Hughes
Abc
Los recientes incidentes en Cataluña nos han enseñado el más allá de la equidistancia. Los equidistantes venían a ser tibios, tibios por convencimiento, estupidez o, sobre todo, quizás, por su propio provecho. Una posición presentada además desde la superioridad moral, disfrazada de principios más altos.
Esto ha sido un clásico, parte del paisaje. Pero los violentos acontecimientos de esta semana (Arran: “Las barricadas no son violencia) nos están descubriendo, además de sonoras caídas del guindo (de las que se rehacen como el chulapo del chiste: yo no me he caído, yo me he ti-ra-do) un nivel superior en la equidistancia. Un pasito más consistente en… cenar fuera. Como la equidistancia ante un enfrentamiento violento se hace ya complicada han optado por abstraerse. No darse por enterados. “Estuvimos de cena, ajenos a todo”. El desdén olímpico ante la trifulca de unos y otros.
¡Ah, qué pereza y horror tener que tomar partido!
¡Oh, qué terribles opciones para tanta belleza moral!
Tener que posicionarse en un caso así ¡es como someter a Kant a un tipo test! Ni Faulkner ha escrito subordinadas como las que se están leyendo estos días para introducir el “pero” entre tanta justificación (hipotaxis no, ¡hipoüber!) Siempre hay, para ellos, un restaurante abierto, una terracita donde tomar quesos (a toda esta gente le encanta el queso). Un sitio donde meter la cabeza debajo del ala. Yo he llegado a leer que los radicales se envalentonaban cuando aparecía la policía, ergo: sobraba la policía, viciosilla, que es un poco como aquello de Cruyff: ¿En qué es bueno Manolo? ¿En el desmarque? Pues no lo marcamos.
Los equidistantes están siendo un auténtico espectáculo y han optado, como corresponde a su naturaleza pedante y un poquito desahogada, por imitar a James Joyce, nada menos: “Ah, pero ¿es que hubo una Guerra Mundial?”.