domingo, 28 de octubre de 2012

París

Baroja (con Gregorio Marañón) en París

Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural

    Malos tiempos para el arte.

    Con la crisis, el arte se va “al mejor postor”, dice Zugaza, el señor del Prado, y el mejor postor, según él, viene ahora de “los países emergentes”, que pueden pelarnos las colecciones, privando a los pobres demócratas, o a los demócratas pobres, de la contemplación del arte en los museos.

    El arte, ay, otra vez para los rastacueros.

    “Arrastracueros”, palabra que chiflaba a nuestros costumbristas, empezando por Baroja, es como los franceses llamaron a los señoritos argentinos enriquecidos en la primera guerra mundial con la venta de cuero.

    Hasta hace dos días, todos hemos visto en Madrid a algún rastacueros del arte.

    –Han descolgado las disecadas cabezas de ciervo y de jabalí para sustituirlas por sus Tàpies, sus Barceló o sus Gordillo –dice Pepe Cerdá, que recoge sus diálogos en “Pintor, pinta y calla”.

    “Para Tàpies bueno, el de Rodrigálvarez, y qué bien de precio que lo consiguió” “Sí, pero nada tiene que ver con tu sopa de Barceló, mira que tienes ojo, y eso que me aconsejaste que comprara entonces…” “No te quejes, que ya diste en el blanco con Pérez Villalta, en la primera exposición en Soledad… y fíjate cómo se ha puesto” “Por cierto, me han dicho que hay un chico que promete mucho, lo apadrina Schnabel y creo que ya tiene apalabrada una exposición en Nueva York…” Etcétera.

    Tampoco ahora nos salvará París.

    París, como certera, aunque inútilmente, trataba de explicar Cerdá a un pedante en una exposición, no existe ni existió jamás: fue una de las mejores operaciones de marketing de todos los tiempos, y sólo existe en el ideario de miles de personas “cultas” repartidas por el mundo que hablan de París sin conocerla.

    –Es lo mismo que Disneylandia, pero para mayores. Por eso Eurodisney está allí.
    
Lo que Cerdá no le dijo al pedante es que dejó París por no trabajar de pato Donald “para que él pudiese hacerse una foto con su señora y niños, y los libros de Proust, a mi vera”.