Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En nuestra época, una huelga de basureros en Madrid es un propósito tan absurdo como era en la época de Camba una huelga de periodistas, por dos razones, según él: a) el público no necesitaba para nada los periódicos; b) los periódicos no necesitaban para nada a los periodistas.
El público no necesita para nada la basura y la basura no necesita para nada a los basureros.
–Papá, el hombre de la basura está aquí –oye decir Groucho, cuya basura era la más pobre del vecindario.
–Dile que hoy no queremos.
Este cuento ponía en evidencia nuestras políticas de limpieza municipales, en cuyas oficinas las basuras pasaron a denominarse “residuos sólidos urbanos”.
Cuando Toni Soprano le dice a su psiquiatra que su negocio son los residuos sólidos urbanos, la doctora Melfi se queda más tranquila.
En Madrid uno sale a la calle con la basura (que es telebasura) puesta de casa, y en las aceras tampoco se aprecia una gran diferencia entre este día de huelga de basureros y otro día cualquiera, pues Madrid es una ciudad sucia, de una suciedad casi americana, que acaso forme parte de la misma ingeniería social para echar a la gente de la calle, que son las aceras.
¿Hay hoy algo más sospechoso a la autoridad que un señor paseando solo por una acera?
Las aceras madrileñas, como las de cualquier ciudad norteamericana, son para las motos, para las bicis y para las basuras, de modo que al peatón, acosado, además, por una plaga de policías y recaudadores provistos de ordenanzas municipales, no le quede otro remedio que buscar refugio en el centro comercial, donde dispone de cajeros automáticos y tiendas para gastar.
A Camba una huelga de periodistas le parecía algo así como una huelga de cesantes, que es lo que me han parecido a mí esos piquetes de huelga que con una energía que jamás exhibieron en sus jornadas laborales se dedican a esparcir cubos de basura por el barrio de Salamanca como quien vacía en el mar cubos de agua.