jueves, 27 de diciembre de 2012

El fútbol de la escuela de Messi

  
Hoy, en la escuela de la inmersión didáctica, orgánico-ecologista, los aspirantes a figurar y hacer la pasarela en el mundo del fútbol -el pasillo para Messi-, se empapan de pedagogías igualitarias y globalizadoras, que devienen en la creación de tácticas de libre tránsito, donde, a modo de becarios, hombres hechos y derechos trabajan para que triunfe la figura que el poder ha elegido


Pepe Campos
Profesor de Cultura Española
 en la Universidad de Kaohsiung, Taiwan


El fútbol de siempre estuvo en la calle, en los barrios de las grandes ciudades. Hoy, en la época de lo correcto, se encuentra y se aprende en la escuela de esas mismas ciudades convertidas en metrópolis, donde se va al colegio a pasar el rato porque no hay otra cosa mejor que hacer. La calle de antes, con sus jerarquías indiscutibles, imponía jugadores como Ferenc Puskas, Alfredo Di Stéfano, o Diego Armando Maradona. La escuela de hogaño, con sus igualdades, normativas, articulados, y, motivaciones, se encarga de moldear futbolistas de talante, que se acercarán a la imagen deseada del hombre de la calle. Un Xavi, un Iniesta o un Messi. Del Bosque y Cruyff lo avalan, lo alaban, no paran de destacarlo. Los tiempos han cambiado, y esto no queda más remedio que aceptarlo.
 
Cuando todo nacía en la calle, el jugador de fútbol se veía abocado a pelear a muerte con el contrario, que no le dejaba resquicio porque se le pegaba como una lapa en lucha feroz por ser, por querer ser, por no dejarle ser, con la determinación de eliminarle en cualquiera de las zonas donde jugara sin darle un centímetro de margen. Hoy, en la escuela de la inmersión didáctica, orgánico-ecologista, los aspirantes a figurar y hacer la pasarela en el mundo del fútbol -el pasillo para Messi-, se empapan de pedagogías igualitarias y globalizadoras, que devienen en la creación de tácticas de libre tránsito, donde, a modo de becarios, hombres hechos y derechos trabajan para que triunfe la figura que el poder ha elegido. Es la igualdad del colegio, de la nueva élite, que censura el desequilibrio anterior de la calle, aquel tumulto callejero, cuando el pueblo rebosaba de amor propio para alcanzar una meta con el orgullo de no dejarse ganar la partida en ninguna faceta.

Hoy la calle se ha llenado de ciclistas que van por las aceras, y se les deja pasar. Así ha nacido la política del carril que parece copiada de lo que se enseña en las escuelas para el fútbol, crear pasillos, hacer pasillos para que pasen los que obtienen la beca, y que representan al hombre de la calle. ¿Quién es este hombre de la calle? Es aquél que se suma, se solidariza, se aparta cuando viene un ciclista, o él mismo pedalea porque así se monta en la historia y se siente protagonista. Es aquél de quien  no quedará nada, ni una frase, todo él será intrahistoria posmoderna. Pero sí quedará algo, el pasillo de Messi, por donde el hombre común es capaz de ir con el balón y regatear a todos, y que para lograrlo se le hace un carril, y entonces se le deja pasar por ese pasillo. Se le abre el pasillo disimulado en un achique de zonas, que es un intersticio para Messi.

Ese papel ha sido destinado para Messi, pues es el mejor hombre de la calle existente, porque lo interpreta a la perfección, se ha aprendido el pasillo, por él pasa, y no se le conoce frase. Todo lo ha memorizado en la escuela de la inmersión, en catalán, un catalán no fraseado. Con él, en Messi, en su juego de pasillo, de colegio de hoy, de escuela que enseña a ser cualquier hombre de la calle, se percibe la singular correlación de metáforas de los tiempos que corren. Así, cuando le vemos y los colegas rivales le ven, reconocemos, reconocen, la bicicleta en la acera, el carril subvencionado, Messi con el balón, y el pasillo para él. Es la nueva ordenanza del fútbol.