LOS TOROS VISTOS POR EL QUE PAGA
El llanto de Rafaelillo tras su vuelta al ruedo
Se acabó la Feria
Se acabó la Feria
José Ramón Márquez
Y al final, Miura.
En Madrid, desde el 30 de abril de 1849, la Historia entera de la Fiesta. Ante Miura sólo cabe el máximo respeto, cuando no la devoción a la labor de una familia empeñada en conservar uno de los más impresionantes legados genéticos en lo referido al toro de lidia. Ante Miura hay que estar como cuando se va en visita privada a Castelgandolfo a ver al Papa, con atención, respeto y ceremonia. Hay por ahí quienes, en nombre de una supuesta e imposible igualdad de trato, se ponen a dar silbidos y a sacar pañuelos verdes a los de la A con asas, como si fuesen cuvillos. Pobres inconscientes que no se dan cuenta de que si en el cartel pone “Corrida de toros de Miura”, vamos a ver a los Miura, aunque tengamos la desdicha de que se caigan, mientras que si en el cartel pone “El Montecillo” nos da realmente igual que sean del Montecillo, del Ventorrillo, del Cuvillo, del Cotillo, de Valhondillo o del Cortijillo. En ese sentido es de justicia reconocer que, aún contra la opinión y el bramido de muchos a los que en toda la Feria no hemos visto alzar la voz, ha primado la cordura de don Julio Martínez y de su asesor veterinario en esta tarde, don Secundino Ortuño, para mantener en la arena al primero de la tarde, Fogonero, número 38, el Miura más blando que veíamos desde el toro Dador, número 7, primero en la concurso de ganaderías de Valverde del Camino de 2012, aunque aquél supera al de Madrid en las cuatro entradas al caballo que nos regaló. Y es que, manteniendo el toro en la arena pese a la protesta, se interpretó la voluntad y el deseo de muchos que en silencio no deseábamos en esta tarde otra cosa que Miura sobre la arena de miga del ruedo de Las Ventas, porque no vale que vayas con toda tu ilusión a ver una de Miura y te acaben echando el Carriquiri ése que lleva haciendo mili en los chiqueros de Florito desde que Abella terminó la EGB. La equidistancia y demás triquiñuelas están la mar de bien para las ganaderías normales, las que son de un tío que a base de hacer casitas adosadas se hizo rico y ganadero, pero ese registro no se puede aplicar para juzgar la imprescindible vacada fundada por un sombrerero sevillano que poseía una fábrica en la Plaza de la Encarnación y una tienda en la de las Sierpes.
Ahora que las ganaderías tienden al colorín, que nos hemos hinchado en la Feria a ver toros colorados, castaños y hasta aquel espantoso jabonero sucísimo, ahora que los accidentales se han adueñado de las capas de casi todas las ganaderías de esta Pasarela Isidro del toro y del torero, resulta que Miura -siempre original- no trae sus clásicos sardos y sus salineros, su clásica variedad de pelajes que nos ponían a cavilar en el Batán, a ver cómo se podían llamar aquellas capas imposibles. Ahora Miura lleva unos años entre el negro, el cárdeno y el entrepelado, y aunque ahí había un clásico bragado corrido marca de la casa, ya salió quien anda echando cuentas sobre por qué ya no salen los colorines, y no sería extraño que se crease al respecto alguna leyenda urbana de ésas tan del gusto de las gentes, pero la verdad es que mirando los toros, independientemente de las capas se ve netamente al Miura, astigordo, con cara de vaca, fino y agalgado, largo y ágil como corresponde a su procedencia vistahermoseña, por vía de Arias de Saavedra, y en cuanto al comportamiento, pues el clásico de la casa, desde el manso o el cobardón, que uno hasta quiso saltar la barrera, hasta el bravo, del fuerte al débil, del noble al peligroso y, eso sí, ninguno tonto.
