lunes, 14 de agosto de 2017

De Versalles a Dunkerque: "Our Nature Never Changes"

 Alain Finkielkraut

Jean Palette-Cazajus

No tenía la menor intención de volver sobre el carísimo videojuego de Christopher Nolan, pero acabo de oír en France-Culture, emisora nunca suficientemente ponderada, la redifusión de una conversación del admirado Alain Finkielkraut con el gran historiador francoisraelí Saül Friedländer, especialista de la Shoah y del Tercer Reich. El título: “Reflexiones sobre el nazismo”. Y al hilo del diálogo, me he visto empujado a rebobinar el carrete de los acontecimientos que llevaron a Dunkerque y siguen pesando sobre nuestra historia cotidiana.

Saül Friedländer

El itinerario personal de Friedländer es de por sí una lección de historia de la pasada catástrofe mundial. Nacido en Praga, en 1932, como Pavel, en una familia judía de habla alemana y poco practicante, su padre luchó durante la Primera Guerra Mundial en las filas del ejército austrohúngaro. Ocupada Checoslovaquia por los nazis en 1939, los padres huyen a Francia. Cuando los alemanes ocupan Francia, los padres ocultan a su hijo en una institución católica donde es bautizado con el nombre de Paul-Henri. El joven Paul se considera un católico sincero y alimenta un tiempo el propósito de hacerse sacerdote. En 1943 los padres serán deportados, pero Pablo sólo se enterará de su muerte en 1946. El choque le devuelve la conciencia de su judeidad y Pablo termina emigrando a Israel en 1948 en el barco “Altalena”, cargado de armas destinadas al Irgún, la organización sionista radical entonces dirigida por Menájem Beguín y que se negaba a integrarse en “Tsahal”, el recién creado ejército israelí. Friedländer vivirá en directo la destrucción del “Altalena” por orden de David Ben Gurión. Ya ciudadano israelí, Pablo desanduvo entonces el Camino de Damasco y decidió llamarse Saül.

 Los historiadores del Tercer Reich suelen dividirse entre“intencionalistas” y “funcionalistas”, es decir, los que piensan que el exterminio de los judíos había sido planeado con antelación y los que consideran que fue dictado por las circunstancias históricas. Friedländer pertenece más bien a la primera opción y cuenta que Hitler ya había expresado sus intenciones genocidas ante sus compañeros de regimiento durante la Primera Guerra Mundial. Añade que minutos antes de suicidarse con Eva Braun seguía manifestando su esperanza de ver a los judíos borrados de la faz de la Tierra. Si bien considera que Hitler no tomó la decisión definitiva hasta 1941 movido por el conflicto con la URSS. Friedländer considera que la fe de los alemanes en el acuarelista austriaco era asombrosa, incluso llegada la hora de las derrotas, y que la nostalgia por el Führer duró hasta varios años después de 1945. Para el historiador israelí una buena mitad de los alemanes sabía perfectamente que se estaba exterminando a los judíos. De paso Friedländer evoca la cena en que comprendió definitivamente todo el antisemitismo del ambiguo y gran historiador alemán Ernst Nolte, nacido en 1923 y fallecido hace menos de un año, el 18 de agosto del 2016.

 El Altalena incendiado el 22 de Junio de 1948

En su conversación con “Finkie”, Friedländer insiste en la excepcional lucidez del historiador francés Jacques Bainville (1879-1936) frente a las consecuencias del Tratado de Versalles. Bainville, amigo de Charles Maurras, el literato y creador del partido monárquico “Acción Francesa”, consideraba que la ideología republicana era incapaz de hacer frente al pangermanismo militarista e imperial. En 1922 publicó un libro titulado “Las consecuencias políticas de la paz”. El título era evidentemente una contestación al libro publicado en 1919, con enorme éxito, por John Maynard Keynes y titulado “Las consecuencias económicas de la paz”. La conocida tesis del libro de Keynes se centraba en el excesivo peso económico de las reparaciones impuestas a Alemania que, según él, iban a pesar sobre la recuperación económica europea y harían de Alemania un país humillado y revanchista. Es una tesis que sigue gozando de un rutinario favor e ignora que el régimen hitleriano se gastó, en el letal rearme del tercer Reich, una cantidad siete veces superior a la de las reparaciones exigidas por el tratado.

