lunes, 31 de diciembre de 2012

La manía de despreciar a los bastardos

Alejandro Farnesio, duque de Parma

La manía de despreciar a los bastardos para mi que es una costumbre importada, como lo fue el tener esclavos u otras casi tan nefandas. Bastardo era el linaje de los Trastámara, que culminó en Isabel la Católica, que además heredó la corona de Castilla de un medio hermano. Casi se podría contar la historia de España a través de sus bastardos, o hijos de bastardos, más ilustres. Los Borbones engendraron muchos, pero siempre trataron de apartarlos de la vida pública, cuando no había Tómbolas y Sálvames de Luxe, siquiera teles. Su ascendencia francesa así se lo dictaba. País, Francia, que siempre se nos vende como el paradigma de la liberalidad en la moral y en las formas, y que tan pacato resulta cuando se lee su Historia más de cerca. Los Austrias, en cambio, jamás se avergonzaron de los suyos. Bastardo era don Juan de Austria, uno de los dos grandes héroes que ha engendrado la cultura española, junto al ingenioso hidalgo de La Mancha. Y aquél, completamente histórico, no literario. Hijo de una mujer alemana de vida licenciosa, más boba que guapa, fuente de vergüenza para quienes la rodeaban. Tanto es así que se la pagaba generosamente para que mantuviera la boca cerrada. Pero al final no hubo más remedio que quitarle su hijo, fruto de una noche de lujuria de Carlos I de camino a alguna de sus numerosas campañas militares. Su educación y reputación peligraban con semejante madre. Fue educado en un pueblo del extrarradio de Madrid, en Leganés, por tutores catalanes. Y, llegado el momento, reconocido por su hermano, el emperador, concediéndosele todos los honores posibles, menos poder heredar la corona. Mucho tuvo que aguantarle Felipe II a su medio hermano, y siempre con suma paciencia, una de sus mejores virtudes, porque una vez supo su auténtico linaje, la vida del bastardo se convirtió en la búsqueda incesante de una corona propia. Intrigó hasta el último día para conseguirla, cuando murió en Flandes, víctima de la peste, cuando se disponía a tomar el mando de los tercios de veteranos para sofocar la enésima revuelta en los Países Bajos. Hay quien dice que tras de este deceso tan inoportuno se esconde la mano de su hermano, que no en balde la guerra bacteriológica lleva muchos siglos inventada. Pero es muy improbable. Felipe II quería a su hermano a pesar de todo, de su origen y de lo pelma que era, y lo convirtió en señor natural de sus propios súbditos, de sus huestes militares, parafraseando el hermoso título de la biografía novelada del héroe de Lepanto que escribiera el húngaro Laszlo Pasuth. Hijo de bastarda, como Mourinho, mire usted, era Alejandro Farnesio, el más grande de los generales españoles habidos.