jueves, 22 de septiembre de 2016

Sed Libera Nos A Malo... Epístola a los crédulos

 Identidades idénticas
Primera República Española
1873

Identidades idénticas
Tercera República Francesa
1875


Jean Palette-Cazajus


(La Gran Paradoja y la encuesta del Institut Montaigne)


¿Derecha o Izquierda? Nunca pude optar por la hemiplejía. Ortega y Gasset se me había anticipado en 1930,  "... es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía ...”

Los síntomas de la cruel minusvalía aparecen claramente en el tema de las identidades. El concepto es cardinal. Identidad biológica, individual, síquica. Se hace polémico cuando es referido a las llamadas “identidades nacionales”. Porque no es evidente trasladar a una colectividad las características de un organismo individual. Sobre el tema, y como era de esperar, la caricatura reina en ambos extremos del espectro hemipléjico. Los diestros no ven el problema y adoran sin empacho una tosca estampita de colorines. Los siniestros ven el problema y lo solucionan con igual desahogo, negando la realidad del concepto. 

Quienes disfrutan de ambos hemisferios intuyen que nos enfrentamos a una representación sin duda real, pero particularmente volátil e inestable. Entienden que la identidad de una colectividad histórica sólo puede ser evolutiva, fluctuante, inaprensible e intermitente, que es la suma contradictoria de millones de sensibilidades individuales. Sensibilidades que oscilan desde el odio a la propia identidad hasta el fetichismo cerril, pasando por la indiferencia. Las identidades nacionales aparecen sobre todo básicamente estructurales e interrelacionadas,  pues cualquiera entiende  que dependen de la evolución  simultánea de otras  identidades antagónicas o colindantes. Dicho de otra manera, quien habla de “Identidad” postula por definición una “Alteridad”.

Europa sostenida por África y América
W. Blake, 1796

Recordemos que el concepto es muy reciente, que se forja no mucho más allá de finales del siglo XIX, y que la propia expresión de “identidad nacional” es rabiosamente moderna. Los europeos tenemos metabolizada la idea de que el siglo de las catástrofes se inicia en el momento en que terminamos de pergeñar el relato de nuestras identidades. Coinciden, prácticamente, la tendencia a saltar a la yugular del vecino y la que nos llevó a  merendarnos muchas poblaciones exóticas harto sorprendidas por la visita. Finalmente escaldados, creímos entender que el nuevo reto de la construcción europea tenía por vocación extinguir la virulencia de las pasadas identidades y reconducirlas hacia un continente definitivamente pacificado.

Así nos metimos en la temática de la Gran Paradoja. La progresiva renuncia a las propias identidades, entendidas como agresivas y culpables, fue la primera manifestación de nuestro masoquismo pero también la última de nuestra soberbia. Nuestro desarme unilateral  se consideró necesario para que pudieran expresarse las otras identidades, las que habíamos contribuido a apagar. Las presumimos todas ellas  inocentes, inofensivas y benévolas por definición. Es decir que la condescendencia que nos llevó a la voluntad de dominación se perpetuó de forma suicida en nuestra incapacidad de augurar el lógico futuro. En este caso la emergencia, entre los pasados damnificados, del sentimiento más inmemorial y mecánico en la larga historia de la conflictividad humana, la ley del talión, la sed de venganza. Dicho de otra manera, cuando éramos fuertes y agresivos, modificamos definitivamente la historia de numerosas poblaciones. Hoy, arrepentidos, culpables y pasivos, ni se nos ocurrió que dichas poblaciones quisiesen y pudiesen, en algún momento, modificar la nuestra. La Gran Paradoja postuló la Historia como universal, pero la hemos vivido como particular burbuja cerrada al exterior.

Ejércitos en marcha

El principio del proceso fue el traslado progresivo de masivas fracciones de las poblaciones anteriormente dominadas hacia el suelo del dominador. La culpabilidad arrepentida se vistió entonces, hablando como Rawls, con un “velo de ignorancia”. La llegada de los primeros inmigrantes de la era poscolonial fue referida a un modelo piadoso, el del individuo, solitario, desvalido e inerme. Hoy la realidad consiste en comunidades poderosas, cerradas, agresivas y revanchistas. Pero la venda rawlsiana no acaba de caer de los ojos y la perezosa ideología compasiva se mantiene inmutable.

Pero nada permitió visualizar mejor los conceptos básicos que intentamos manejar como las imágenes de la gran migración de los pasados meses.  Vimos masas humanas que recordaban a los ejércitos en marcha de antaño, sitiando las fronteras de Europa. Y las vimos en más de una ocasión usando el recurso clásico de la presión agresiva. Pero el arma más eficaz seguía siendo la indefensión, real o simulada, capaz de perforar los corazones más blindados y destinada a provocar la rendición incondicional de la Europa compasiva. No se nos ocurre llamar invasión al resultado de la pasividad o del sistemático retroceso frente a la presión migratoria y culpabilizadora, binomio implacable y concertado. Frente a un continente condenado al destino de eterno centro asistencial, el número de candidatos crece de forma exponencial, movidos por infundados espejismos cuando no exigencias cínicas. El reto supera la capacidad de respuesta de las sociedades más prósperas y el único resultado es el crecimiento exponencial del resentimiento y la profundización de la grieta cultural.

