viernes, 31 de octubre de 2025

La Pantera Rusa



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En el país de Clouseau, los ladrones de guante blanco vuelven al Louvre: entraron por la Galería Apolo y en siete minutos ahuecaron el ala con las joyas de la emperatriz Eugenia (no confundir con Brigitte Marie-Claude Trogneux). Nada se sabe de ellos, aunque algún burlón deslizó en las redes que el ministro de la policía contaba con la pista de un pasaporte ruso que se les cayó en la huida, guiño a “La Pantera Rosa” de Blake Edwards del 63 (¡la Guerra Fría!), con David Niven (el “Fantasma”), Peter Sellers (Clouseau), Capucine y la Cardinale. El “Fantasma” intenta robar la piedra preciosa en cuyo interior brilla la silueta de una pantera, y el resto es lo que estamos viendo en la UE.


La cultura liberalia es un tiovivo de derechos y de deberes; sobre todo, de deberes (porque el deber, dicen, es un don de gentes), y debiendo, debiendo, nos hemos metido todos en una deuda (pública y privada) impagable sin más escape que la guerra, con el aparato productivo trabajando enteramente para atender a los intereses y con la oligarquía prestamista llevándose las comisiones del gasto del keynesianismo militar. Después de todo, el sistema, recuerda Alex Krainer, está en manos de piratas, pues las oligarquías prestamistas de Londres y de París son herederos de los piratas y sus códigos legales para hacer que siempre ocurra lo que ellos quieran. Y ahora quieren la guerra.


En el chapoteo de la deuda, esta gente ha visto brillar la piedra preciosa de los fondos soberanos rusos (¡la Pantera Rusa!), y entre los líderes europeos, carentes todos de competencia, de integridad y de carisma, razón por la cual están en sus puestos, hay tortas para el papel de “Fantasma” Niven (Starmer, Macron, Merz…) robando la pantera rusa, pero por lo legal, o sea, mediante el Estado de Derecho liberalio, ese pleonasmo que lleva a los huertanos de la vega del Jarama a colocar donde los ajos un cartel que dice “Prohibido robar”.


Hay dos cosas que le gustan a todos los hombres y que ninguno confiesa: las mujeres gordas y la ópera italiana –decía un burlón pemaniano.


Hay dos cosas que le gustan a todos los liberalios y que ninguno confiesa: la cartera ajena y odiar a los rusos (Boris y el millón de libras por sabotear la paz). El odio a los rusos fue un sentimiento capital en Marx. “Es una ironía del destino que los rusos, a quienes he combatido de una manera ininterrumpida durante veinticinco años, hayan sido siempre mis protectores”, escribía a Engels en 1868, porque un editor ruso publicaría una traducción de “El Capital”.


Pero el liberalio odia al ruso por postureo contra el nihilismo juvenil, ese invento de Turguénev en “Padres e hijos”. El liberalio presume de valores occidentales, el primero de los cuales es la guerra por poderes, que siempre da perras. BHL fue a Trípoli, encontró una mosca en el té y telefoneó a Sarkozy para que bombardeara la jaima de Gadafi, y hoy el que está en el talego es Sarkozy. Mañana, Dios dirá.


[Viernes, 24 de Octubre]

Viernes, 31 de Octubre

 


