lunes, 8 de febrero de 2016

El fútbol Sin

Palomar, Rui Miguel, Esplá y Victorino Martín tras la Corrida del Siglo,
 1 de junio de 1982


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El fútbol nació antes de los Goya sin cine, el café sin cafeína y la leche sin lactosa.
    
El fútbol lo inventaron los ingleses, que es pueblo de pelea, para matar los ratos sin guerra.

    Y para ser admitido en los salones de la socialdemocracia europea, que supone la negación de todos los valores, el fútbol ha tenido que renunciar a los defensas, que dan patadas (nada que ver con las agresiones de Fernández a Amancio o de Goicoechea a Maradona y Schuster), como la tauromaquia renunció a los toros, que pegan cornadas. Estos sines sin sentido son los sinsentidos que hacen que el pipero anide en la grada o en el tendido como la procesionaria en la copa del pino.

    –Hoy las faenas son muy largas –dice el matador soriano José Luis Palomar, que estuvo en la terna de la Corrida del Siglo en Madrid, con victorinos–. Si el toro tiene problemas, emoción y matices que incomodan al espectador éste no toma pipas ni bebe cerveza, es necesario un toro que de miedo. Ese toro en el ruedo debe dar emoción y peligro y si falta el factor toro esto se queda cojo.
    
El pipero, pues, es hijo del muermo. Fue un descubrimiento de Hughes, y habría que hablar de los piperos de Hughes como se habla de las oligarquías de Michels o de las elites de Pareto.
    
Los toros sin toro son un muermo tan redondo como el fútbol sin defensa o la política sin oposición, que es la política de los consensos en las partidocracias continentales. La consecuencia funesta es que nos hemos quedado sin política, sin toros y sin fútbol.

    Esas goleadas terapéuticas de Real Madrid y Barcelona en sábado y domingo que el lunes nadie recuerda son como las puertas grandes que en las últimas isidradas regalan (“¡por el bien del espectáculo!”) a los toreros en Las Ventas.

    Ni el “pressing catch” puede sustituir al boxeo ni los galácticos (término inventado por el presidente valenciano Ortí) a los castizos. Lo ha explicado como nadie Alves, y parecía tonto:
   
 –Nosotros somos profesionales, no somos aficionados. Nos enamoramos de los sitios en función de lo que vivimos en el sitio, de lo que conseguimos y del respeto. Pero olvídense, no somos aficionados al fútbol. Yo soy aficionado del Bahía y del Sao Paulo. Lo que he vivido en el Barceloma me hace amarlo, como amé al Sevilla, pero que no me cuenten películas, no somos aficionados. El Sevilla me dio la oportunidad, sí, pero yo me lo curré y puse mi granito de arena para que se ganaran seis títulos y para que la gente se fijara en ese equipo. Igual pasa en el Barça. La gente dice que es fácil ganar en el Barça y ganar títulos. Pues ven y hazlo, les respondo. Puedes hacer una lista de grandes jugadores que han venido aquí y no han funcionado.
    
Nos quedaba la ilusión de Inglaterra, pero Inglaterra hace tiempo que es una cuadra de caballos de Troya, y ahora, para rematar la ruina cultural, los jeques del City contratan por no se sabe cuántos Congos a Pepe Guardiola, el Don Lurio del fútbol, que viene de Munich, donde con su tiquitaca soporífero convirtió el “Furor Teutonicus” en una cómica sardana, baile de conjunto, con movimientos y compases de ejercicio militar, a cuyo surgimiento asistió el propio Camba a principios del siglo veinte, cuando algunos naturales del Ampurdán solían reunirse los domingos en cierta calle de Barcelona para bailarla, y los barceloneses se morían de risa contemplando el espectáculo de su futuro baile nacional, sin sospechar que hoy sería el patrón del fútbol europeo.


Donald Benjamin Lurio, Don Lurio


EL PALCO DE ESPINAR

    Cuenta Benítez que al llegar al vestuario del Madrid su despacho estaba ocupado por Zidane. La cara de Benítez sería como la que se le quedaría a cualquiera que llegara al palco del Bernabéu y encontrara a Ramoncín Espinar, hijo de Ramón Espinar, aquel Alcalde Más Joven de España que hizo temblar la tarjeta Black en El Bulli, el restaurante donde, por las cifras, muchos pensaban que les sumaban la fecha a la cuenta, y donde más de uno se comió esa cuenta tomándola por un plato de diseño más. Invitado al palco por el Madrid, a Ramoncín Espinar le ha faltado tiempo para redactar un folio de renuncia que avergonzaría, por su demagogia, al mismísimo Pablemos. Dice que él, al Bernabéu, sólo va pagando con la nómina del Estado que cobra por decir estas cosas.