Hughes
Abc
El crimen de Charlottesville ha hecho que en el debate americano aparezca con fuerza el factor “nazi”. A las pocas horas, el NYT ya pedía la cabeza de Bannon. El esquema lógico es el que sigue:
Los Alt-Right son nazis y/o supremacistas (dicen ellos).
Los Alt-Right leían el medio de Bannon (o simplemente tienen algún tipo de relación vía Breitbart o a través de un grupo de Facebook compartido o incluso paranormal, como en el caso de la actriz Alyssa Milano, que vio a un elfo navideño hacer el saludo nazi y culpó al psoriásico populista). Por lo anterior: Bannon es nazi y/o supremacista.
Esto permite que la oposición a Trump abandone por un momento la temática habitual de Rusia o el inmediato holocausto nuclear, y se centre en el supremacismo, asunto que del modo descrito relacionan directamente con Bannon. ¿Por qué esa fijación? ¿Importa tanto Bannon? No parece. Ni se le conocía ni se le conocen muchas opiniones. Lo que interesa es lo que está detrás de Bannon, el movimiento populista que permitió a Trump ganar las elecciones. Dentro del caos de Trump, supondrán, debe de haber un núcleo pensante y entre todos han decidido que sea él (porque si, como aseguran, Trump es tonto… ¿quién les ha robado las elecciones?).
Pero la cuestión de la violencia derechista debería preocuparles un poco más. En realidad no es así, claro. Su interés es meramente coyuntural. Los análisis de la violencia ultra son bastante toscos. Para empezar, no distinguen grupos ni protagonistas. Lo mezclan todo en el vago concepto “nazi” o “Alt-Right”, confundiendo, en este último caso, el movimiento cibernético reciente con la naturaleza de la derecha extrema anterior. Asoma aquí un interés muy perceptible: la Alt-Right de Infowars o Breitbart está asociada al trumpismo. Por eso es mejor para ellos cargarle todo a esa etiqueta en lugar de usar la de Far-Right, anterior y más apropiada. Es el término (derecha extrema, derecha dura) que al menos utiliza Arie Perliger, reconocido experto en este tipo concreto de violencia. Dentro del far-right con pasado o potencialidades de violencia, Perliger distingue varios grupos. Nos puede ayudar.
Por un lado estaría el supremacismo. El KKK, de muy antiguo abolengo, o los más recientes grupos de neo-nazis y Skin Heads… Otro grupo sería el Cristiano Identitario. Los nativistas o exclusivistas, quienes creen que son los anglosajones y no los israelíes el pueblo elegido. Aquí se mezcla también el antisemitismo, el segregacionismo racial… un extraño cóctel que acaba en la seguridad de un apocalipsis. Junto a ellos, supongo que por proximidad religiosa, incluye a los movimientos antiabortistas. Por último están los movimientos antifederales. Tienen tendencia a organizarse en comunas armadas, en milicias. Les mueve el resentimiento contra el gobierno federal. Su eclosión se produce en los noventa, y se ha relacionado con las crisis económicas de las granjas y los trastornos en el modo de vida interior por los cambios tecnológicos. Este movimiento también es una reacción en defensa del derecho a llevar arma. Serían los que también protegen la frontera. Defensores de la Constitución, fuertemente vinculados a una idea de libertad individual (son “patriotas constitucionales”,¡pero no a los Habermas!) y a una noción conspiranoica (o quizás no) sobre un Gobierno Mundial que acabará con la constitución americana como la conocen. Son nacionalistas, pero de una determinada manera. Su fijación es reprimir los excesos del gobierno federal. Estos serían los grupos fundamentales. Lo interesante es que Perliger ha recogido datos sobre su violencia.
En primer lugar, vamos a ver lo que ya “sabemos”, lo que se ha dicho en los medios últimamente.
Los datos de Perliger permitieron a una parte de la izquierda americana plantear el argumento de que la violencia blanca extremista es más dañina para Estados Unidos que la del islamismo radical.
Perliger usa un esquema de pirámide para estudiar la violencia del extremismo político. Hay una expresión criminal, asesinatos, que aparece en los medios y otra, invisible, que está en la base. Ésa creció mucho tras la victoria de Trump, nos dice. En los días siguientes a su victoria se denunciaron cerca de 900 incidentes (hay algún artículo memorable al respecto en la prensa española). Perliger ha denunciado también que se haya recortado fondos para el tratamiento específico de este tipo de violencia (algo que, dedicándose él profesionalmente al asunto, parece normal) . Considera también que la violencia far-right se caracteriza por algo no premeditado. No se planean. Los crímenes surgen en encuentros de rabia, estallidos. Por eso considera que no hay que perseguir tanto a los grupos organizados como la difusión de su ideología. Volveríamos aquí al espinoso asunto de la libertad de pensamiento, expresión y reunión para ciertas ideologías. Perliger no sólo pide más presupuesto y replantear el tipo de vigilancia a los grupos, Perliger pide que esa violencia far-right se considere terrorismo doméstico. Pero esto es lo que ya sabíamos por su reflejo o eco en la prensa. Lo que está en el ambiente. Lo menos conocido es el informe que al respecto presentó en 2012. Trump aún era un personaje de las páginas de sociedad o televisión, aunque ya había registrado el MAGA. Perliger presentó datos sobre la evolución de esta violencia. Y el crecimiento de la misma es muy anterior. Es en los 90 cuando la violencia far-right aumenta. De 70 ataques de media por año en los 90 se pasa en el período 2000-2011 a un número medio de 307,5 por año. Un incremento del 400%.
