El rollo de la Justicia
Francisco Javier Gómez Izquierdo
El Juez de Vigilancia de Valladolid ha quitado el Tercer Grado penitenciario al interno Matas por que la Fiscalía le ha dicho que no ve arrepentimiento en el reo. Suponemos que a la Fiscalía le habrá informado la Junta de Tratamiento de la prisión de Segovia, que en vez de tirar de códigos y reglamentos habrá echado mano de parámetros psicológicos, esos nuevos mandamientos del ordenamiento penitenciario. ¿Cuántos internos alcanzan los beneficios penitenciarios tras arrepentirse de sus pecados, perdón, delitos? ¿Cuántos de los que reciben terapia reinciden? ¿Se piden responsabilidades a los terapeutas que no detectan la hipocresía del delincuente? ¿Se puede legislar con otro arrepentimiento que no sea el espontáneo?
Un sobrino del señor Chaves, otro que también anda en pleitos, estaba tan arrepentido de sus condenas por abusos que se presentó directamente a cumplir penas en un Centro Penitenciario de Régimen Abierto, donde psicólogos y psicólogas dieron fe por escrito de los principios constitucionales de su reeducación y su reinserción social... y de sus propósitos de enmienda. A pesar de los tres años de condena fue clasificado en tercer grado... a los dos meses de su ingreso en prisión. El sobrino del presidente Chaves ya iba arrepentido a la cárcel y así lo entendieron los nuevos sacerdotes de las conductas, que se adjudican a sí mismo virtudes facultativas, pero que, gracias sean dadas a los vigilantes de la Medicina, no los dejan recetar.
Dice el Diario que a la Pantoja la meten en chirona porque el Juez no ve arrepentimiento en la condenada y uno se asusta de tanta candidez de los jueces, sometidos al criterio de los profesionales de las ¿ciencias? del comportamiento. Puede que en otros tiempos los sacerdotes influyeran irregularmente en la voluntad de Sus Señorías en según qué casos, pero que se tenga como prueba pericial irrefutable los informes psicológicos (“es capaz de matar a sangre fría” firmó un genio de la materia explicando la personalidad de Dolores Vázquez) a la hora de privar a alguien de libertad, ha de tenerse no como pecado sino como auténtico disparate.
Se acercan tiempos extraños. Tiempos en los que gentes despreocupadas de las vicisitudes penitenciarias empezarán a comparar condenas, permisos, terceros y segundos grados que se explicarán en el tele. La emergente aristocracia delincuencial que espera a las puertas de las prisiones irá retratando la variopinta interpretación de las leyes de las Juntas de Tratamiento. En los bares se discutirá quién merece más cárcel, obviando las sentencias, y conoceremos el auténtico poder de los psicólogos, capaces -y ya llevan años- de negar los beneficios penitenciarios a los condenados a nueve meses y concedérselos a los reos pluriasesinos con más de trescientos años de condena.