O tempora, o mores

jueves, 30 de octubre de 2025

Bonifacio



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Si usted llega hoy a Madrid y no tiene nada mejor que hacer, acérquese al Círculo de Bellas Artes en cuya Sala Picasso expone Bonifacio. También se podría decir que Picasso expone en la Sala Bonifacio, porque Bonifacio comparte con Picasso todo el jaleo español del toro, la mujer y la pintura. Ah, y el gusto por las cabronadas, en el sentido juguetón del término. Bonifacio, por ejemplo, consiguió con ardides que Zóbel, que tenía cocodrilos en los bolsillos, le pagara un día un almuerzo que incluía la langosta más vieja de Cuenca. Y me acuerdo de la noche en que Bonifacio echó de su casa de la calle de la Cabeza a una filósofa –y con la filósofa, a todo el mundo– porque, al cabo de la velada, cuando ya nos había contado mil cosas de su vida taurina, la filósofa se puso estupenda y preguntó: “Entonces, ¿tú toreaste con Joselito y Belmonte?” ¡A la calle todos! ¡A tomar viento! Quiero decir que Bonifacio es el último artista verdadero que anda por ahí suelto, y cuando digo suelto quiero decir libre, además de arisco y sentimental, sin una pizca de lambiscón –ay, esa lambisconería de nuestros artistas del pan pringao, para que los acepten y subvencionen–, que pinta horrorosidades abstractas con la misma pasión con que cocina cogotes o pesca bocartes. Con lo que a él le gusta el ron, los médicos no le dejan beber ni un vaso de agua, pero es que si esa dama antivicio que es la ministra Salgado supiera lo que ha vivido Bonifacio se desmayaría como una marquesa de Serafín. “Bonifacio en los campos de batalla.” Ése es el reclamo de esta enorme retrospectiva de Bonifacio por la que uno, acosado por la fiebre y los mosquitos, avanza por la selva de “Objetivo Birmania”. ¡Menudos monstruos de cinco, diez, veinte y treinta años! ¿Es lícito arrojar, como un pez al cual vacía de entrañas el anzuelo, todo nuestro subconsciente por la boca, dejando impúdicamente a la intemperie, sin forma ni armonía, a nuestros oscuros monstruos gelatinosos? “Nuestro duro siglo –explicó Foxá–, a pesar de sus prodigios técnicos, se asemeja a las edades frescas y hermosas, pero crueles y catastróficas, de la aurora del hombre.” Algún día todos los pintores hubieran querido pintar así. 

Carl Schmitt y el misterio del Katechon. El poder que frena parece haberse extinguido para siempre


Carl Schmitt


Domingo González


Pocas ideas condensan tanto la mezcla de teología, política y tragedia que caracteriza al pensamiento de Carl Schmitt como el Katechon, esa enigmática palabra griega que aparece en la segunda epístola de san Pablo a los Tesalonicenses. El Apóstol escribe que hay algo —o alguien— que “retiene” la llegada del Anticristo, una fuerza que frena el despliegue final del mal hasta que llegue el momento de la revelación. “Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene” (2 Tesalonicenses 2:6-7). Salta a la vista, a tenor de las referencias insistentes en el Glossarium, que se trata de un arcano, un concepto llave, pues el Katechon es una especie de espectro, una esfinge que atraviesa casi todos los estudios schmittianos. No sólo se sitúa en la retaguardia argumental de muchos de los conceptos del autor de El concepto de lo político, sino que también fundamenta en buena medida las posiciones existenciales que anudan la en ocasiones ensortijada coherencia entre su vida y obra.


Desde los primeros siglos del cristianismo, teólogos y místicos se han interrogado acerca de este misterio. Un hombre de la talla de san Agustín reconocía con humildad: “Lo confieso, su sentido se me escapa completamente.” Muchos siglos después, ese mismo desconcierto hechizó a Carl Schmitt, el pensador más temido y a la vez más influyente del siglo XX en materia de teoría política. En una carta escrita en 1975, sólo diez años antes de morir, Schmitt confiesa a Hans Blumenberg: “El tema del Katechon me fascina”. No era una curiosidad pasajera: llevaba más de cuarenta años reuniendo materiales sobre esa figura misteriosa. Para él, el Katechon era la clave secreta de la historia, la fuerza que hace posible que el mundo no se precipite en el caos.


