Hughes
Abc
El otro día vimos las imágenes de Putin en la taiga siberiana. Una foto llamó fuertemente mi atención: el mandatario (porque éste sí manda) echado en un risco posaba para el retratista. Imaginé lo que podría ser si Iván Redondo, propenso a la incorporación marketiniana, influyera en Pedro Sánchez para imitar algo así. Ver al presidente en funciones tumbado como Sara Montiel con su ropa de explorador y una mirada de seductor caprino. Pensé que sería objetivamente malo, pero luego, como siempre pasa cuando las cosas se piensan dos veces, comprendí que no estaría tan mal. Nada mal. Imaginé los casi revolucionarios efectos de esa imitación.
Los presidentes del gobierno español convirtieron en costumbre ir a Doñana. No es cualquier sitio. Allí se perciben resonancias de Tartessos y América (¡Alfa y Omega!), así que podríamos acostumbrarnos fácilmente al viaje siberiano de Putin en su versión española. Que alguien fuera en busca de la Tierra. Que se hiciera costumbre ver al presidente español fundiéndose con la naturaleza, pero no con cualquier naturaleza: con su naturaleza. Esto no sería lo mismo que ir a la playa. Esto exigiría otra cosa. ¿No va Putin a sentir la Madre Rusia? Pues Sánchez podría ir a abrazar a la Madre España.
El sitio para hacerlo, no hace falta ni decirlo, sería Castilla. Allí Pedro Sánchez, imitando a Putin, podría retozar con los osos pardos, subirse a las peñas, caminar llanuras kilométricas (¡el sentido de misión!), zambullirse en el cereal o buscar al lince, encontrar al lince y acercarse a él. ¡Putinizar Castilla! Ahora que hablan de la España Vacía, ¿qué hay más vacío que Castilla, La Vaciada, la que se dio entera?
Esto al principio solo sería marketing político, pero luego sería mucho más. Veríamos a un presidente en el paisaje, entre su flora y su fauna, como un noventayochista recorriendo Castilla en borriquillo. Inevitablemente, como pasa con Putin, esto tendría un efecto político-espiritual. Allí, en esos páramos, en esas soledades, ¿no entraría en conexión Sánchez, incluso a su pesar, con un indefinible, con un “Algo” que podría ser el espíritu nacional? Esos vientos que oiría en su soledad de líder físico, ¿no serían vientos que oyeron otros antes (¡Sidis!), vientos históricos? ¿Y qué le dirían? (Cualquier cosa).
Pero háganlo, algo habrá que hacer, ¡putinicen Castilla! Que el presidente, por norma, peregrine allí, entre el márketing y la ofrenda, que águilas reales se posen en su hombro y el lobo ibérico coma de su mano.
Iván Redondo, con tu nombre ruso y tu pelo quizás turco, gran incorporador de trucos que has superado teatralmente el arriolismo, ¿acaso no puedes lograr algo así? Ya no queda mucho de Obama por imitar, pero aún se puede abrazar el gran oso nacional antes de que se extinga.