miércoles, 23 de marzo de 2016

Tropicana

Capablanca


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Tropicana es la boite de ese fascismo del pobre que es el comunismo en La Habana, y Obama (¡si lo viera Robert Mitchum, que repasó a los hermanos Castro en “Más allá del Río Grande”!) se ha plantado en la capital del Tropicana como una ráfaga de su famosa “primavera árabe”, la que peta de urnas electorales los desiertos de África, que hasta los tuareg ordeñan a sus camellos a ritmo de Walt Whitman.

Bill Clinton, el Bautista de Obama, contaba un chiste en el cual Fidel Castro (“el doctor Castro”, lo llamó siempre el “Times” de Londres) gobernaba el Sáhara y no tardaba en importar arena.

Raúl Castro, a quien llaman “presidente Castro” los mismos que llaman dictador a Putin, tras ponderar los logros de la industria (sexual) de la Revolución (“En Cuba la mujer gana igual que el hombre por el mismo trabajo”, dijo), obsequió con su mejor chiste a Obama, que lo recibió con su mueca más risueña:

¿Presos políticos en Cuba? ¿Tienes una lista? Si la tienes, los soltamos.
De Washington… a Obama, que necesitaba de este viaje a Tropicana para quitarse de la barriga los gatos que el psicoanalista nunca le va a quitar.

¡Lo matarán como a Kennedy, antes de dejar que llegue a la Casa Blanca! –lloriqueaba en 2008 Joyce Carol Oates, cuentista neoyorquina.
¡Será nuestro Septimio Severo! –apuntó Mary Beard, bibliotecaria de clásicos en Cambridge.

Obama, que tiene en Bin Laden a su única muesca presidencial (y nada hazañosa, de creer, contra “La noche más oscura”, al Pulitzer Seymour Hersh), resultó ser, en efecto, un Septimio Severo (la ruina de Roma, al decir de Gibbon) que, sin nada que ventilar, porque ahora, y gracias a él, del mundo se ocupa Putin, vive sólo para el Salón de la Fama que representa la Wikipedia, cuya reputación, administrada por los progres, se despacha luego en conferencias pagadas a precio de London School.

Reinonas de Tropicana, los Castro desdeñan las aperturas, pero dominan los fines de partida. Como Capablanca.