Se entiende que la rica variedad de comportamientos de la corrida de hoy quedará reseñada para la selecta crítica de los medios serios más o menos así: 1º: No sirvió; 2º: No valió; 3º: No se dejó; 4º: No colaboró; 5º: Deslucido; 6º: No repuso. Para los que nos reímos de esas cosas, valga la apreciación general de una interesantísima corrida de toros, cambiante, encastada, mansa a veces, toros que planteaban problemas a menudo de gran complejidad, toros con los que no valen esas chorradas de que “he disfrutado un montón toreando” o “me ha permitido expresarme”, porque la sensación del riesgo de lo imprevisible estaba tan presente, tan inminente, que eso marcaba todo el desarrollo de la tarde, y quien sufrió esto de manera especial fue Marco Galán, cogido feamente a la salida de un par de banderillas. Les han pegado en varas lo que no está en los escritos, que si le dan así a la de Juampedro, están los cinco RIP antes de cambiar el tercio a banderillas. Digamos a tal efecto que los Miura marcaron muy claramente la diferencia con los torillos como el bobo de Jabatillo, torillo amaestrado, bondadoso y gilí de los Lozano al que la impericia o la iniquidad de don Javier Cano Seijo regaló por su cuenta una antirreglamentaria, inmerecida y no pedida vuelta al ruedo, sin que hasta el momento se le conozca acto alguno de contrición. ¿Qué pañuelo habría entonces que haber sacado hoy como homenaje a la fiereza y la dificultad de Injuriado, número 55?
Con la Miurada, ganadería que han matado grandiosos toreros y con la que una vez se anunció July (aunque sólo se anunció, y eso ya es algo), hoy vinieron a Madrid a la última de la Feria los toreros Rafael Rubio Rafaelillo, Javier Castaño y Serafín Marín.
Serafín Marín está en una encrucijada, y esperamos que la sabia compañía de José Antonio Campuzano, gran torero y mejor estoqueador, le sirva de ayuda, pues la necesita. Serafín Marín no ha rehuido las ganaderías de respeto, y ahí están sus tardes madrileñas con Miuras y con Adolfos, pero le falta concebir una tauromaquia, un sistema de torear que sea suyo. Serafín Marín necesita depurar su estilo y decantarse hacia el lado de la luz, del toreo clásico, huir de los modos del Darth Vader Julián y meditar sobre su tarde de hoy en Madrid donde no ha sabido o no ha querido dar el paso adelante en su segundo, Arenoso, número 4, que le ha brindado embestidas templadas como para hacer el toreo bueno ante las que él se ha conformado con seguir la nefanda estela del neotoreo sin compromiso, sin asumir el riesgo, sin pisar el terreno donde se hace el toreo bueno, donde los tíos cobran, por supuesto, pero también donde los hombres vencen. Ahí seguiremos esperando a Serafín, a ver si vuelve en otoño con argumentos de mayor peso, de más verdad, abandonando el fácil camino que no le llevará a parte alguna, odioso becerro de oro del antitoreo.
De Javier Castaño es ya un lugar común enaltecer a su cuadrilla, de la que ignoramos por qué razón ha salido David Adalid. Hoy, de nuevo la cuadrilla ha hecho su trabajo con oficio y ganas, pagando el tributo de la sangre de Marco Galán, pero es más digno de reseñar el trasteo de Castaño a su segundo, Sonajillo, número 54. Castaño ha estado muy serio y firme con el toro, aunque dio la impresión de que muchos ni se enteraban, que es lo que pasa cuando un tío no se pone a hacer pases desmayados y, sobre todo, esas trincherillas que anestesian a la masa. Muy buena impresión la de Castaño en un toro bastante complicado al que había que atacar con decisión. El salmantino mantuvo con gran firmeza su faena, faena de poder a poder, a la que le faltó remate adecuado a espadas, pero es que ahí Castaño anda algo perdido, pues su forma de ejecutar la suerte suprema es bastante deficiente.
Y Rafaelillo. ¡Ay Rafaelillo y los Miura! Pues Rafaelillo compuso una vibrante faena, faena a más, que tiene dos partes bien diferenciadas, pues el inicio en el que el matador anda estudiando las condiciones del toro, del que no se fía, es por fuera y a alguien le pudo dar la impresión de que el matador iba pensando en jugar a la ventaja. Una vez avisado el torero de las condiciones del toro, de su fuerza y su exigencia, es cuando le pisa el terreno, le echa la muleta al hocico y traza el natural de manera desgarrada, puro toreo. Pero el toro no es un bobo y se orienta en la serie: el primero lo traga y sigue la muleta de Rafaelillo, el segundo levanta la cabeza a media altura, orientándose, y en el tercero se vuelve a mitad del pase, buscando al tío que mueve el trapo. Y ahí es donde Rafaelillo pone sus argumentos: el valor, el corazón, la pasión, y aguanta como una roca, y recibe la tarascada que le rompe el vestido, y vuelve a echar la muleta a la cara del Miura y vuelve a romperse en otro natural, natural toreado con todo su cuerpo, sabiendo que el toro no se le va a entregar y que antes o después volverá a buscarle. Emocionantísima faena la de Rafaelillo, que equivocadamente cita a matar por dos veces en la suerte contraria y que, por fin, cobra una estocada en la suerte natural. Cuando viene al burladero del 9 de saludar al Presidente arrea un cabezazo con todas sus fuerzas contra la madera de la barrera, expresión de su rabia más pura que las lágrimas de la vuelta al ruedo, que no nos gusta ver llorar a los tíos que vienen de vérselas con un Miura. Muy bien Rafaelillo hoy en Madrid.
