sábado, 13 de julio de 2019

Una burbuja así de grande



Gustavo Bueno


Hughes
Abc

No lo dijo un apparatchik encadenado a Génova, lo dijo Octavio Granado, secretario de Estado de Seguridad Social, durante un curso de verano: «Los socialistas lo hicimos fatal en 2008. Dejamos que se destruyeran tres millones de empleos». Esto coincide con la impresión popular (no del partido) y ciudadana (no del partido): Zapatero gestionó muy mal una crisis que negó y que luego agravó con engendros como el Plan E.

Los socialistas irredentos se defienden diciendo que era una burbuja heredada, pero es que Zapatero también las tuvo de propia creación, como la de las renovables que ayer reconocía, causa, entre otras cosas, del aumento del precio de la electricidad.

Dos cosas hay que añadir aquí. Una es que con ser esto grave, no fue lo peor de la gestión de Zapatero, autor de una avería que ya solo puede calibrar la Historia. La otra es que resulta extraño, de repente, entenderle. Para decir esto se dejó de esa retórica de nubes y evanescencias que gastaba de presidente. Aquí le comprendimos todo: desarrollamos las energías renovables al precio de crear un burbujón.

¿Por qué entonces no hablaba así? ¿De qué forma nos mentía?

Gustavo Bueno supo ver la trascendencia de Zapatero y le dedicó un libro a su pensamiento Alicia. Llegado un momento, sostenía, ese pensamiento se convertía en algo de mala fe. Lo explicaba recurriendo a la negociación con ETA, quizás lo más grave de todo. Cuando la oposición esgrimía unos sólidos argumentos dialécticos, ZP pasaba a una retórica simplista, sofística. Un cambio de plano que hacía imposible el diálogo aunque diálogo fuera la palabra fetiche. «Encubrimientos de la realidad», concluyó Bueno.

No solo fue la crisis económica, la discordia civil o el Estatuto barra libre de Cataluña, fue sobre todo la apertura de un período en que el lenguaje ya no iba a ser vehículo de entendimiento. La corrosión mental, discursiva, lógica afectaría al conjunto del país. El efecto de Zapatero es por ello abismal y su confesión se queda en el reconocimiento de muy poca cosa.

ZP, sin embargo, no fue un marciano ajeno a todo. Prolongó dos pautas: la economía de amigos a las faldas del Estado (las burbujas tienen también que ver con eso) y el delirio terminológico de la Constitución del 78, de la que Zapatero no es tanto traidor como hijo adulterino.