Ignacio Ruiz Quintano
Abc
García sólo hubo uno: acaso porque fue el primero.
Si sería único García que se echó de asesor espiritual a Pepín Cabrales. (Su imitador en la Ser optaría por Manolete.)
A García nos lo ha traído a colación David Gistau con una columna, “Butanito”, que es otro modo de frotar la lámpara con la ilusión de ver salir al genio de esta época, que es (lo tiene dicho Steiner) el periodismo.
Y Gistau lanza ahí un cohete buscapiés en la pista de baile del oficio:
–Lo primero que necesita un periodista es a un editor o un director que apechugue y lo defienda de llamadas para pedir su cabeza.
Porque hay que decir que la democracia llama más que la dictadura. Y más que la izquierda, la derecha, esa máquina de pedir cabezas. Si en el corredor de la muerte un reo se pasa la noche esperando la llamada del gobernador, en la redacción del periódico un periodista se pasa la vida esperando que no llame.
No atender a esas llamadas fue siempre el señorío de ABC, de su fundador, con quien tantas llamadas capitales compartió Fernández Flórez, cuyo humor, por su precisión, enfurecía a los políticos.
–Con firma o sin ella –contestaba siempre don Torcuato–, de cuanto se publica en mi periódico soy yo el responsable hasta las últimas consecuencias.
¿Excéntrico, García?
He visto a los Garcías de ahora abordar en la puerta de la cárcel al churrero que asesinó a Anabel Segura. “¿Se acuerda de Anabel?” “¿Ha hecho la terapia?” “¿Qué le parece la sentencia de Estrasburgo?” “¿Es usted malo?”
Y el churrero:
–¿Qué terapia? En trece años he tenido una visita del psicólogo. Estrasburgo, bien, porque la doctrina Parot era una chapuza. Si quieres ser bueno eres bueno y si quieres ser malo eres malo. Yo hice aquello por dinero, pero estás nervioso y se te va de las manos…
Y, mientras, Tomás Gómez, jefe madrileño de lo social, yéndose del Senado porque no le gusta un juez al que hay que votar.
–Jodó... jodó... jodó petaca –que diría García.