Centinela
Obra de José Manuel Belmonte
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Una de las modas que ha acrecentado esta peste y que más me sorprende y asusta es el cambio en la percepción sobre lo que está bien y lo que está mal en el comportamiento de las personas. Los confinados, y más los confinados jubilados, sabemos que no podemos salir de casa, que debemos procurarnos el ejercicio en los pisos y que si alguno se arriesga a controlar la diabetes dando vueltas a la manzana puede topar con la patrulla que pasaba por allí, o lo que es más triste y penoso, con la pareja de guardias que un vecino, diz que celoso de la salud pública, ha llamado para que lo multe.
Una de las modas que ha acrecentado esta peste y que más me sorprende y asusta es el cambio en la percepción sobre lo que está bien y lo que está mal en el comportamiento de las personas. Los confinados, y más los confinados jubilados, sabemos que no podemos salir de casa, que debemos procurarnos el ejercicio en los pisos y que si alguno se arriesga a controlar la diabetes dando vueltas a la manzana puede topar con la patrulla que pasaba por allí, o lo que es más triste y penoso, con la pareja de guardias que un vecino, diz que celoso de la salud pública, ha llamado para que lo multe.
Desde mi ventana veo al hombre que andará en los ochenta con sus deportivas blancas y azules y la bolsa del disimulo en la mano pasar varias veces al mismo ritmo cansino y de verdad que no creo que esté haciendo daño a nadie. Lo más que digo a mi doña es: “...mira el abuelete de todos los días. Cualquier día le plantan una receta”. Ni se me pasa por la cabeza chivarme a la autoridad anónimamente como hacían los vecinos indeseables que acusaban de escuchar la radio Pirenaica a los comunistas camuflados en los años 60 o el envidioso y malo de solemnidad del pueblo que confidencialmente confesaba a los civiles, en los mismos años, que el Justiniano andaba cogiendo cangrejos a mano en la parte del “Quejigal”. “¿Es ése que tiene tantos chicos?”, preguntaba el pikoleto más compresivo.
Venimos, ¡bueno, vengo!, no voy a meter a todos los de mi generación en el mismo saco, no sea que esté totalmente equivocado y no me haya enterado o educado convenientemente..., venimos, digo, de despreciar al chivato, al bocón, al sapo como dicen en Colombia o al chota en los patios talegueros. Sabemos distinguir la denuncia anónima por miedo al poderoso delincuente del que no puede soportar el tráfico de drogas ante sus morros o del tipo íntegro que confiesa haber sido testigo de un delito grave. Esto no es chivarse. Ésto es ser un buen ciudadano.
Chivarse es que un mezquino encarcelado diga al funcionario que el “Pirri” está fumando un porro en el “tigre” o lo que a mí más me preocupa por lo que pueda pasar de aquí a nada, que te condenen por escribir o leer papeles y noticias “falsas”, dando un significado al palabro falso tan subjetivo que aterroriza.
Pongo lo anterior por las preguntas que el hombre de barbas del CIS dice que hace a los españoles para justificar las medidas que sus jefes tienen proyectadas no se sabe si a corto o largo plazo, pero que me malicio se basarán en institucionalizar las bondades de la delación. El hombre de las barbas sabe que ha hecho trampa, pero también sabe que “la gente está tan sensibilizada” que hasta agradecerá las rigurosidades prohibitivas. “La gente” ya admite que chivarse es cumplir con la ley.
Que si está prohibida la Radio Pirenaica, escucharla es delito.
Al final, estábamos peor que estábamos. Hablar de libertad ya es tontería.