miércoles, 17 de noviembre de 2021

¿Pero qué se entiende por "pintor eficaz"?





Pepe Cerdá

Cuándo me preguntan por cómo fueron mis inicios como artista suelo responder lo siguiente:

-...me hicieron pintor porque no valía para estudiar.
 
La sonrisilla de mi interlocutor me hace suponer que lo entiende como un chiste o una boutade. Pero yo lo digo en serio. Fue ésa la causa principal por la que me inicié en el oficio.

Mi padre fue sucesivamente desde los años cuarenta impresor, camionero, taxista, dibujante, pintor, rotulista, decorador, dibujante publicitario, creador de “slogans” y muchas cosas más.

Mi padre hacía cualquier cosa, preferiblemente con un lápiz o una brocha, para ganarse la vida. Mi padre, como la mayoría de los padres de aquella época, estaba empeñado en “darnos estudios” a mi hermana y a mí. A mí me había metido en “Los Escolapios de General Franco” (así se llamaban para diferenciarlos de los de la “Calle Sevilla” o “Cristo Rey”, también colegios de los Padres Escolapios) porque era la ilusión de su vida, ya que envidiaba desde niño la bata del uniforme y el modo en el que salían los escolares en perfectas filas de a dos capitaneados por un cura para acompañarles a sus casas. A él, desde el colegio gratuito y de enseñanza deficiente al que apenas asistió un par de años antes de la guerra, le parecía el colmo de la correcta educación.

A partir de los catorce años empecé a no ir bien en los estudios. Es algo bastante clásico que suele pasarle a los varones cuando descubren la vida. A algunos se les pasa en unos meses y a otros no. A mí no se me pasó. Comencé a faltar a clase y a suspender, y a repetir curso.

Para gran dolor de su corazón mi padre comprendió que no iba a ser abogado, ni médico, ni ninguna cosa importante.

-Vas a tener que conformarte con ser un Cerdá cualquiera -me dijo bastante decepcionado.

Un “Cerdá cualquiera” es lo que era él, según su criterio. En aquel momento era “pintor-decorador de aparatos de feria”. Zaragoza era entonces, año1975, una pequeña potencia europea en la fabricación de aparatos de feria. Había media docena de empresas que los construían. Mi padre era el encargado de pintar las fachadas de los trenes de la bruja o los frisos y columnas de los “scalextric”, o los módulos de los “voladores”... No le faltaba trabajo. Más bien, le sobraba.

Allí es donde yo empecé a pintar y donde se me instruyó para ser un “pintor eficaz”.

Me gustaría detenerme un poco en este término: “Pintor eficaz”. Es muy importante.

Por aquel entonces no había ni plóteres, ni vinilos, ni ordenadores, ni nada por el estilo. Cualquier imagen que se viese en un muro, o en un autobús, o en una lona debía de estar pintada “a mano”. Para esto, en una ciudad del tamaño de Zaragoza, había no menos de una treintena de pintores capaces de reproducir “a mano” lo que se les encomendase. Debían de hacerlo lo más rápido posible y lo mejor posible. Lo que se cobraba no permitía estar mucho tiempo con cada asunto. Cuando me demoraba por lo que fuese mi padre me decía.

-Ve terminando, que estamos perdiendo dinero.

Así, pintando y con un sinfín de libros de autoaprendizaje que aún conservo, me fui convirtiendo en un “pintor eficaz”.

Mucho más tarde, cuando ya había pintado miles de metros cuadrados con los temas más diversos, fue cuando oí por primera vez la palabra “artista” refiriéndose a la ocupación de un chaval de mi edad.

-Ah, ¿y en qué disciplina?

-Hace cuadros modernos.

-Ah. ¿Es pintor?

-Sí, pero no como tú. Él hace cuadros de su propia creación e investiga sobre las posibilidades de nuevos soportes y nuevos materiales.

-Ah.

Yo, que pintaba las lonas con pintura de metílciclosanona; los aparatos de feria, con poliéster y esmalte sintético; las columnas transparentes, con unas lacas de nuestra invención y “a muñequilla”, no estaba investigando con nuevos materiales. ¡Había que joderse!

Para resolver esto y para hacerme visible a los ojos de algunas señoritas de mi edad alquilé mi primer estudio y planté un caballete y me puse a investigar en lo que hiciese falta. Pero a lo que me negué, y aún me niego, por decoro, por no hacer el ridículo, es a llamarme a mí mismo artista. Es más, me molesta que lo hagan los demás. Un “artista” será alguien que como mínimo haya hecho una “obra de arte” y eso no lo cumple casi ninguno.

Yo lo que soy, lo que sigo siendo, es un “pintor eficaz”. Hoy, al servicio de mí mismo, que me autoencargo los trabajos. Pero se los encargo al mismo pintor en el que me convertí cuando no “valía para estudiar”.

Y de aquellas lluvias vinieron estos lodos.
 
[Marzo de 2010]