“¿Cuál es el pensamiento central de la teología política de Schmitt?”, se preguntaba en un artículo publicado en la simbólica fecha de 1989 el editor alemán Günter Maschke (1943-2022), quizá el mejor conocedor de la obra del jurista alemán, antes de responder con convicción: “Es el pensamiento del Katechon, de aquél que retiene, de la fuerza que hace obstáculo en el camino de la reducción total de la existencia a la funcionalidad, a la economía y al aquí-abajo”.


¿Quién es el Katechon?


El término Katechon significa literalmente “el que retiene” o “el que frena”. En el pasaje paulino, se trata de aquello que impide que el mal se desate del todo en la tierra antes del fin de los tiempos. Pero Schmitt, agudo lector de la historia europea, le otorga una interpretación más concreta: el Katechon no es sólo un símbolo espiritual, sino una fuerza histórica y política que mantiene el orden frente a la anomia, es decir, frente a la disolución del derecho, la moral y la autoridad.


En su obra El nomos de la tierra, escrita tras la Segunda Guerra Mundial, Schmitt identifica el papel del Katechon con el Imperio cristiano medieval, el Sacro Imperio Romano Germánico. Aquel Imperio habría sido el gran obstáculo que detuvo durante siglos el avance de la anarquía y el caos, el dique frente a la anomia. No era un poder eterno, pero sí una institución que, aun consciente de su finitud, encarnaba una vocación trascendente: retener el mal en la historia.


Para Schmitt, el Imperio simbolizaba la unión entre poder y misión, entre política y teología. Era el recordatorio de que el poder terrenal, si quiere tener sentido, no puede renunciar a su dimensión espiritual. Una corona sin misión es un mero cesarismo, como el de Napoleón. Por eso, cuando ese poder se degrada y se convierte en puro instrumento técnico o económico, pierde su vocación katechontica, su capacidad de frenar la disolución.


Una teología política personal


El pensamiento de Schmitt se suele recordar por su célebre definición de lo político —la distinción entre amigo y enemigo— o por su teoría del soberano como aquel que decide sobre (y en) el estado de excepción. Pero detrás de esas fórmulas jurídicas late una teología política: la convicción de que no se puede entender la política sin una idea del destino último del hombre y del mundo. Si aquí se habla de teología política no se hace en el sentido de aquella sociología histórica que el propio Schmitt exploró a lo largo de su dilatada y brillante carrera como arqueólogo de la genealogía teológica de los conceptos políticos modernos. Porque, como recuerda con razón Massimo Cacciari, “la expresión ‘teología política’ no puede limitar su significado a definir la influencia ejercida por ideas teológicas en formas de soberanía mundana, presuponiendo una separación originaria entre las dos dimensiones, sino que debería captar en especial la orientación o el destino político inmanente a la vida religiosa, que es el fundamento de la propia elaboración teológica”.


Schmitt veía en el cristianismo una tensión permanente: el Reino de Dios ya está aquí, pero todavía no ha llegado plenamente. Esa espera genera un tiempo intermedio, un “entretiempo” donde la historia humana se desarrolla bajo la sombra del fin. En ese intervalo, el Katechon tiene su función: dar sentido a la historia mientras llega el final, mantener el orden del mundo frente a las fuerzas que buscan su disolución.


Desde esta perspectiva, el Katechon es el puente que une la fe en el más allá con la acción en el aquí y ahora. Frente a quienes entienden la escatología cristiana como una espera pasiva del fin del mundo, Schmitt sostiene que el cristiano debe comprometerse con el mundo y con la historia. Esperar no es lo mismo que paralizarse. Así, contra la parálisis escatológica, la política, lejos de ser un juego de intereses o una mera gestión técnica, es el escenario donde se libra la batalla espiritual entre el orden y el caos. Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de esa fuerza o figura que frena la llegada del Anticristo? ¿Es una fuerza espiritual o política? ¿Qué relación se puede establecer entre dicha fuerza misteriosa, personal o impersonal, y el concepto schmittiano de lo político?


