Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Después del cómico entierro de la sardina que el otro día hizo aquí Gistau a una tilde diacrítica asesinada por la Academia, llega el dramático “acentazo” que el diario gubernamental atiza al joven Monedero, que dice que los editoriales de “El País” le hacen llorar como el anuncio de la lotería.
Desde luego, el anuncio de la lotería es un cuento de Joaquín Dicenta contado por un Fonsi (futuro Samaranch de Podemos).
Pero ¿y los editoriales?
El diario gubernamental insinúa que Monedero es un joven sentimental de lágrima fácil, y saca a relucir su elegía al pajarito de Chávez:
–He amanecido con un Orinoco triste paseándose por mis ojos –escribió Monedero en un tono nerudiano muy alejado de la virilidad quevediana ante el duque de Osuna que tanto impresionaba a Borges: “Su tumba son de Flandes las campañas / Y su epitafio la sangrienta luna…”
Chávez en la señora que limpia, Chávez de la abuela que ahora ve y de la que ahora tiene vivienda, Chávez de la poesía rescatada, o sea, la de las corzas mellizas de dormir morenos. Y donde se dice Chávez, se puede decir Pablo (Iglesias, no Neruda).
Cebrián es académico, y con esta “tilde diacrítica” en la crisma del ideólogo de Podemos lo que hace es distinguir la naturaleza átona de Pablemos (soniquete adormidera) de la naturaleza tónica de Monedero, tan joven, por cierto, como Iggy Pop, nuevo hombre de la tónica, que decidió retirarse de los escenarios el día que se lanzó sobre el público y el público se apartó.
–Aguanta, presidente. Aguanta.
Pero Chávez no aguantó y el Orinoco triste se desbordó en los ojos de Monedero arrasando en lágrimas el país bautizado por Ojeda, el más valiente y el más alegre, dice Foxá, de los compañeros de Colón, al que acompañó en la alegría de ir poniendo nombres a las tierras: Venezuela, por las viviendas lacustres (¡viviendas prechavistas!) de los indios, que se le hacían una Venecia pequeña.
Por el río Orinoco bajaba una gabarra, rumba la rumba, la rumba…