Hombre-pájaro. Libertad y psicología. José María Belmonte
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Un reo viudo casó en prisión con una señora también viuda y madre que purgaba penas en su misma cárcel. El matrimonio tenía buen comportamiento y como el hombre tenía ciertos posibles montaron un negocio decente cuando fueron clasificados en tercer grado. El elemento femenino, celoso y coqueto cual veterana actriz de Hollywood, se fue indisponiendo con la parte masculina de la sociedad matrimonial hasta empujar al varón agobiado a pedir a las autoridades penitenciarias traslado a la Sección Abierta de otro centro. Imagino que durante la corta convivencia, y dado el carácter de ambos, hubo más de una discusión subida de tono, pero el caso es que la esposa denunció ante un juez maltrato psicológico al día siguiente de enterarse de las intenciones de abandono del esposo.
Actuó el juzgado inmediatamente y llamó a declarar a ofensor y ofendida, dictaminando el señor Juez una condena de seis meses de alejamiento para Rafael, por maltratador psicológico, con gran disgusto del coro femenino subvencionado que acompañaba a la maltratada, que esperaba años para él y dineros para ella. La pena no hubiera supuesto cárcel en un particular, pero... los técnicos penitenciarios -léase juristas y psicólogos- decidieron regresar de grado a Rafael aquel septiembre del 2011 y sigue preso hoy y seguramente seguirá estándolo sin permisos hasta el año 2014 en que acaba una condena que cumplía en tercer grado, previo a la libertad condicional.
Al maltrato psicológico le pasa como a la morcilla de Burgos, que se le conoce con nombre y apellido pero mientras la morcilla de mi pueblo es cosa sabrosa y tangible, el maltrato psicológico necesita de cierta nigromancia progresista para asombrar al vulgo. Son tan obscuras este tipo de condenas, que en la cárcel, el paraíso de los psicólogos, los expertos en estas materias dan sorprendentes lecciones al resto de trabajadores penitenciarios. La sociedad no es consciente de los disparatados criterios de unos licenciados con ocupación a la hora de decidir sobre beneficios penitenciarios. Sólo lo saben los presos y estos no dan publicidad porque se descubriría a los más malos.
Mientras tanto, no hay político interesado en legislar el disparate criminal español. Por un muerto, un año. Por llevarse millones, con unas perras de fianza, basta. Las cárceles abren puertas a los que al parecer no escandalizan a la sociedad. La alarma social está en Rafael , que vendía jachís en un bar. Así lo aseguran los psicólogos: en España, mucho más que oráculos.