viernes, 30 de septiembre de 2016

Tierra y mar

Carl Schmitt

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Mathias Döpfner, presidente ejecutivo de Axel Springer, cree que, al liberarse, por el Brexit, de las normas de la Unión Europea (¡esos 170.000 folios de regulaciones para justificar las nóminas de los eurócratas y las panzas de los abogados administrativistas!), la economía británica podría superar a lo que queda de la europea en tres años.

Estamos, pues, en “Tierra y mar”, el libro visionario que Carl Schmitt dedicó en 1942 a su hija Anima.

Schmitt imaginaba Inglaterra como un barco que se aleja de la tierra firme y zarpa a la conquista de los océanos –resume Franco Volpi en su estudio para la edición española.
Como potencia marítima, Inglaterra podía prescindir de todo aquello que para la Europa continental era necesario: la monarquía absoluta, ejército permanente, un sistema de leyes... y, por supuesto, los 170.000 folios de Bruselas.

El pueblo inglés no ha tenido necesidad del Estado y se ha convertido igualmente en una potencia mundial –dice Schmitt a su compañero de paseos–. Fíjate, ¡el pueblo inglés ha optado, contra el Estado, por el mar abierto! Nosotros, en cambio, somos seres que pisamos la tierra. ¡No podemos ni siquiera entender qué significa el mar abierto!
El dominio sobre el mundo con una  forma de existencia marítima es la clave de la historia moderna para Schmitt, que no puede evitar la comparación con Alemania: “Alemania nunca ha sido más que un Estado continental europeo de tamaño medio. ¡Éste es nuestro destino, un destino de ratones de tierra! El ‘Reich’ alemán es ridículo en comparación con el ‘Empire’ inglés”.

Y escribe a su amigo Jünger, destinado en el frente del Cáucaso:

En el final de mi librito se afirma que la historia es un camino que discurre por los cuatro elementos. Ahora estamos en el fuego… Eso que se llama ‘nihilismo’ es la combustión… De las cenizas nacerá después el Fénix, el ave que simboliza el reino del aire.
Como historiador, Schmitt no entrenaba nuestra memoria, sino que exploraba nuestra fantasía.