Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Si el español grita mejor que besa es, entre otras cosas, por las tres que dijo León Felipe: el tierra, tierra, tierra de Rodrigo de Triana en América; el justicia, justicia, justicia de don Quijote en La Mancha; y el que viene el lobo, que viene el lobo, que viene el lobo del propio Felipe a los pastores madrileños cuando la República.
Ahora, el grito que viene es el de ¡Madrid!
Un ¡Madrid! de Ana Botella en Buenos Aires como el ¡Pedro! de Pe en Hollywood, sólo que un pebetero olímpico trae mejor cuenta que una estatuilla del Oscar.
Lluvia de Dánae sobre este llano en llamas del Serengueti que es Madrid, donde hasta los progres esperan que el olimpismo acaricie nuestros músculos como los cheques de la señora Claypool (mezcla de Claypool y Pe va a ser Botella, como gane Madrid la piñata) acariciarán sus bolsillos.
Yo, si por algo quiero que nos den los Juegos, es por poder tener un día algo civil que recordar de Madrid, esta polis prometida por Gallardón, pero no por griega, sino por policial, con una burocracia municipal que hubiera hecho babear de gula a Felipe II, consagrada exclusivamente a la extracción de euros de los bolsillos de sus vecinos.
Si Gallardón escogió “¡Madrid!” para logo de su Ayuntamiento fue porque en Madrid la democracia municipal se reduce a que llamen mañaneramente a la puerta y sea siempre el cartero con un susto que es una multa salvaje (salvaje de verdad, no como las lubinas que sirven en los restaurantes de la capital) por violación de la moral y las buenas costumbres peperas, tal que fumar bajo un voladizo o pasear con una mahou, pues el truco de la señora Botella con la bebida es el mismo que el de Fraga con la prensa: se suprime la censura previa, pero al que se le pille con un adjetivo (es decir, con un botellín) de mal tono, estacazo.
Con los Juegos, igual a todos esos guardias armados hasta los dientes los quitan de imponer multas y los ponen a vender entradas.
¡Madrid!