viernes, 23 de febrero de 2018

Censura


Hughes
Abc

Veo con poco asombro y bastante regocijo cómo han salido las fuerzas vivas (vivas y orgánicas) del piriodismo español a defender las libertades todas, las de de expresión y pensamiento, la artística y la ideológica, gravemente amenazadas todas ellas, al parecer, por la retirada de una obra de Arco. Los fanboys de Llarena y los palmeros del 155, incluso algunos que desean ilegalizar los partidos independentistas, consideran que estamos ante un hecho gravísimo. La democracia está en juego. La democracia es el gobierno del pueblo. La democracia no está en juego por eso. Hay que ser alcornoque.

Y la censura creo que es otra cosa, o más propiamente otra cosa. Creo que es la limitación de ciertas ideas por parte de los poderes públicos. De lo que ocurre en el ámbito privado prefiero no hablar porque entiendo que estamos ante lectores adultos (por improbables que sean). Ifema es pública, y los organizadores de la feria se deben a criterios no estrictamente caprichosos, pero incluso en la elección de la obra puede haber cierto margen de discrecionalidad y puede que juegue lo comercial o un criterio de oportunidad.

La retirada de una obra que buscaba la polémica es torpe porque garantiza más polémica. Es un error, pero es una censura menor. La obra puede ser expuesta, difundida, comprada, vendida, reproducida en cualquier otro lugar. Podemos estamparnos camisetas con ella. Nadie va a la cárcel (esperemos, ya no podemos asegurarlo) por opinar con insensatez sobre los presos políticos. No hay consecuencias jurídicas para el autor de la obra.

Lo que sí creo que nos enfrenta a la censura con mayúsculas son las penas recientes por opiniones. Hoy mismo conocíamos la pena de prisión para un periodista que en un vídeo relacionó homosexualidad y pedofilia. Por opiniones incorrectas o abiertamente equivocadas están metiendo a la gente en la cárcel. El argumento es el odio. O que “colisiona frontalmente con las opiniones científicas”. Esto afecta a gente de izquierdas y derechas, aunque fueran radicales de izquierdas y derechas. Lo que se consideraba delito de odio lo teníamos claro: negar el Holocausto. Ahora evoluciona, cambia. Se amplia con nuestra sensibilidad a todo lo relativo a ideas, raza, sexualidad…
La aplicación de la endurecida legislación antiterrorista (que se le aplica a Twitter más que a ETA) o el moderno concepto de odio están deparando un estrechamiento de lo que se puede o no se puede decir. El precio no es no exponer en Arco. El precio es la cárcel. La libertad de expresión no limita con Arco, ni con un exalcalde gallego del PP, limita con el delito de odio. ¿Cuándo lo que yo expreso empieza a ser odio? ¿Van a meter en la cárcel a los fanáticos religiosos por sus opiniones?
Debería añadir el proyecto de ley de la memoria histórica del PSOE que asegura penas de prisión para quien cuestione la Verdad histórica.

Pese a la exageración periodística, ni el equivocado criterio de Arco, ni el indeseado secuestro cautelar de la obra del periodista Nacho Carretero están en el centro del problema. Los problemas fundamentales están en otro sitio. Pero de eso se habla más bien poco. Los periodistas han defendido al artista de Arco. ¿Defenderán al periodista que subió el youtube considerado homófobo o habrá de convertirse en artista conceptual?