 John Maynard Keynes
 
A Bainville le escandalizan ciertas opiniones de Keynes a quien, como buen británico, le parecía que Francia no había sufrido tanto como pretendía. Recordaré las cifras de pérdidas humanas: 1700 000 muertos y 4300 000 heridos, inválidos o mutilados para Francia, 1000 000 de muertos y 1663 000 heridos, inválidos o mutilados en el caso del Reino Unido. Pero al margen de los datos humanos, el gran economista británico parecía olvidar, como Nolan lo vuelve a hacer en su película, que la guerra se habia librado en territorio francés con las desastrosas y lógicas consecuencias materiales: el cuarto noreste del país (13 departamentos) quedó siniestrado; todas las infraestructuras de aquella zona, la más industrializada de Francia, minería, siderurgia, habían resultado arrasadas; 3 millones de hectáreas quedaron durante años, a veces definitivamente como en Verdún,  impropias para el cultivo; 800 000 casas fueron derruidas; 5000 puentes y 8000 kms de vías férreas destruidos. Mientras tanto, el aliado británico y el enemigo alemán podían compartir la enorme satisfacción de haber mantenido intacto todo su potencial productivo. En 1940 mucho le faltaba todavía a Francia para recuperarse. Los campesinos franceses, por citar un ejemplo, no volvieron a alcanzar su nivel de vida de 1914 hasta 1954. Estas podrían ser razones suficientes para explicar cómo se pudo llegar a la tragedia de Dunkerque.

El asombroso éxito del libro de Keynes en Estados Unidos y en el Reino Unido le garantizó al autor, hasta entonces impecune, una holgura vitalicia. Sobre todo determinó toda la subsiguiente opinión anglosajona sobre la actitud francesa, considerada entonces egoísta, arrogante e irresponsable. Cabe que Francia, en ese momento, haya podido manifestar miopía, pero tal miopía era inevitable por parte de un país desangrado y obnubilado por evitar la repetición de una catástrofe de la que tal vez –era la tesis de Raymond Aron– no se haya recuperado nunca. Entiendo que tal indiferencia frente a los sufrimientos de Francia prefigura ya la ceguera ostentada por el trivial juguete cinematográfico.

 Jacques Bainville

Se ha calificado el libro de Bainville de obra maestra del análisis geopolítico. Se ha destacado su asombrosa lucidez. Ya en 1922, el historiador anticipaba el “Anschluss”, o sea la anexión de Austria, la invasión de los Sudetes, el pacto germanosoviético para despedazar Polonia. Anticipaba todas las trampas con que Alemania burlaría  las disposiciones inútilmente instituidas por el tratado de Versalles para evitar su rearme. Pero la eminente historiadora de Oxford, Margaret Mac Millan en una gran obra de referencia, Peacemakers: Six Months that Changed the World, John Murray, 2003, no cita a Bainville. El historiador francés no figura siquiera en las 14 páginas de su bibliografía. Ya lo dijimos: “That’s their nature”.

Les pueden interesar unas breves líneas del libro de J.M. Keynes (las traduzco del francés): “Inglaterra siempre permaneció fuera de Europa. No advierte las agitaciones silenciosas de Europa. Tiene a Europa al lado y no es un trozo de su carne, un miembro de su cuerpo. Pero Europa forma un bloque compacto: Francia, Alemania, Italia, Austria, Holanda, Rusia, Rumanía y Polonia respiran al unísono. Su estructura, su civilización son fundamentalmente una. Juntos, estos países han prosperado, juntos se han visto arrojados a una guerra fuera de la cual hemos permanecido ecónomicamente apartados (como América pero en menor grado), a pesar de nuestros sacrificios y de nuestra enorme ayuda...”. (“Las consecuencias económicas de la paz”, 1919).

1917
La catedral de Reims incendiada y bombardeada