Y con el último Miura, Arenoso, a las 9 y cinco de la tarde terminó la Feria de San Isidro 2015 de la que tan pocas cosas para el recuerdo han quedado. Descanse en paz.
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Debe ser por la cosa de lo políticamente correcto o del rollo del Estado de las Autonomías, o porque como decía el clásico ya no hay sitio para un solo tonto más, pero en el programa oficial han sustituido la vieja jaculatoria que rezaba: “Divisa verde y negra en Madrid y verde y grana en provincias” por la de “Divisa verde y negra. (Fuera de Madrid, verde y grana)” Esto debe ser la última de Abeya, tan autonómico él.
En Madrid, desde el 30 de abril de 1849, la Historia entera de la Fiesta. Ante Miura sólo cabe el máximo respeto, cuando no la devoción a la labor de una familia empeñada en conservar uno de los más impresionantes legados genéticos en lo referido al toro de lidia. Ante Miura hay que estar como cuando se va en visita privada a Castelgandolfo a ver al Papa, con atención, respeto y ceremonia. Hay por ahí quienes, en nombre de una supuesta e imposible igualdad de trato, se ponen a dar silbidos y a sacar pañuelos verdes a los de la A con asas, como si fuesen cuvillos. Pobres inconscientes que no se dan cuenta de que si en el cartel pone “Corrida de toros de Miura”, vamos a ver a los Miura, aunque tengamos la desdicha de que se caigan, mientras que si en el cartel pone “El Montecillo” nos da realmente igual que sean del Montecillo, del Ventorrillo, del Cuvillo, del Cotillo, de Valhondillo o del Cortijillo. En ese sentido es de justicia reconocer que, aún contra la opinión y el bramido de muchos a los que en toda la Feria no hemos visto alzar la voz, ha primado la cordura de don Julio Martínez y de su asesor veterinario en esta tarde, don Secundino Ortuño, para mantener en la arena al primero de la tarde, Fogonero, número 38, el Miura más blando que veíamos desde el toro Dador, número 7, primero en la concurso de ganaderías de Valverde del Camino de 2012, aunque aquél supera al de Madrid en las cuatro entradas al caballo que nos regaló. Y es que, manteniendo el toro en la arena pese a la protesta, se interpretó la voluntad y el deseo de muchos que en silencio no deseábamos en esta tarde otra cosa que Miura sobre la arena de miga del ruedo de Las Ventas, porque no vale que vayas con toda tu ilusión a ver una de Miura y te acaben echando el Carriquiri ése que lleva haciendo mili en los chiqueros de Florito desde que Abella terminó la EGB. La equidistancia y demás triquiñuelas están la mar de bien para las ganaderías normales, las que son de un tío que a base de hacer casitas adosadas se hizo rico y ganadero, pero ese registro no se puede aplicar para juzgar la imprescindible vacada fundada por un sombrerero sevillano que poseía una fábrica en la Plaza de la Encarnación y una tienda en la de las Sierpes.
Ahora que las ganaderías tienden al colorín, que nos hemos hinchado en la Feria a ver toros colorados, castaños y hasta aquel espantoso jabonero sucísimo, ahora que los accidentales se han adueñado de las capas de casi todas las ganaderías de esta Pasarela Isidro del toro y del torero, resulta que Miura -siempre original- no trae sus clásicos sardos y sus salineros, su clásica variedad de pelajes que nos ponían a cavilar en el Batán, a ver cómo se podían llamar aquellas capas imposibles. Ahora Miura lleva unos años entre el negro, el cárdeno y el entrepelado, y aunque ahí había un clásico bragado corrido marca de la casa, ya salió quien anda echando cuentas sobre por qué ya no salen los colorines, y no sería extraño que se crease al respecto alguna leyenda urbana de ésas tan del gusto de las gentes, pero la verdad es que mirando los toros, independientemente de las capas se ve netamente al Miura, astigordo, con cara de vaca, fino y agalgado, largo y ágil como corresponde a su procedencia vistahermoseña, por vía de Arias de Saavedra, y en cuanto al comportamiento, pues el clásico de la casa, desde el manso o el cobardón, que uno hasta quiso saltar la barrera, hasta el bravo, del fuerte al débil, del noble al peligroso y, eso sí, ninguno tonto.