La fuerza del bien, el bien de la fuerza


Schmitt no fue un pensador optimista. Como realista político de fundamento trascendente creía que el hombre, aunque social por naturaleza, es también un ser conflictivo, marcado por el pecado original. Esa misma condición caída hace necesaria la existencia de instituciones políticas, de leyes y de autoridad. En su libro Catolicismo romano y forma política, Schmitt afirma que el poder y la bondad nunca coinciden plenamente en este mundo, pero rechazar el poder en nombre de una presunta pureza moral es el peor de los errores políticos. “En el marco de lo temporal, la tentación del mal que subyace en todo poder es, ciertamente, eterna, y solamente en Dios se ve superado enteramente el antagonismo entre el poder y la bondad; pero lo peor y más inhumano sería querer escapar a ese antagonismo rechazando todo poder terrenal”.


Quien renuncia al poder deja el campo libre al desorden. Por eso critica a las ideologías antipolíticas que pretenden neutralizar los conflictos en nombre de una humanidad abstracta. En ambos casos, el resultado es el mismo: el debilitamiento del Katechon, la pérdida de la fuerza que mantiene el mundo en pie. Schmitt podría haberse hecho eco aquí de la visión expresada por Charles Maurras, el jefe de escuela de Action Française: “Existen debilidades tiránicas, debilidades malvadas y vencidos dignos de serlo, del mismo modo que hay vencedores benefactores, héroes de la energía y de la potencia a quienes la humanidad debe inmensos progresos, colosos de salud y fuerza que merecieron la bendición del pasado y del porvenir. La fuerza en sí misma, despojada de sus caracteres adventicios y circunstanciales, la fuerza que no está todavía al servicio ni del bien ni del mal, la nuda fuerza es por sí misma un bien, y muy precioso, y muy grande, porque es la expresión de la actividad del ser. Es imbécil pretender ignorar sus beneficios”.


De Roma al Sacro Imperio: el Katechon en la Historia


La fascinación de Schmitt por el Katechon tiene también un componente histórico y nacional. A sus ojos, el Imperio romano-cristiano había sido el gran Katechon de la historia europea, y su herencia continuó —aunque de forma imperfecta— en el Imperio germánico. De ahí el tono “germanocéntrico” de su interpretación: Alemania, en la medida en que representó la idea de Imperio y de orden frente al caos revolucionario, habría cumplido una misión katechontica en la historia de Europa.


Cuando ese espíritu imperial se derrumbó —primero con la Reforma, después con la modernidad liberal y el Estado-nación—, el mundo quedó huérfano de esa fuerza de contención. La historia, a ojos de Schmitt, entró entonces en un proceso de debilitamiento progresivo del Katechon, un declive del poder con vocación trascendente. La política moderna, dominada por el cálculo económico, la técnica y la moral individualista, ya no detiene el mal: simplemente lo administra.


De ahí su amarga constatación de que los Estados modernos son sólo katechones débiles, sombras de aquella fuerza que alguna vez dio sentido a la historia. En lugar de frenar el caos, el Estado liberal lo disfraza con un orden aparente, fundado en la neutralidad y el consenso. ¿Pero no es acaso la neutralidad el rostro amable de la decadencia? La equidistancia política se alimenta de la parálisis escatológica, y esta desemboca en la negativa a afrontar la lógica binaria del amigo y el enemigo. Una negativa que asumen los pueblos y civilizaciones que se dejan engullir alegremente por la mandíbula del tiempo.


