mí me gusta el de Frida Khalo en el París del 39, por visionario: “¡Carajo! Valió la pena venir sólo para ver por qué Europa se está pudriendo y cómo toda esta gente, que no sirve para nada, provoca el surgimiento de los Hitler y los Mussolini”. Otra cosa es obligar a los jefes de los partidos a salir a la calle con las manos metidas en sus propios bolsillos, que en este punto los liberalios se vuelven todos Gentile (Giovanni, no Claudio).


[Martes, 28 de Mayo]