Se entiende que la rica variedad de comportamientos de la corrida de hoy quedará reseñada para la selecta crítica de los medios serios más o menos así: 1º: No sirvió; 2º: No valió; 3º: No se dejó; 4º: No colaboró; 5º: Deslucido; 6º: No repuso. Para los que nos reímos de esas cosas, valga la apreciación general de una interesantísima corrida de toros, cambiante, encastada, mansa a veces, toros que planteaban problemas a menudo de gran complejidad, toros con los que no valen esas chorradas de que “he disfrutado un montón toreando” o “me ha permitido expresarme”, porque la sensación del riesgo de lo imprevisible estaba tan presente, tan inminente, que eso marcaba todo el desarrollo de la tarde, y quien sufrió esto de manera especial fue Marco Galán, cogido feamente a la salida de un par de banderillas. Les han pegado en varas lo que no está en los escritos, que si le dan así a la de Juampedro, están los cinco RIP antes de cambiar el tercio a banderillas. Digamos a tal efecto que los Miura marcaron muy claramente la diferencia con los torillos como el bobo de Jabatillo, torillo amaestrado, bondadoso y gilí de los Lozano al que la impericia o la iniquidad de don Javier Cano Seijo regaló por su cuenta una antirreglamentaria, inmerecida y no pedida vuelta al ruedo, sin que hasta el momento se le conozca acto alguno de contrición. ¿Qué pañuelo habría entonces que haber sacado hoy como homenaje a la fiereza y la dificultad de Injuriado, número 55?
Con la Miurada, ganadería que han matado grandiosos toreros y con la que una vez se anunció July (aunque sólo se anunció, y eso ya es algo), hoy vinieron a Madrid a la última de la Feria los toreros Rafael Rubio Rafaelillo, Javier Castaño y Serafín Marín.
Serafín Marín está en una encrucijada, y esperamos que la sabia compañía de José Antonio Campuzano, gran torero y mejor estoqueador, le sirva de ayuda, pues la necesita. Serafín Marín no ha rehuido las ganaderías de respeto, y ahí están sus tardes madrileñas con Miuras y con Adolfos, pero le falta concebir una tauromaquia, un sistema de torear que sea suyo. Serafín Marín necesita depurar su estilo y decantarse hacia el lado de la luz, del toreo clásico, huir de los modos del Darth Vader Julián y meditar sobre su tarde de hoy en Madrid donde no ha sabido o no ha querido dar el paso adelante en su segundo, Arenoso, número 4, que le ha brindado embestidas templadas como para hacer el toreo bueno ante las que él se ha conformado con seguir la nefanda estela del neotoreo sin compromiso, sin asumir el riesgo, sin pisar el terreno donde se hace el toreo bueno, donde los tíos cobran, por supuesto, pero también donde los hombres vencen. Ahí seguiremos esperando a Serafín, a ver si vuelve en otoño con argumentos de mayor peso, de más verdad, abandonando el fácil camino que no le llevará a parte alguna, odioso becerro de oro del antitoreo.
De Javier Castaño es ya un lugar común enaltecer a su cuadrilla, de la que ignoramos por qué razón ha salido David Adalid. Hoy, de nuevo la cuadrilla ha hecho su trabajo con oficio y ganas, pagando el tributo de la sangre de Marco Galán, pero es más digno de reseñar el trasteo de Castaño a su segundo, Sonajillo, número 54. Castaño ha estado muy serio y firme con el toro, aunque dio la impresión de que muchos ni se enteraban, que es lo que pasa cuando un tío no se pone a hacer pases desmayados y, sobre todo, esas trincherillas que anestesian a la masa. Muy buena impresión la de Castaño en un toro bastante complicado al que había que atacar con decisión. El salmantino mantuvo con gran firmeza su faena, faena de poder a poder, a la que le faltó remate adecuado a espadas, pero es que ahí Castaño anda algo perdido, pues su forma de ejecutar la suerte suprema es bastante deficiente.