El experto observa algunas pautas. La violencia crece siempre en el año electoral y el anterior. Los períodos electorales excitan a estos grupos far-right, bien porque encuentran que sus acciones tendrán más eco o bien por la mera exacerbación de su radicalismo política (en relación con esto, la decisión demócrata y de los medios de abrir un período continuo de deslegitimación a Trump no parece que vaya ayudar. No se relaja el ciclo político). ¿Pero qué explica el aumento de esa violencia? Al ser esa violencia de derechas y repugnante a una sensibilidad analítica, notamos que no se explica tanto el por qué como el para qué. Hay algo contradictorio. Se reconoce que muchas veces son actos no planeados, pero por otro lado se quiere explicar el aumento de la violencia en un mecanismo para el reconocimiento de sus demandas. La violencia las hace audibles, las pone en el debate. Hay, sin embargo, algunas observaciones iluminadoras. La violencia far right respondió de manera significativa a las legislaciones en materia de aborto y muy especialmente a las de restricción o mayor control de la venta de armas en los años 90. Sería una reacción directa a algo que consideran ataques a su forma de vida y a la constitución americana. No sólo una respuesta supremacista.
En fin, es un asunto complejo y apasionante (como todos los asuntos), pero no está tan claro que el sujeto extremista sea tan unívoco (ni necesariamente primo de Bannon), ni está tan claro que la violencia la haya despertado Trump, ni que sea solamente racista.
Dicho todo esto, claro, sin ánimo de ofender.
Los datos de Perliger permitieron a una parte de la izquierda americana plantear el argumento de que la violencia blanca extremista es más dañina para Estados Unidos que la del islamismo radical.
Perliger usa un esquema de pirámide para estudiar la violencia del extremismo político. Hay una expresión criminal, asesinatos, que aparece en los medios y otra, invisible, que está en la base. Ésa creció mucho tras la victoria de Trump, nos dice. En los días siguientes a su victoria se denunciaron cerca de 900 incidentes (hay algún artículo memorable al respecto en la prensa española). Perliger ha denunciado también que se haya recortado fondos para el tratamiento específico de este tipo de violencia (algo que, dedicándose él profesionalmente al asunto, parece normal) . Considera también que la violencia far-right se caracteriza por algo no premeditado. No se planean. Los crímenes surgen en encuentros de rabia, estallidos. Por eso considera que no hay que perseguir tanto a los grupos organizados como la difusión de su ideología. Volveríamos aquí al espinoso asunto de la libertad de pensamiento, expresión y reunión para ciertas ideologías. Perliger no sólo pide más presupuesto y replantear el tipo de vigilancia a los grupos, Perliger pide que esa violencia far-right se considere terrorismo doméstico. Pero esto es lo que ya sabíamos por su reflejo o eco en la prensa. Lo que está en el ambiente. Lo menos conocido es el informe que al respecto presentó en 2012. Trump aún era un personaje de las páginas de sociedad o televisión, aunque ya había registrado el MAGA. Perliger presentó datos sobre la evolución de esta violencia. Y el crecimiento de la misma es muy anterior. Es en los 90 cuando la violencia far-right aumenta. De 70 ataques de media por año en los 90 se pasa en el período 2000-2011 a un número medio de 307,5 por año. Un incremento del 400%.
El experto observa algunas pautas. La violencia crece siempre en el año electoral y el anterior. Los períodos electorales excitan a estos grupos far-right, bien porque encuentran que sus acciones tendrán más eco o bien por la mera exacerbación de su radicalismo política (en relación con esto, la decisión demócrata y de los medios de abrir un período continuo de deslegitimación a Trump no parece que vaya ayudar. No se relaja el ciclo político). ¿Pero qué explica el aumento de esa violencia? Al ser esa violencia de derechas y repugnante a una sensibilidad analítica, notamos que no se explica tanto el por qué como el para qué. Hay algo contradictorio. Se reconoce que muchas veces son actos no planeados, pero por otro lado se quiere explicar el aumento de la violencia en un mecanismo para el reconocimiento de sus demandas. La violencia las hace audibles, las pone en el debate. Hay, sin embargo, algunas observaciones iluminadoras. La violencia far right respondió de manera significativa a las legislaciones en materia de aborto y muy especialmente a las de restricción o mayor control de la venta de armas en los años 90. Sería una reacción directa a algo que consideran ataques a su forma de vida y a la constitución americana. No sólo una respuesta supremacista.
En fin, es un asunto complejo y apasionante (como todos los asuntos), pero no está tan claro que el sujeto extremista sea tan unívoco (ni necesariamente primo de Bannon), ni está tan claro que la violencia la haya despertado Trump, ni que sea solamente racista.
Dicho todo esto, claro, sin ánimo de ofender.