Olivia Wilde
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Que ojo con el populismo, ha dicho Rajoy, que ya no sé si es un presidente en funciones o una función de presidentes.
En las partidocracias, con todos los partidos apuntados a la práctica parlamentaria de botín y séquito, los que hacen de derecha dicen “populismo” con la misma alegría que los que hacen de izquierda dicen “fascismo”. El “fascismo”, para los finos analistas ibéricos, es Donald Trump, pero ¿qué es el “populismo” y dónde se encuentra?
El populismo es halagar al pueblo (“Quien no entiende latín pertenece al pueblo”, dirá Schopenhauer). ¿Cómo? Con postizos como lo de Olivia Wilde en el pubis para “Vinyl”, muy superior a lo de Bono en la cabeza.
Para Rajoy son populistas los que no son “populares”, desde Rivera, que fue de salmantino luto a la cena de Isabel Preysler y Cebrián, hasta Snchz, la “giraffa camelopardalis” que el Ibex quiere meter en La Moncloa para tapar el hueco de la llama de Chencho Arias, pasando, ay, por Pablemos, que, con la cosa de las purgas, anda, el hombre, por su partido como las tías de Cary Grant por el jardín de “Arsénico por compasión” (o como Guillermo Marín, cargadito de espalda, por “La torre de los siete jorobados”), hasta el punto de haber tenido que sacar del vinagre, donde lo tenía como a un boquerón, a Errejón, porque en la Casa de Campo apareció un delfín muerto (procedente, a lo mejor, del atrezzo de Carmona para la Naumaquia que nos tiene prometida) y en la calle la gente (¡la gente!) empezaba ya a hablar.
En el 35, los falangistas, contra “el escamoteo del 14 de abril, que frustró una vez más la revolución pendiente española”, llamaban “populistas”, por pijos, a los partidarios de Gil Robles, a quien Miguel Hernández llamaría (en verso capricornio) “mariconazo”.
–¿Sabéis a quién me recuerda hoy Miguel Hernández? A Andrés Bódalo –tuiteó la novia profesora del profesor Kichi de Gades, o sea, los Kennedy de la Tacita de Plata, el Camelot populista cuyos amantes meriendan lisas asadas.