Y Rafaelillo. ¡Ay Rafaelillo y los Miura! Pues Rafaelillo compuso una vibrante faena, faena a más, que tiene dos partes bien diferenciadas, pues el inicio en el que el matador anda estudiando las condiciones del toro, del que no se fía, es por fuera y a alguien le pudo dar la impresión de que el matador iba pensando en jugar a la ventaja. Una vez avisado el torero de las condiciones del toro, de su fuerza y su exigencia, es cuando le pisa el terreno, le echa la muleta al hocico y traza el natural de manera desgarrada, puro toreo. Pero el toro no es un bobo y se orienta en la serie: el primero lo traga y sigue la muleta de Rafaelillo, el segundo levanta la cabeza a media altura, orientándose, y en el tercero se vuelve a mitad del pase, buscando al tío que mueve el trapo. Y ahí es donde Rafaelillo pone sus argumentos: el valor, el corazón, la pasión, y aguanta como una roca, y recibe la tarascada que le rompe el vestido, y vuelve a echar la muleta a la cara del Miura y vuelve a romperse en otro natural, natural toreado con todo su cuerpo, sabiendo que el toro no se le va a entregar y que antes o después volverá a buscarle. Emocionantísima faena la de Rafaelillo, que equivocadamente cita a matar por dos veces en la suerte contraria y que, por fin, cobra una estocada en la suerte natural. Cuando viene al burladero del 9 de saludar al Presidente arrea un cabezazo con todas sus fuerzas contra la madera de la barrera, expresión de su rabia más pura que las lágrimas de la vuelta al ruedo, que no nos gusta ver llorar a los tíos que vienen de vérselas con un Miura. Muy bien Rafaelillo hoy en Madrid.
Y con el último Miura, Arenoso, a las 9 y cinco de la tarde terminó la Feria de San Isidro 2015 de la que tan pocas cosas para el recuerdo han quedado. Descanse en paz.
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Debe ser por la cosa de lo políticamente correcto o del rollo del Estado de las Autonomías, o porque como decía el clásico ya no hay sitio para un solo tonto más, pero en el programa oficial han sustituido la vieja jaculatoria que rezaba: “Divisa verde y negra en Madrid y verde y grana en provincias” por la de “Divisa verde y negra. (Fuera de Madrid, verde y grana)” Esto debe ser la última de Abeya, tan autonómico él.
La papela de Abella
“Desengáñese usted, D. Eduardo; en España ya no quedan más que dos ganaderías
de postín, la mía, de toros mansos, y la de usted, de bueyes bravos”
(El marqués del Saltillo, hidalgo de agudo ingenio, a D. Eduardo Miura)
“Desengáñese usted, D. Eduardo; en España ya no quedan más que dos ganaderías
de postín, la mía, de toros mansos, y la de usted, de bueyes bravos”
(El marqués del Saltillo, hidalgo de agudo ingenio, a D. Eduardo Miura)
La banda
La música
El público
El programa
Ramoneo por Miura
La vacada que el doctor Moncholi, del merendero de Telemadrid,
quiere enviar al matadero
La vacada que el doctor Moncholi, del merendero de Telemadrid,
quiere enviar al matadero
El tirante
El taranto
La tarantela
El móvil
El dedo de Abella
El nudo
El dorsal
La pulsera de Pablemos
Hermano Rafael
Fogonero
El mayoral
El capotillo
El pañuelo verde nuevo
¿Qué mejor ocasión de estrenarlo que Miura?
¿Qué mejor ocasión de estrenarlo que Miura?
El sombrero
Fernando Sánchez
Aguilero al aparato
La impecable brega de Marco Galán
Par de Otero
Par de Sánchez
Par de Otero
Saludo de Sánchez y Otero
La bota
Sánchez pasando por el nido de Abella
El estoque negro de Serafín Marín
Galán pasando por el nido de Abella
Brindis de Rafaelillo
Rafaelillo con Injuriado
Galán, cogido
Irlanda con los toros
¿Espontáneo?
La vara de Bernal
Bernal vuelve a la carga
Pitada a Bernal
Sánchez regresa al nido de Abella
Rafaelillo volando sobre el nido de Abella, confesionario civil de la Tauromaquia
Rafaelillo volando sobre el nido de Abella, confesionario civil de la Tauromaquia
Fin de corrida y fin de Feria
El último toro
Arrastre de Arenoso
Marín cerrando la Feria
Adios a San Isidro
Triste, solitario y final