De todo esto era perfectamente consciente Francisco Javier Conde, intérprete español de la obra de Schmitt, cuando afirmaba que “la idea de que es soporte el Leviatán español, su entraña misma es la antítesis de la neutralidad, es decir, la catolicidad, o sea, la universalidad, en otros términos, el Imperio. Soberanía, en España, no quiere decir síntesis lograda por la neutralidad, sino autoridad suprema. Imperio. Estado antineutral equivale, pues, a Imperio. No es un Estado hacia dentro, sino hacia fuera”. Para Conde fue Richelieu, “uno de los enemigos más admirables de España” (“¡Admirable Francia, enemigo admirable!” exclamó Giménez Caballero en Genio de España), quien entendió mejor el sentido del proyecto político español. “Es que, en efecto, Francia nace Estado, es decir, Estado hacia dentro, y España nace no Estado, sino Imperio”. E Imperio, aquí, quiere decir Katechon. “Esto –afirma Dalmacio Negro en El Estado en España-– se estableció ya en la para-estatalidad de los Reyes Católicos y se confirmó con Carlos I, a partir del cual evolucionó hacia el Imperio, caracterizado por su sentido universalista, organicista y de katechon o dique frente al Anticristo, en contraposición al Estado, de naturaleza particularista”.


El espejo del siglo XX


Schmitt vivió el siglo más convulso de la historia moderna: dos guerras mundiales, la caída de los imperios, la irrupción del totalitarismo y el triunfo de las democracias liberales. No fue un simple observador y eso le costó caro. No canta la palinodia y después de 1945, apartado de la docencia y del debate público, se convierte en una figura solitaria, encerrada en su casa de Plettenberg, donde escribe sus diarios y mantiene una rica correspondencia con algunos de los grandes pensadores europeos. Pero en esos años de retiro, el Katechon se volvió para él un símbolo personal y trágico. Observaba en la historia moderna la progresiva desaparición de esa fuerza que frena, y en su lugar, el avance imparable del nihilismo, el economicismo y la despolitización. En sus notas del Glossarium, su diario personal, lamenta que ya no se encuentra el Katechon. El poder que frena parece haberse extinguido para siempre, al menos el Katechon en su versión fuerte, que para Schmitt exige alguna forma de manifestación política efectiva. Veía signos de esa extinción por todas partes: en el Estado neutral, en el pacifismo utópico, en el dominio del dinero, en la tecnocracia sin alma. Lo que antes era una batalla por el orden se convertía ahora en una administración de lo inevitable. “Nada goza hoy de mayor actualidad que la lucha contra lo político”, escribió con amargura. Una lucha que solo podía ser el preludio del fin.


¿Quién frena hoy?


En sus últimos años, Schmitt seguía preguntándose quién podría desempeñar el papel de Katechon en la era moderna. Dudó de todos los candidatos: la casa de Habsburgo, los jesuitas, los imperios coloniales, Hegel, Savigny, los caudillos nacionales, incluso la democracia liberal. Le reprochó a su admirado Donoso Cortés no haber sabido incorporar el arcano del Katechon a su repertorio, haciendo fracasar su teología. A veces pensaba que figuras como Franco (“el humilde katechon”) o el general polaco Pilsudski, que resistió a la invasión soviética tras la Primera Guerra Mundial, habían sido modestos katechones locales, capaces de frenar, aunque sólo temporal y acotadamente, la disolución del orden. En otros momentos llegó a considerar al presidente y filósofo checo Thomas Masaryk (1850-1937), símbolo de la democracia liberal derrotada de entreguerras y fundador de la República checoslovaca, como el último katechon europeo. El suicidio provocado de su hijo, el diplomático Jan Masaryk (1886-1948), a manos de los comunistas en la tristemente célebre defenestración de Praga, le “afecta profundamente y de modo muy personal”, según confiesa en su diario.


Esa paradoja revela mucho sobre la desesperanza del Schmitt de posguerra. Incluso la democracia liberal, que había combatido con tanta dureza, podía convertirse —a falta de algo mejor— en el dique más tenue frente a la barbarie totalitaria. Pero ese reconocimiento no era una reconciliación, sino un diagnóstico trágico: si el katechon se había debilitado hasta ese extremo, la historia estaba ya al borde del abismo. Este hipotético Schmitt apocalíptico recuerda al René Girard lector de Clausewitz. Ninguno de los dos encuentra ya al Katechon. Huérfanos del poder que frena.


