Agadir
Junio 2015
Jean Palette-Cazajus
(Lo que nos dice el "burkini")
Samory Touré, dijimos, era un brutal caudillo islámico, esclavista entre otras prendas. Pero conviene recordar que el propio colonizador favoreció el proceso de islamización de Africa del Oeste, pues veía en el rigor prescriptivo del Corán una excelente herramienta de control sobre las poblaciones. Por este torcido camino pudimos llegar en línea casi recta hasta la imprecadora Houria Bouteldja, virtuosa intérprete del resentimiento poscolonial y del odio por los valores occidentales. En este contexto, la polémica sobre el primoroso «burkini» resulta particularmente ejemplar.
Recordaremos primero el chiste francés, malo, según el cual, para hacer paté de alondra y caballo, se necesita una alondra y un caballo. En el caso del «burkini» tenemos parecidas proporciones. El bikini solo pone la evocación de su frescura y su consonancia liberal, aquí traicionadas. Hablaremos, más correctamente, de «burka de baño». Se admiten variantes. Queda así contextualizada la declaración a la prensa de una portadora del sugestivo atavío: «Llevo el 'burkini' porque soy libre y porque me da la gana».
Ningún demócrata europeo puede oír tal declaración sin sentirse interpelado en la médula de sus principios. Somos, por definición, la sociedad que permite; la que ha llevado a tal nivel la renuencia a prohibir que el reproche de «permisividad» lleva entre nosotros marchamo cavernícola.
Noche cerrada
En las playas abundan las criaturas sugestivas. Hablan a los ojos, poco a la imaginación. Más nos sugestionarán, vestidas, cuando regresemos a la ciudad. Semejante reacción es la que lleva a los jóvenes acosadores de las ciudades árabes a cebarse más con las portadoras del velo integral que con las mujeres que tratan de vestir de forma algo más humana. Las capas textiles disparan el contenido de las cabezas. Pero, en la playa, más que las protuberancias turgentes de la Kardashian, son habituales las señoras más o menos adiposas, fláccidas, avejentadas. No las miramos ni las designamos. Disfrutan tranquilamente de la naturalidad de su derecho al sol sobre la piel. Que yo sepa, nunca ha surgido entre ellas la idea de solicitar un atuendo que ocultara sus imperfecciones. Porque resulta que no existe espacio más indulgente, más neutralizador de los cuerpos y de los instintos que la playa. En cambio, la prisión del burka playero pregona la obnubilación por el sexo y la falta.
Cada cuerpo es una biografía más o menos larga, acertada o dolorosa. Pero ante todo, cada cuerpo es el símbolo de una vida encaminada hacia la libre y espontánea disposición de sí misma. No lo dudemos, todo cuerpo aprisionado refleja un cerebro encarcelado. La libertad individual y la irrupción fantasmal del «burkini» son dos realidades incongruentes. No hay compatibilidad entre la cultura que asiente y que permite y la que prescribe y que proscribe. En el mismo momento en que las almas cándidas se flagelan por las prohibiciones del «burkini», los islamistas claman su odio por nuestra permisividad, por nuestra degeneración y nuestra impiedad. El ejercicio de la autonomía individual y del pluralismo sólo es posible en un contexto de reciprocidad. Requiere la profundidad del espejo, no la hostilidad pétrea del muro. En las cabezas del literalismo coránico no cabe la posibilidad de la pluralidad de opciones ni de la personal construcción de las opiniones. Entre ellos, nadie duda de que tales costumbres sólo certifican la perversión transgresiva y la confesión de la debilidad. Nadie. Nuestra tolerancia empática se encargó de incubar los huevos del cuco islamista.
