martes, 15 de marzo de 2016

Ni delfines ni delfinas


Hughes
Abc

Esta mañana escuché en la radio una frase que me pareció brutal: “Aquí no hay ni delfines ni delfinas”. La dijo María Dolores de Cospedal y el “aquí” era el PP. Pero antes de cualquier evaluación política la frase sonó, en sí misma, potente y desgarradora.

Un “aquí” sin delfines es un aquí triste, seco, sin ilusiones. Podía haber dicho “aquí no hay pajaros” y hubiese sonado mejor.

El delfín yo no sé qué tiene, qué tecla infantil toca, pero es un animal simpático, que tendríamos de mascota si la bañera fuera más grande.

Yo al escuchar eso pensé en Willy, el de Liberad a Willy, enjaulado en un Guantanamo subacuático y me pareció triste todo. La Cospedal era como una Cruella de Vil, pero no de perritos, sino de delfines.

Además es que el delfín es un animal muy inteligente. Ese “no al delfín” era un poco también un no a la inteligencia.

Qué brutalidad inacabable en esa frase que seguía resonando en mí al salir de la ducha o mientras comulgaba con la galleta de cereal-cartón en el café. Porque la frase no sólo erradicaba al delfín, sino también a la delfina.

Aquí apareció otra cosa. ¿Por qué se acordaba Cospedal de la delfina? Esa flexión del género delfínido me pareció un lapsus revelador, maravilloso. Primero porque abolía toda posibilidad de apareamiento entre delfines. “Ni delfín, ni delfina”. Es decir: ¡muerte a la especie! ¡Extinción de todo delfinato!

Pero es que la frase era prodigiosa porque… ¿a santo de qué esa dualidad del género en alguien de la derecha? Era una frase que podía haber dicho alguien del PSOE: “Nos gustan mucho los delfines y las delfinas”. Pero no, la estaba diciendo la señora Cospedal.

Y es cierto que hay siempre en nosotros, en todos nosotros, un momento en el que el lenguaje se nos hace feminista, de género, y no sexista en absoluto. Al negar, o incluso al prohibir, y al hacerlo de modo tajante y concluyente.

Por ejemplo: “ni papá ni papó”, “ni pero ni pera”… “ni delfín ni delfina”.

La derecha, cierta derecha, tiene su propio lenguaje no sexista, ¡pero siempre en la negación!

La negación siempre ha sido totalizadora y femenina. Ah, qué razón tienen ellas, las feministas. ¡Para eso sí! Para negar sí que se feminiza la palabra brutalmente. Recuerden ese diálogo terrible:

-Qué pena

-La pena es la prima del pene.

La frase de la señora Cospedal era, por tanto, delfinicida y no sexista del modo en que lo es la negación concluyente. Era una frase triste y formidable que siguió sonando en mí toda la mañana.

Adiós al salto libre y reluciente del delfín, pensé, y a la posibilidad del entrecruzamiento con la delfina. Esa especie de alianza a dos metros sobre el agua que consiguen al saltar.

¿Pero qué podía haber sin ellos, sin delfines? Pensé en una gran península de pingüinos, todos quietos, a la espera de algo. De esa forma en la que solo esperan los pingüinos, que han sido los primeros Godot.