sábado, 24 de septiembre de 2016

La Merced en Córdoba

La Virgen de la Merced en el Zumbacón
  
Francisco Javier Gómez Izquierdo

        Va para unos veinte años cuando los funcionarios de prisiones,”represores fascistas” en necio discurso de la alcaldesa Ambrosio en nefasto día del presente año, empezaron a detectar un elevado número de ingresos en las cárceles de marroquís, argelinos y distintos individuos procedentes de las naciones del golfo de Guinea que se suponía llegaba en pateras  y que les parecían más que majarones.

      Hubo Mohameds de siempre del chocolate que confesaron cierta connivencia de las autoridades del lado de allá para desprenderse de locos evidentes a los que ataban unas planchas de jachís en las costillas para que las entregaran en Algeciras, Conil, Fuengirola o Motril y allí empezaran a “buscarse la vida”, como diría el Kichi. Pateras había en las que sólo venían orates y eran las que los chivatos ponían en el ojo de la Guardia Civil. Esto, dicho así hoy, puede parecer ventajista, inaceptable y por supuesto políticamente incorrecto. Pero, desgraciadamente para unos pocos, señora alcaldesa, es verdad.

     En septiembre, por la Merced, los boquis oyen discursos de las autoridades -la señora Ambrosio y su troupe municipal ignora vírgenes y mártires y no se suele enterar de la conmemoración, ella que es alcaldesa y tiene enterrado al lado de su casa al reformador de los Trinitarios, aquellos que liberaron a Cervantes-, reciben placas de veteranía y hablan de sus peripecias pasadas. Los más antiguos, con los que me suelo juntar, desgranaban en el ágape de hoy un rosario de percances con los majarones de los que quiero poner unas pinceladas.

      Los Larbys, Nabiles y Omares  irreductibles de pincho presto han ido eternizándose en las prisiones y han ido muriendo poco a poco a manos de los de su condición durante fugaces permisos en barrios poco recomendables, pero aún perduran esquizofrénicos y psicópatas de aquellas tandas y otras nuevas que son trasladados de cárcel en cárcel cada vez que cometen canalladas sin justificación y sin conocimiento en régimen de primer grado. No pueden estar con nadie. Intentan matar si consideran que los miras mal, si no les gusta los macarrones, si la visita prometida no viene, en el amanecer de luna llena...

    A un negro gigantesco del Golfo de Guinea, de un “negro subido” como diría don Pío Baroja, y con músculos para explicar Anatomía en la Facultad de Medicina, no le gusta que le llamen por su nombre. “...Feliciano sólo me llama mi papáaaa..” dice al funcionario en el recuento de las ocho y el funcionario ya le toca cavilar y mirar por su vida, señora Ambrosio. El negro Feliciano entró por matar hace años y a pesar de seguir preso, sigue matando. Suele pasear solo en el patio, ¡sí, en el régimen opresor del primer grado!, pero cuando los psicólogos consideran que debe relacionarse y pasear con otro interno, ya está liada. El negro Feliciano, una mañana a las ocho y media cogió por los pelos a su compañero de “promenade” y estuvo golpeándolo hasta que se hartó. “... En el tigre os lo he dejado. No lo he matado por que no he querido”, dijo a los funcionarios y echó un trago al café con leche. El negro Feliciano no quiso matarlo según sus palabras, pero lo mató. El inocente murió al cuarto de hora. El negro Feliciano sigue pegando a quien se le pone por delante y en El Puerto, el otro día, se lió a palos con seis funcionarios. El asesinato de Córdoba queda en Córdoba y las agresiones de El Puerto quedan en Cádiz y sólo los despreciados por la alcaldesa Ambrosio saben de las andanzas de Feliciano ú Osman y sus criminales puñales sacados sin venir a cuento, del asqueroso Hamsur al que nunca se ha de dar la espalda, de Habib el kamikaze que le gusta meter los destornilladores en el ojo de los que le parecen chivatos, de tantos y tantos... que se han enquistado en el país sólo para hacer daño.

     Con este tipo de perlas la Virgen de la Merced no tiene influencia, alcaldesa. Al final va a tener usted razón y no va a merecer la pena reconocer el trabajo de un prójimo con tan mala literatura. Literatura, señora Ambrosio, de la que usted parece haber oído hablar y que le ha hecho de indeseable condición para un colectivo que, según cuenta, agradece que no haya echo usted acto de presencia en los actos de su patrona.

     Un saludo, boquis y a perseverar.
 
Un tipo parecido físicamente a Feliciano