lunes, 29 de febrero de 2016

La pelea por el garbanzo

Madrid
Calle de la Ballesta
El balcón de Rosalía
«Ser un bárbaro toda la vida […] y de año en año, al nacer el mes de abril, asomarse a un balcón...»



Hughes
Abc

Reúne el libro artículos de la década de los cuarenta, entre La familia de Pascual Duarte y La colmena. Por su destino periodístico, tanto como La forja de un escritor podría haberse titulado –palabras del autor– «La pelea por el garbanzo».

Los artículos están divididos en tres secciones: apuntes biográficos, reflexiones literarias y una final sobre pintura y otras artes.

La más interesante es la primera, donde Cela encuentra el paisaje. Las estampas de Iria Flavia y La Coruña son hermosísimas. Es una Galicia antitrágica, el «Atlántico civil y consentidor no permite el gesto desmesurado». Aparece Rosalía alguna vez y la descripción está pespunteada de humor y lirismo, pero esto último de un modo reticente, casi inconfesado. «Ser un bárbaro toda la vida […] y de año en año, al nacer el mes de abril, asomarse a un balcón...». El modelo sería «un Trastámara que leyera a Fray Luis y que con Fray Luis soñara». El español, hombre duro, de botijo y toro, se sobrepone a su «espina carpetovetónica» y se abisma dulcemente en un paisaje. La Barcelona de su niñez, los tejados de Madrid... esos retazos biográficos son excepcionales.

Las páginas sobre literatura dan su visión del oficio, oficio en un sentido amplio y trascendido. «Una reiterada profesión de humildad» en la que no se puede aspirar más que al «ir tirando». En 1952, fecha en que acaba esta selección, sería expulsado de la Asociación de la Prensa y sus colaboraciones menguarían.

Las reflexiones novelísticas son de un barojiano declarado, hay una ligera poetización ramoniana de las cosas –el reloj, el sitio del escritor– y entre todas destaca su «Elogio del mirón», casi un mandamiento artístico. El mirón de Cela es un orientalismo español que llega al nirvana por la vía del miroteo.

En un momento dado menciona, sin más, su amistad con el fundador de la Legión. Ahí lo deja. Se conocieron en una conferencia –la otra teta nutricia– en la que cada vez que Cela mencionaba al «manco de Lepanto», Millán Astray gritaba ¡Viva España!

En las páginas sobre pintura destacan las entrevista a Vázquez Díaz y Eduardo Vicente, prodigios de oído. En los cuadros de Esplandiú percibe «cierta novela de Madrid, la tremenda, abigarrada, cómica novela de nuestra capital».

En los artículos hay dos rasgos estilísticos persistentes. Uno es el símil femenino. Con frecuencia desconcertante, utiliza de elemento comparativo a cierto tipo de mujer: «Como una novicia de catorce lentísimos años», «como señorita a la hora del paseo», «madres jóvenes y viudas», «mozas», «núbiles diosas», «vírgenes», «novias», «lavadas doncellas», «gráciles corzas espantadas», «señoritas solteronas», «castas esposas » … Como en un remoto modernismo zumbón, al escritor –«de legionario a legionario», le escribió Millán Astray–, la realidad se le hace doncella. La Naturaleza llega a ser «una recién casada».

El otro rasgo aún es más persistente y llega a dificultar la lectura. Cela escribe en un constante ritmo ternario. No es la triada de adjetivos de Pla, es mucho más. Todo le viene a la cabeza de tres en tres. Esto llega a un paroxismo trinitario cómico en un párrafo dedicado a Cristino Mallo: del sujeto salen tres oraciones; de la última, tres verbos, y del último tres complementos que acaban desgranados en un racimo de tres sintagmas. Cela alcanza ahí una exuberancia fractal.

Millán Astray
La pelea por el garbanzo