Anochecer en la playa
Para intentar colar sus dogmas cetrinos en el espacio de la racionalidad crítica, llevan años camuflándolos detrás de la «occidentalización del argumento». Nuestra bañista críptica ejemplificaba la estrategia promocional: «...porque soy libre y porque me da la gana». Hay otra versión: «He elegido yo... es mi libertad personal». Poco más, el repertorio es corto. Pero turbador y suficiente para engañar a la gente de buena fe, incapaz de imaginar que sus valores no son universalmente compartidos. Los islamistas progresan agazapados detrás de nuestra confianza en el valor «performativ » del lenguaje: lo que se dice, se piensa. Vemos iniciativas individuales donde hay una estrategia de asedio comunitario. Se trata, machaconamente, de abrir poco a poco una brecha en la muralla. Parece habilidad diabólica, sólo es ceguera nuestra y espíritu de sumisión. Pero no hay alternativa entre teocracia y democracia. Las sociedades de la pluralidad y la convivencia son fruto del debate exclusivamente terrenal. Quien pone a Dios en la balanza deja de ser, ipso facto, un interlocutor y rompe la baraja. Si la palabra de Dios entra en el debate, ella y Él se quedan en objetos altamente opinables. Situación inconcebible. No hay más Dios que Dios y más objetivo que acabar con tamaña blasfemia.
Francia 2016
El tal 'burkini' produce una sensación todavía más desagradable sicológica que esteticamente. Nos sentimos partidos entre la risa y la angustia. Intuimos inmediatamente que el invento es un grotesco artefacto de guerra. Tan peculiar pudor exhibicionista estigmatiza y amenaza tortuosamente a las mujeres que no son aves de corral. Antiguamente, las mujeres musulmanas no iban a la playa. Las occidentales tampoco, ciertamente. A lo largo del siglo XIX hemos ido configurando una relación cada vez más sana y saludable con el cuerpo. Ni los iniciales «trajes» de baño, pacatos y melindrosos, tenían el inquietante aspecto claustral del burka acuático. Y pese a las reacciones cíclicas de los mojigatos, pronto dejarían de ser traje. En 1898, ya lucen infinitamente menos tristes y más favorecedores que el 'burkini' más descocado. ¡Quién hubiese imaginado semejante grieta lúgubre en la placidez solar del verano! El antivitalismo del atuendo arremete contra dos siglos de progreso conjunto de la salud física y moral.
Ibiza 1982
Aludí a la perversión cerebral de las imposiciones textiles. En los países árabes, el consumo de pornografía clandestina por parte de la juventud, incluso la islamista, es colosal. Imposible desanimalizar el deseo masculino sin acceso de la mujer a la plena igualdad y autonomía del sujeto humano. En una cultura donde es propiedad objetivada del hombre, el deseo masculino es el celo del primate, interpretado en sus dos versiones antagónicas, «halal», lícita, o «haram», prohibida. Cada propietario legítimo es un potencial transgresor para los demás y a la inversa. Entonces, sólo cabe tapar y recluir el material sexual y reproductor. Pero cuanto más tapado, mayor exacerbación del deseo predador. Los engranajes de la máquina expendedora de frustración, exasperación y violencia, giran a pleno rendimiento. Sobre esto, esterilidad y anomia social.
No podemos concluir sin antes advertir que no todas las que endosan la debatida vestimenta lo hacen por supuesto recato. Como en el caso del velo, hay quien busca preferentemente la provocación diferencialista: «Nos encanta fastidiar y mostraros que no queremos ser como vosotros ¡Aquí estamos, aquí nos quedamos!». Básicamente, como en el caso de los terroristas, es un mundo en que no suele reinar la sutileza teórica. No todo el mundo tiene las capacidades de Houria Bouteldja para teorizar el odio y el resentimiento.
Francia 1898
Somos incapaces de renunciar a nuestro hegelianismo primario. Incapaces de renunciar a la idea de que el Espíritu va iluminando la Historia y dejando atrás la noche obsoleta. Era inimaginable que algo como el islamismo político regresara brutalmente, como Alien, de las tinieblas exteriores y nos saltara un día a la garganta. Somos incapaces de metabolizar semejante bofetón a nuestra fe en la ineluctabilidad de las Luces. Entonces, intentamos reconducir el horripilante intruso a los valores familiares y gratificantes de la multiculturalidad. Le hemos buscado sitio en la clasificación zoológica de las especies domésticas. Asilados y amamantados en el tibio redil de las democracias, Alien y sus colmillos han empezado a dialogar con los corderos.
Roma, hacia 250