viernes, 11 de marzo de 2016

Lusercrazya

Cocteau


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

A la agudeza (y arte de ingenio) de Gregorio Luri debemos esta joya tuitera, “lusercrazya”, cruce de dos anglicismos (el fracaso y la locura) que despachan los tiempos.

Parte Luri de un argumento que acaba de leer contra el neoliberalismo (“No premia el esfuerzo que conduce al fracaso, sino sólo el que conduce al éxito”), y la lógica le revela el secreto de la lusercrazya: “Así que... luchemos contra el neoliberalismo premiando el esfuerzo que conduce al fracaso”.

En la vida, arquetipos de “losers”, o lúseres, fueron el pobre Baudelaire en Bruselas o el penoso Nietzsche en Turín. Para Santayana, el mayor lúser del mundo fue su amigo Bertrand Russell, un superdotado que dilapidó su tiempo y su energía, “e incluso su dinero”, en propósitos que no merecían la pena.

No dejó ningún monumento que haga justicia a sus facultades.
Y todo porque su vocación era reformar el mundo. Como la de Rajoy y Rivera.

Rivera es un padrenuestro por el reformismo que nada acierta a reformar, otro caballero de San Wenceslao, o mejor, el “centro por cojones”, que dice Hughes.

Rajoy es el listo, y por tanto, el único que intuye lo que la partidocracia tiene de lusercrazya (incapacidad de formar un gobierno), y ha hecho suya la consigna de vencido que Marc Fumaroli atribuye a los papas desde Pío Nono, una consigna con la que trata de convencerse de que aún puede ganar la partida en un juego en el que fuera campeón. Esa consigna es una ingeniosa frase de Cocteau en “Los novios de la torre Eiffel”:

Puesto que esos misterios nos superan, finjamos ser sus organizadores.

Tiene la ventaja de que los cormoranes de biblioteca no bucearán en busca de Cocteaus, Santayanas, Nietzsches o Baudelaires, sino del pollo al curry (“una cosa que he inventado”) de Carmena, que quiere abrir una biblioteca (y biblioteco) de gastronomía municipal en Madrid, para poner su nombre y sus “cocretas” al lado de la marquesa de Parabere, algo que le otorgue un lugar en la historia.