domingo, 22 de octubre de 2017

Tarde y mal




Hughes
Abc

En un mundo de politólogos y de constitucionalistas casi parece posible atreverse a dar una opinión sobre cosas tan serias como el artículo 155.

En los días previos, en los medios circuló la idea de un 155 suave y otro duro. Lo explicado por Rajoy es más duro que lo duro. El gobierno catalán es cesado, la administración intervenida y el parlamento acotado, limitado en sus funciones y sometido a un derecho de veto.

Son medidas muy duras que fuerzan el entendimiento del tenor literal del artículo 155 que habla de «obligar a dar cumplimiento forzoso» y de «dar instrucciones».

En mi insignificante opinión, Rajoy llega tarde y mal. O llega mal por llegar tarde, y va más lejos de lo que iría con la aplicación de alguno de los artículos del artículo 116 porque la medida es de medio plazo (no está sometida a plazo aunque se habla de un límite de seis meses) y porque va a representar la usurpación diaria y efectiva de la autonomía catalana. Es verdad que los primeros en lesionarla y herirla de muerte han sido los gobernantes golpistas encabezados por Puigdemont, pero el efecto que cada medida administrativa y técnica tendrá sobre la opinión púbica catalana es de difícil cálculo.

Creo que Rajoy ha podido cometer un acto de chapucería, como chapucero y dañino fue el proceder el 1-O. Me hago cargo de que su decisión no era fácil.

No sé si el gobierno pondera bien la mentalidad del catalanismo, seguro que sí, pero esta medida, como la intervención aparatosa del 1-O, le da argumentos, razones, victimismo y socava al Estado en esa región.

¿Qué alternativas había? Esto es un galimatías, esto es un trauma generacional.

Instar desde el principio la aplicación judicial del código penal. La sedición, no tanto la rebelión. Desde la nueva tipificación del delito de rebelión en el año 95 por la reforma del Código Penal de Belloch (éxito de las mociones nacionalistas), el tipo penal exige violencia, que no la ha habido. Esto despenaliza la secesión, y obliga a medidas jurídicas distintas.

La accion judicial, bien protegida y animada, y la prontitud y acotamiento (un mes) del 116 en su debido momento quizás fueran los instrumentos menos discutibles.

Es un ordenamiento con fallas aplicado con falta de diligencia y un extraño y sospechoso sentido de la prudencia por este gobierno (eso que Rajoy llama «sentido común» y que nunca sonó tan mal).

Pero ya no hay tiempo. Oportunidad perdida. El 155 se ha tratado todo este tiempo como un artículo amuleto, como una especie de comodín mágico. El bisturí definitivo. Y ahora uno se explica la razón: se ha entendido como una puerta abierta al espacio jurídico exterior. Un permiso de la constitución para irse fuera de ella. El gobierno rediseña de un plumazo lo que puede y no puede hacer el Parlament, cesa al gobierno y responde al golpe con algo excepcional, sin marco y sin limitaciones. Algo casi discrecional. El 155 como el fondo mágica de una chistera jurídica. La «excepcionalidad» está bien tasada en el 116 y en su ley de aplicación. La excepcionalidad del 155 es un saco sin fondo.

Pero los expertos dirán, aunque los expertos nos han traído hasta aquí.

Esta medida parece ya el inicio de un deterioro imparable del régimen del 78. Nada bueno saldrá de aquí, porque si se convocan elecciones en unos meses volveremos a una situación similar. ¿Y se piensa alargar la intervención? Eso sería aplazar sine die una forma de excepcionalidad.

El pesimismo es absoluto. Sólo el hastío popular hacia tanto desvarío puede tranquilizar las cosas. No hay que olvidar que Cataluña ya ha visto intervenida y limitada su autonomía financiera, y no ha pasado nada, o, mejor dicho, no ha pasado nada más. Las medidas de Hacienda ya suponen una intervención no tan visible de la Generalitat. Paga Madrid, paga el gobierno y los catalanes, milagrosamente, cobran antes.

El hastío es la gran esperanza.

Pero política (y supongo que también jurídicamente) este 155 es otro paso más en la degeneración de un régimen constitucional en descomposición.

Obviamente, la solución no es el golpismo nacionalista.

Pero el régimen de partitocracia y estado autonómico del 78 ha acabado con Pujol votando un siniestro simulacro y con la autonomía catalana intervenida por la tecnocracia sorayomontoril.

Se parece mucho al principio de un fin. A un acabose.

Nota: El 155 ha servido ya para alinear claramente a Podemos junto a los golpistas nacionalistas. Ah, de aquellas cenas...