Un legado incómodo y fecundo


El pensamiento de Schmitt sigue siendo inquietante porque obliga a mirar la política desde su costado más oscuro y desagradable. No hay en él ninguna ingenuidad sobre la naturaleza humana ni sobre la función histórica de las instituciones. Su reflexión sobre el Katechon puede leerse como una advertencia: las sociedades que renuncian a defender un orden político con sentido trascendente están irremisiblemente condenadas a ceder ante las fuerzas del caos.


Hoy, en un mundo saturado de relativismo, tecnocracia y discursos apolíticos humanitarios, el diagnóstico de Schmitt conserva una extraña vigencia. No se trata de compartir diagnósticos pretéritos ni de apelar a una nostalgia imperial anacrónica, sino de entender su intuición de fondo: sin un principio trascendente que frene, sin una autoridad superior que imprima un sentido vertebrador, la historia y lo político se desintegran.


El año 1989 selló el presunto fin de la historia para los hegelianos de salón. Schmitt hubiera visto confirmados sus peores augurios. Pero no se puede cerrar la puerta de la historia sin abrir el paso a la tragedia. Y hoy la historia, con la tragedia, parecen regresar de la mano a la vida de Occidente. 


El hombre-katechon, ¿el último hombre?


La soledad katechontica y la orfandad política de Schmitt se revelan en las enigmáticas palabras anotadas en su diario el 25 de septiembre de 1949: “El Katechon, ésa es la carencia, ese es el hambre, necesidad e impotencia”. Unas palabras que solo adquieren su sentido oculto en el único y enigmático apunte de ese mismo diario el 25 de marzo de 1948: “Yo soy ahora más que Thomas Masaryk”.


Quizá, como sugería Schmitt, el Katechon ya no pueda hoy ser representado en una institución o poder políticos sino en una actitud íntima de resistencia espiritual interior, resistencia lúcidamente consciente de la cartografía epocal que el hombre occidental debe afrontar para combatir en cada momento y circunstancia a las potencias disolventes de la anomia. En tiempos de crisis, esa consciencia —más que cualquier ideología— puede ser la verdadera fuerza que frena. La mayor debilidad histórica del Katechon debe compensarse con la fortaleza inexpugnable de la inteligencia y el espíritu. Una fuerza interior que no claudica ante los cantos de sirena del mundo y que será, quizá, semilla de la restauración. Lo acaba de recordar Carlos Marín-Blazquez en una pieza magistral publicada precisamente en esta tribuna, Por qué luchamos, verdadero manifiesto de la resistencia del espíritu.


Así, podemos leer la lucha personal como lucha katechontica: no porque garantice un orden global en ruinas, sino porque mantiene vivo lo que todavía puede perderse —la persona, la identidad, la libertad—y conserva encarnadamente vigentes depósitos de sabiduría, audacia y coraje entre aquellos que esperan y no desesperan. Que esperan una recompensa mayor que la victoria mientras custodian el castillo de las realidades ignoradas hasta que fluctúe el signo de la época: en ese entre-tiempo, esa resistencia interior es ya un acto pleno de sentido. Y que no desesperan, igual que los griegos de Jenofonte, hombres libres que perseveran en la alegría y, armados con ella, se lanzan al combate. La alegría, nos dice Marín-Blazquez, “que naturalmente se desprende del hábito de pensar como alguien que, en su fuero íntimo, se niega a someterse a la tiranía del número”. Un hombre-katechon, un hombre-dique, un hombre que atesora en su fuero íntimo la energía moral que frena todas las miserias, todas las mezquindades y cálculos del mundo. Quizá este haya sido siempre, desde los días de la lejana comunidad cristiana de Tesalónica hasta el fin de los tiempos, el único hombre que ha entendido y entiende al Apóstol: “Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene”. Y tal vez este hombre sea hoy –y en realidad haya sido siempre– el último hombre. 


