sábado, 26 de octubre de 2019

La Religión


Lee con la bandera inconstitucional


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    La democracia, si lo es, sólo es una forma de gobierno, pero nosotros, ayunos de lo que es y ahítos de lo que lo parece, hemos montado alrededor de esa palabra una religión laica. Una religión de Estado cuyo culto es un concepto que la niega: el Consenso.

    –Yo soy el Consenso –saluda Sánchez.
    
L’état c’est moi –dicen que dijo el buen Luis XIV (quien, desde luego, nunca pudo decir tal cosa), y la muletilla se convirtió en “el Corán de Francia”.

    Bueno, pues “el Corán de España” es el Consenso, y el Consenso, hoy, es Sánchez. “Cuius regio, eius religio!”, que en latín quería decir que la religión del reino era la del rey, pero que en román paladino significa que aquí, hoy más que nunca, el súbdito, si aspira a sobrevivir, debe ocultar su conciencia. El resto es “parafernalia”, un palabrón que estuvo muy de moda.

    –¡La Exhumación es un triunfo de la Democracia! –berrea el tal Sánchez.
    
La democracia sin exhumación sería como el matrimonio sin consumación. Algo de eso notaba uno al leer por vez primera “El Federalista”, catecismo de la democracia representativa. Al final, como que te faltaba algo. ¡Coño, una exhumación! ¿Pero a quién van a exhumar los gringos? Allí, con una Constitución de siete artículos, nunca han tenido un dictador. Una guerra civil, sí, porque ésa es la pega de no haber tenido, tampoco, un Estado. La guerra civil la ganó Lincoln, y ahora sabemos que cualquier día un Sánchez sureño loco por la democracia se coge un juez Roy Bean y una radial y echa abajo el Lincoln Memorial, aunque América es muy rara: al general Lee, por lúser, lo privaron de nacionalidad hasta, ¡oh, manes!, 1975, con la amnistía firmada por Ford.
    
Que así es mi voluntad –firmaba nuestro Felipe V (¡y el de Torra y Pla!), que venía de la Francia del “car tel est notre plaisir”.

    Como súbdito del Consenso, pongo la fórmula a disposición de Iván Redondo, por si estuviera en su mano deslizarla bajo la servilleta de su jefe cada vez que éste firma “por mis c…”