Francisco Javier Gómez Izquierdo
Hace quince años, cuando visité por primera vez la ciudad de Cádiz, comprendí que pisaba calles donde se respiraba el anarquismo más cínico y educado, en las que lucía esplendorosa una pobreza aristocrática y donde se platicaba con la mejor oratoria una filosofía de la supervivencia que me hizo revivir el espíritu con insospechada alegría. Quedé tan impactado la primera vez que pasé Puerta Tierra que no tuve más remedio que engancharme a un lugar al que acudo cada dos o tres meses en busca del elixir del eterno optimista.
Durante los últimos veinte años los gaditanos han votado para alcaldesa a una señora de Santander que desde 1995 entendió como nadie la idiosincrasia -perdón por el palabro- de cada barrio, en una ciudad que tiene marcado el territorio de cada tribu y donde cada poco se celebran continuos duelos por ver quien está más enamorado de una amante a la que todos adoran.
El gaditano engaña a la autoridad con mucho arte y harto respeto mientras quita las caballas que le ha regalado uno de un barco, del mostrador callejero. El gaditano tiene familia y hasta él mismo, que ha salido de bolos por los pueblos andaluces y hasta a Zaragoza ha llegado con una comparsa o una chirigota, sacando unas perras para ir tirando. Esas perras, ahora es obligatorio declararlas a los buitres de Hacienda y es que a los pobres no les dejan en paz los amigos de la Teófila en Madrid. El señor, recostado en la pared, me cobra tres euros por un plato de ostiones que ha recogido no sé si al salir o ponerse el sol.
Cádiz siempre ha ido a su aire y los gaditanos en el fondo lo saben, por eso son muchos los que viviendo como hasta antier el Kichi, pero con bastantes menos dineros -no olviden que el Kichi cobra 1. 800 euros como sindicalista liberado- desconfían de lo que puedan descubrir los vigilantes que van a aparecer por su paraíso con la llegada del comparsista al Ayuntamiento.
-Cuatro días de alcalde y cuarenta polémicas. No sé ustedes, pero en Cádiz no estamos acostumbrados a discutir por discutir y el pisha éste ya no sabe qué hacer para dar la nota.