Cartel de Otoño
Fandiño y las uvas
José Ramón Márquez
Ahí están, en la fachada de La Monumental, los jirones de los carteles esperando que el circo se apropie de Las Ventas, como si no fuese bastante circo la temporada que nos han dado. En la fachada, bajo esos trapos sucios, esas senyeras llenas de mierda que Abella, a quien tots els pagéssos llamamos Abeya, tiene puestas sobre el letrero que dice “Plaza de Toros”, están los jirones de los carteles que asoman, como caras de Belmez, como pájaros de mal agüero, para explicar la gafancia de la empresa Taurodelta, que ha conseguido que los dos iconos elegidos para la ínfima gloria de ser retratados en los carteles, los de San Isidro y los de Feria de Otoño, hayan quedado marcados por la jetattura. En los trozos que quedan al aire ahí asoman Talavante, signo y seña del deprimente sanisidro, vilipendiado tras su épico fracaso frente a los toros de Victorino, y Fandiño, signo y seña de la otoñada, sumido en la nada tras la apoteosis de toreo de El Cid.
Y tras tanto fracaso, tras tan denodada inanidad proclamada orgullosamente en los carteles que ahora, en noviembre, son sólo jirones de papel, ahí queda, descarnademente, retratada la apuesta sin sentido de una empresa a la deriva, noqueada, víctima de su impenitente falta de control sobre el negocio y sobre sus propias decisiones empresariales; empresa pastoreada, vendimiada y ninguneada casi por cualquiera que asome por ahí. Ahí quedan los carteles, uno con la caricatura de Talavante, que a la primera de cambio ha huido a echarse en otros brazos que nunca le volverán a poner enfrente de un Victorino, y otro con la de Fandiño, a quien la Historia empuja, si quisiera recomponer sus fragmentos, a tener que dar la campanada de retar públicamente a Julián López para vérselas ambos con los Miura, mano a mano.
Taurodelta lleva dirigiendo Las Ventas muchísimo más tiempo del que la prudencia dice que debían permanecer al frente de este coso. Tiempo es ya de que saquen, de una vez, sus manos de Madrid, a donde sólo han traído ruina. Se les hundió la infecta cubierta con la que quisieron burlarse de la plaza, cubierta que jamás debió ser autorizada por el propio que la Comunidad de Madrid tiene al frente de la plaza, y explicaron malamente esa ruina alegando oscuras razones de ingeniería nunca bien aclaradas; después, en este año 13 y sin ingenieros de por medio, se les hundió primeramente su propuesta de sanisidro y luego también la de otoño... todo se hunde a su alrededor y nadie les sugiere que quizás es el momento de partir, de dejar a otros que vengan a limpiar Las Ventas de este halo de gafancia que las envuelve desde que este malhadado sanedrín se hizo cargo de la plaza.
Sólo deseamos que, con el circo, venga un prestidigitador y, con unos pases mágicos, sea capaz de llevárselos a todos ellos y su ruina dentro de un sombrero.
Cartel de Primavera
Talavante y sus victorinillos vendimiados