Hughes
El AVE Madrid-Sevilla, el AVE primigenio, tiene algunas cosas que me gustan especialmente. El color de sus asientos, por ejemplo, que yo, en mi ignorancia muy sugestionable, asocio al trenzado del logotipo sevillano del No-do. O la posibilidad de encontrarse con alguna folclórica, aunque las folclóricas se vayan acabando.
Hay un aire de posibilidad estelar en Santa Justa, porque también el concepto de folclórica va mutando. Vicky Martín Berrocal, por ejemplo, imponente, casi mexicana, pomular y ahumada, sería folclórica. O los Rivera, que también, sobre todo Paquirrín, van bien de pómulos. ¿Se puede ser una estrella sin unos buenos pómulos? ¿No son los pómulos extraordinarios, casi tártaros, de Paquirrín el precio que su organismo pagó a la magnificencia genética de ser Pantoja y ser Rivera?
En Santa Justa, comiendo la tostada del transbordo, se compra uno el ABC (tizne de tinta, que es la mejor metáfora del irse escribiendo) y se enamorisca uno, se enamora moriscamente y de manera instantánea dos o tres veces, de la justa manera de mandar con un gesto de alguna sevillana. Mándame, apetece decirles, seré obediente hasta que entremos en una batalla flamenca de desplantes.
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