Viaje de ida

Corazón fisible del problema que nos ocupa es el particular fracaso integrativo de las poblaciones sometidas al Islam. Ha querido una inesperada casualidad que me sorprenda, en medio de este trabajo, la publicación de una amplia y rigurosa encuesta del Institut Montaigne que ya está dando, y dará, que hablar. Dispongo de repente de las soñadas estadísticas. Observo que corresponden a mis intuiciones, cuando no las empeoran. La población musulmana en Francia sería así del 5,6%, pero alcanza el 10% entre los menores de 25 años. Quedan en evidencia los demográfos bienpensantes que afirmaban que no existía diferencia significativa entre la fecundidad de indígenas e inmigrados, en contra de la simple percepción callejera. Confirmación de que se trata de una demografía de combate y de autoafirmación comunitaria. 

Luego viene el trauma:¡Casi un 30% de los encuestados consideran la Sharia más importante que las leyes de la República! Pero entre los proliferantes menores de 25 años, la cifra alcanza el 50%. Si nos guiamos por referentes como las actitudes frente al velo islámico, la comida halal o la cifra de enterrados en el país de origen, cabe inferir que el porcentaje de quienes dan en buena medida la espalda a los valores del país de cuya nacionalidad, mayoritariamente, se benefician, llega hasta el 70%. La encuesta estima en un 18% el porcentaje de los musulmanes que cumplen los criterios de una integración lograda. Casi todos ellos, como era previsible, pertenecientes a los estratos socioeducativos más elevados.

Y viaje de vuelta

A largo plazo el porvenir se anuncia sombrío. A corto plazo se trata de un claro fenómeno de “balkanización”. La imagen más adecuada sería la de un enorme quiste de corazón pétreo y de bordes algo más dúctiles, instalado en el corazón de la nación. Se habrá entendido que el caso francés, particularmente instructivo por razones históricas, lo comparten o lo compartirán, en breve plazo, otras muchas naciones. Como los cretinos religiosos que piensan que la verdad de sus creencias salta a los ojos, hemos creído que la excelencia de nuestros valores era evidente. Era sólo una cuestión de tiempo para que, una vez instalados en nuestros países, los musulmanes los adoptaran y se fundieran en el molde nacional. No ha sido así. Hoy sabemos que una mayoría los rechaza y que muchos los odian visceralmente. No solamente la mayoría no se ha montado en el progresivo tren de nuestra historia lineal sino que muchos, como los indios de las películas, han irrumpido para atacarlo transversalmente. Fieles a la ley de la Gran Paradoja, nos volvió a cegar la soberbia y quisimos creer en la solubilidad del Islam en una sociedad democrática. La partición de la India, en 1947, con la secesión de Pakistán, fue la primera advertencia sobre la imposibilidad del envite. Siguió una interminable serie de coyunturas sangrientas que seguimos sin querer interpretar. 

Pero Alien se fue incubando clandestinamente durante generaciones y se nutrió con nuestro metabolismo. Sus referencias, sus valores y comportamientos son  absolutamente ajenos a nuestra filiación histórica e intelectual. Otra consecuencia de la Gran Paradoja es que el nivel intelectual, económico y societal del espacio cultural europeo donde arraigó el Islam, fue el que permitió a buena parte de sus seguidores permanecer amodorrados entre los renglones de una versión polvorienta y caduca que, abandonada a sí misma se mostraría incapaz de garantizar la viabilidad de ninguna sociedad. Es la vieja historia de los huevos del cuco. Los etólogos llaman cleptoparasitismo a este tipo de comportamientos.


Monna Lisa y el pluralismo

El error trascendental consiste en pensar que semejante ideología, en total contradicción con nuestro recorrido, pueda constituirse en un elemento más del sistema plural. El Islam tradicional es un sistema ideológico que pretende aportar una respuesta global a la realidad humana. Su única referencia es la “Umma”, la comunidad de los creyentes. El resto del mundo, nuestras naciones, se diluyen en el horizonte borroso y hostil de los infieles. Ajeno a nuestra historia, se le puede considerar, sin embargo, como una versión extrema y petrificada de lo que era nuestra sociedad premoderna, precrítica y prerracional. Contemplamos, incrédulos, su impensable resurrección bajo una forma vigorizada y particularmente agresiva. 

Nuestro problema es profiláctico. Cuando, tras muchas campañas de vacunación, una grave enfermedad desaparece totalmente de una sociedad, tiende a olvidarse la necesidad de la vacuna. Si reaparece la enfermedad, el peligro inmediato puede ser enorme. En nuestro caso la nueva campaña de vacunación debería ser particularmente enérgica, basada en el cuestionamiento crítico, radical y constante de los comportamientos anacrónicos, pretendidamente basados en el hipotético sonajero de la “Revelación”. Apoyada en una escuela santuarizada como transmisora de valores. En lugar de este básico cordón sanitario, y acorde con el catastrófico proceso evolutivo de las enfermedades autoinmunes, la reacción, suicida, consiste en integrar a nuestro organismo los anticuerpos que lo agreden.

Anticuerpos