martes, 23 de octubre de 2012

Tápate, mi amor

 El rincón de Jero García

 
Aunque casi todo lo contó ayer Gistau, me he propuesto no dejar pasar velada a la que asista sin comentario personal. El boxeo es de momento la única cosa aceptada en mi vida que no estoy dispuesto a abandonar en 30 segundos si la pasma me pisa los talones, siguiendo el precepto mafioso que formula Robert de Niro en Heat. Y menos ahora que el otoño caliente vuelve a concitarse en torno a mi barrio de Cortes para luchar por la democracia o por el YouTube o por la adrenalina huérfana de toda leva marcial o laboral posible.

Velada grande en la Cubierta de Leganés con campeonatos de España en juego sobre el ara acordelada donde los hombres prueban su valía, en definición de David, que el sábado apostilló con escaso miramiento de género a la amantísima novia que a nuestra espalda gritaba “¡tápate, mi amor, tápate!” en dirección al púgil que braceaba en el cuadrilátero bajo un menudeo de nudillos:
 
¿Tápate? Si de ellas dependiera todavía tendríamos pendiente el primer bisonte.
 
Que una chica nos pida que nos tapemos es bonito en según qué circunstancias. En otras lo suyo es que nos pida que nos destapemos. Quiero decir, de todos modos, que las mujeres más atractivas que yo haya visto hasta mi tierna fecha las he descubierto en las veladas de boxeo y en las corridas de toros, por más visajes que esta confesión pudiera disparar en el rostro aún joven de Julia Otero. Los hombres no tenemos la culpa de que las propias mujeres ejerzan el quintacolumnismo del movimiento antipatriarcal declarando abiertamente mayor atracción hacia toreros y boxeadores que hacia tertulianos de progreso visados por Convergència i Unió.

Dos combates, ambos finalizados por la vía concluyente del knock-out –los golpes son la sal del boxeo y el KO la pimienta–, justificaron por sí solos esa viril tarde-noche de sábado a la que ni siquiera faltó Fortu, el líder de los Obús, que nos mandaba guiños mientras señalaba con la cabeza a la groupie encuerada que se sentaba a su lado. El KO técnico infligido por Lillo a Ureña –que llevaba a sus tres hermanos fallecidos inscritos entre los omoplatos– llegó tras una pelea muy didáctica que plasmó dos estilos opuestos: la pegada explosiva y el achique de espacios contra la resistencia táctica y la envergadura al servicio de la contra. En cuanto al KO de mi tocayo Jorge Pérez Coke, nuevo campeón nacional de los gallo, nació de un gancho viperino sobre el mentón del gallego Iván Pozo como nacen las arcadas de la visión de la muerte.

Luis Crespo, de profesión jardinero municipal, salió campeón del peso medio auxiliado en la esquina por nuestro mismo entrenador, Jero García, que aprendió a boxear mientras se ganaba la vida de furgonetero en Carabanchel y ahora nos lo enseña con el talento mediático de Kevin Spacey en L. A. Confidential. Cuando hizo desfilar a Crespo bajo los sones de El último mohicano se apoderaban de uno las ganas de subir también al ring a partirse la cara.
 
El boxeo italiano cuenta con un presupuesto de seis millones de euros al año. Nosotros no llegamos a los 800.000 —nos explicaba, aspirando resignado de su pitillo, el candidato a la presidencia de la Federación Española de Boxeo, Antonio Martín Galán.
 
Si yo fuera Luis de Guindos subiría un poquito la dotación y les pagaría un profesor a los diputados. Las calles se están poniendo peligrosas.

El rincón de Ricardo Sánchez Atocha