La Gaceta de la Iberosfera

Jueves, 30 de Octubre

 


La IA

miércoles, 29 de octubre de 2025

Bomberos




Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Hoy que la ciudad parecía tranquila, quería uno hablar de los bomberos. Esta mañana, la ciudad, en efecto, estaba tranquila. El último caso de corbata colombiana tuvo lugar anoche, pero esta mañana la ciudad estaba tranquila. En mañanas así el Ayuntamiento aprovecha para clausurar los carriles-bus con la furgoneta del reparto de aletas de tiburón para el carril-bus. La fantasía popular sostiene que las aletas de tiburón del carril-bus se las llevan por la noche los cocinillas amarillos para hacer sopa de aleta de tiburón, así que por la mañana tienen que salir los hombrecillos verdes del Ayuntamiento a reponer aletas de tiburón en el carril-bus. ¿Han visto alguna vez el espectáculo madrileño y mañanero de las viejas alcalaínas –de la calle de Alcalá– saltando a lo Edwin Moses esas aletas de tiburón para tomar el bus? Como sea que al mediodía el carril-bus está ocupado por los reponedores de aletas de tiburón, el bus para al otro lado de la barricada formada por las aletas de tiburón, con lo cual las viejas se ven obligadas a sortear el bordillo de la acera, a cruzar el carril-bus nadando en aceite del que pierde el bus, a saltar la aleta de tiburón y a encaramarse en el bus cuyo conductor, que lleva puesta la radio mañanera que da asco oírla, repite como un loro la fórmula masónica: “¡Al fondo hay sitio!” No es una prueba de ingreso en el Cuerpo de Bomberos, sino el alarde mañanero y cotidiano de una vieja en Madrid. ¡Bomberos! ¿Sabían ustedes que el Cuerpo de Bomberos es el cuerpo con mayor prestigio de cuantos se mueven en la capital? Ni restauradores ni periodistas ni guardias ni, por supuesto, políticos. ¡Los bomberos! Bomberos, los de Madrid, que hace poco han sido campeones de Europa. Es verdad que estos bomberos se quedaron sin pillar a los dos fantasmas del Windsor, pero han sido los únicos en plantarle cara a Gallardón, más liberal con los cómicos de Alicia Moreno que con los bomberos de Pedro Calvo, cuya política los tenía encendidos. A ver, Zerolo, que quiere ser alcalde: ¿qué haría usted con el Cuerpo de Bomberos? ¡Bomberos! A mí nunca me cayeron mal, aunque me gustaría verlos por las mañanas saltando aletas de tiburón para coger el autobús. 

Miércoles, 29 de Octubre



Valle de Esteban

Jerarquías

martes, 28 de octubre de 2025

Heinrich, el mena

Kaspar Hauser


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


La izquierda de la experiencia, lega y camastrona, ésa que tiene al viudo García Montero de “moái” para hacer la pascua a la Academia, cree que la compasión es una colonia suya a la que ir a tirar el chicle de la pena antes de estirar la pata del penalti.


España no ha conocido la democracia, pero dispone de casi una veintena de parlamentos diariamente dedicados a glosar eso tan andaluz y tan “jondo” de “la Pena” a propósito de los menas (menores no acompañados, para el votante). Ayuso en Madrid y Bonilla en Sevilla han llegado a hablar como Federico en Nueva York: “Me quedo con el niño desnudo / que pisotean los borrachos de Broklyn”. “Me quedo con el transparente hombrecillo / que come los huevos de la golondrina”.


La compasión es una idea nueva en Occidente –dejó escrito Muray; tan nueva, hay que reconocer, que todavía a veces se comporta como una fresca cuando sale sola.


Por eso los politiquillos de Lo Que Con Tanto Trabajo Nos Dimos Todos hablan de la pena mena como si la hubieran inventado ellos, cuando, miren por dónde, también esa pena sería franquista, como lo acredita la historia de Heinrich, el mena de Pemán.


