jueves, 15 de septiembre de 2016

Real Madrid, 2; Sporting de Portugal, 1



Hughes
Abc

El Madrid vive el revival alucinante de las remontadas, pero concentradas además en los minutos finales. Cuando Lucas, Carvajal y los demás comparecen se tiene la certeza de que algo pasará. Parece una de Sam Peckinpah rodada en Valdebebas.

Pero no es «épica» sólo, no es suerte o bravura. Es otra cosa, y es más complejo. Pero vayamos por partes.

Se supo que el Sporting era un equipo de una pieza en el cuarto o quinto segundo. Eso se nota. Es como lo que Raoul Walsh dijo de John Wayne: «Cuando coge el rifle el hijo de puta parece un hombre». El Madrid, sin embargo, empezó muy bien. Una gran movilidad, juego ligero de banda a banda y buenas apariciones de Modric. El peloteo confluía en él y de él salía luego en flechas directas hacia la BBC (¡era como el escudo de la Falange!). Se pudo observar un automatismo: antes de que Modric la cogiese ya salían disparados los delanteros.

El juego era agradable y serio, aunque con el paso de los minutos se notaron dos cosas: los laterales no llegaban y Benzema no aparecía con su abracadabra en la media punta, su bombita de humo.

En el 20, el Sporting ya adormeció el partido. No era un equipo serio, era un equipo excelente. Menudo central es Semedo, menudo medio es William, qué rapidez la de Martins y César arriba y cuánta clase en la zurda del tico Bryan Ruiz. Semedo, Martins, Silva y William son seres muy fichables.

Pero el Madrid puede perder el timón y no salirse del partido. El mando lo cedió al Sporting, que se fue imponiendo y llegó al abuso de toques en una jugada en el 27. Era un toque prolongado de esos que castigan el páncreas del rival. El Madrid, cuando le falla el Plan A, y a estos niveles le suele fallar, adopta otra forma: cinco juntos atrás y contragolpes, y una especie de temple virtuoso en los márgenes del cerocerismo. Esa fue la hazaña de Zidane el curso pasado.

Pero en las contras no estaban Benzema ni Cristiano, sólo Bale, cuya importancia en el juego es enorme. Es la gran tracción del Madrid, el que mueve la rueda del molino. Sus arranques en la banda y su inteligencia con Modric son el argumento recurrente del equipo.

En el 33 el Madrid ya estaba en su campo y hubo una ocasión de auténtico peligro en un balón de Martins que rondó la portería. El entrenador rival, Jorge Jesús, se arrancaba a espasmos en su recuadro. Cuando se tiene un equipo así hay que reivindicarlo y que se note que es de autor. Se movía como un gran entrenador: un poquito del deambular de Raphael, otro poco de marido en la sala de espera del paritorio, y el imperativo gesto del padre que desde la orilla de la playa llama al niño para que no se lo coma un tiburón.

En esos minutos, el partido ya no era de Modric, sino de Casemiro, que se creció en la lucha grecorromana del mediocentro.

El Sporting acabó dueño de la primera parte. Cómo sería que en el 41 hubo una contra con Ramos y Carvajal. Los Pecos de la agonía madridista que ya se sentían convocados.

El gol del Sporting llegó recién iniciada la segunda parte, ese ratito en el que se está configurando el equipo. Fue un encantamiento de Ramos y Modric en el corte y también del que tuviera que seguir a Bruno César, que llegó solo al balón rechazado.

El partido creció en decibelios, el Madrid subió la defensa y Ramos, siguiendo algún rito íntimo, se quitó la camiseta interior. Aumentaba la presión, pero no llegaban las ocasiones y el peligro del Sporting asomaba en las contras. Empujaba Carvajal, anclaba Casemiro y entraron Morata y Lucas. El público se electrizó. Es ese Madrid garcía y febril entrevisto la noche de la Supercopa y esmaltado en Milán. El Plan C de Zidane.

Casi marcó Casemiro en un córner, lo intentaron Morata y Carvajal y Cristiano dio al palo. Ese equipo acogota a cualquiera, y al final ,cuando la megafonía avisaba «atençao, atençao», Cristiano clavó parabólica en la escuadra una falta que él mismo había buscado.

Después, un balón de James lo remató Morata. Euforia. Se celebraba el gol, a Morata, su debate, el minuto, la remontada y el partido. Este Madrid tiene un ramalazo ochentero de Juanitos y se sabe que por algún motivo no puede morir.

El Madrid vive en un estado de éxtasis. “Ven, flipemos. Tomemos un poco de flor de Zidane”. Y se viven cosas como estas.

Pero algo hay. Hay un Madrid A que llega hasta donde llega, un Madrid B casemiresco, cerocerista, contragolpeador y competitivo, y otro final, muy español, entre Juanito y García, pero mejor alimentado. Los dos últimos son de Zidane, ojo.

¿Y qué equipo hay que pueda con los tres?