viernes, 23 de febrero de 2018

Gabrielismo



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Con la tocata y fuga de Anna Gabriel, el tabarrón catalán entra en su período más emocional y confuso, el mismo que en abril del 70 describió Pemán antes de tomarse su vasito de agua clara en la memorable Tercera de ABC:

Es como llegar a una comedia en el segundo acto, cuando el desenlace se vislumbra cercano y las fuerzas dramáticas presionan para que ese desenlace sea de este modo o del contrario.
Estamos ante una comedia setentayochista (¡de consenso!), lo cual quiere decir que en ella (políticos que juecean y jueces que politiquean) pastelean todos “los nóminas” del Estado.

Esto es lo que Shakespeare llamó vivir donde la confusión ha hecho su obra maestra.
Para empezar, el gabrielismo no aspira a una Nación, sino a un Estado, con sus nóminas para convidar y sus “maderos” para mandar, pero la propaganda oficial insiste en llamar nacionalismo al estatalismo (¡sed de Estado!) catalán, con sus finos analistas preguntándose cómo una comunista como Gabriel puede ser nacionalista. ¡Pues porque es estatalista! Pero ya dijo Tom Paine que los gobiernos están establecidos sobre principios falsos y emplean después todo su poder en ocultarlo. 

Entre chistes de duchas, Madrid no parece negar a Cataluña su Estadito: sólo exige que sea… consensuado (¡el federalismo del periódico global!).

La socialdemocracia (un Régimen sobre ruedas: de molino para “comulgar” y de hámster para “avanzar”) también llama “populismo” al “trumpismo”, pero el “America First” de Trump es nacionalismo, aunque muy inferior al de Jefferson, quien en su delirio acusaba a Hamilton de anglófilo y monárquico. Nacionalismo que en América, por falta de Estado, nunca degenerará en fascismo. ¿Qué fascismo puede ejercer alguien empeñado en reducir el Estado a su mínima expresión?

Con la Constitución del 78 en la mano, el tabarrón catalán es irreversible (¡la “conllevancia” orteguiana!), y la única duda es saber hasta cuándo los españoles podremos sostener esa mamandurria.