La idea (“la sugestión”, escribe Pemán) fue de Pío XII, y la realización, de Acción Católica. Europa estaba en guerra (la misma cruzada contra Rusia a la que nos arrastran las zarrapastrosas Venus de Zugarramurdi que mandan en el bosque de Bruselas), y “había que traer a España para sosegarlos y tonificarlos, en el instante crítico del crecimiento físico y moral, a un cierto número de niños”, que debían ser solicitados por familias españolas para una temporada, “como uno más” en la mesa y en la casa. “España como refugio del sentido maternal que peligra en el mundo”. La idea pontificia fue un éxito completo. Todo el mundo pedía “un alemanito”, que lo rubio, dice Pemán, “tiene mucho prestigio en esta morena bética moruna”.


Yo tuve también mi alemanito. Se llamaba Heinrich.


Llegó en autobús en Miércoles Santo, con otros veinte. Era católico, hijo de un guardabosques, y resultó ser de Koenigsberg (la ciudad que un general bocachanclas de Trump dice poder tomar en una hora), paisano de Kant. “Me tocó un prusiano: con su cabeza redonda y su nariz respingona y agresiva paralela a la visera en alto de su gorra, tenía cara de ‘imperativo categórico’. Yo hubiera preferido un austriaco, pero el mapa de nuestras pedanterías intelectuales no puede ser el mapa de los niños tristes y desamparados.”


A la media hora, Heinrich nos había contado toda su odisea desde Koenigsberg a Bremen, perseguido por los rusos. Al mes se entendía perfectamente en español.


El keynesianismo militar de la UE volverá a llenarnos el corazón de “alemanitos”. El “alemanito” incluye el glamour de Kaspar Hauser, “el huérfano de Europa”, hijo ilegítimo, según la penúltima teoría, de Napoleón (dos gotas de agua) y Estefanía de Beauharnais, esposa de Carlos II de Baden, nacido antes de la guerra con Rusia.


[Martes, 21 de Octubre] 

Martes, 28 de Octubre

 


Valle de Esteban

Gatones

lunes, 27 de octubre de 2025

Hughes. Real Madrid, 2 - FC Barcelona, 1. Asoma (con rasgos de genialidad) la obra de Alonso


@realmadrid


Hughes

Pura Golosina Deportiva

 

En el once de salida del Madrid una bonita sorpresa. La presencia de Camavinga significaba hacer más serio el mediocampo, más corpóreo el equipo sin afectar la “estructura” inicial. Tchouaméni de viga, Güler por dentro, Belingham por delante y el otro puesto, el cuarto Beatle, ni para Rodrygo, ni para Brahim, ni para Mastantuono: Camavinga, que bien podría ser Valverde en el futuro (hoy de lateral), devolviéndolo todo al inicio, pues ahí, de volante por la derecha, jugador atrapalotodo, apareció Valverde complementado los tres medios. Es, y perdón por el rollo, el cuarto centrocampista, una condición necesaria para ganar.


Madrid con sol, pero el partido era una “noche grande” aun siendo mediodía. ¿Nos cambiará el Madrid los biorritmos? Entre el cambio de hora, el estadio ‘nocturno’ y lo poquito que he dormido, durante momentos perdí la noción del tiempo.


Todo en el Madrid es ya una Gran Noche.


En el palco estaba Florentino, seco, y Laporta, gordito. Dos estilos. El enjuto castellano ascendente, el jocundo mediterráneo. Al lado, Ayuso en jeans.


El partido salió agitadísimo y en el minuto 2 hubo un penalti a Vinicius, un supuesto penalti, que dirían en El País, que Soto Grado pitó de primeras pero luego anuló tras la llamada del VAR (los varicuetos). Tras la anulación, y la celebración extática del gol, cundió un vacío grande. La euforia es malísima después.


El no penalti había sido mérito de Vinicius, que salió como nunca. Es el Vinicius 2.0, lo que prometió, el Vinicius eufarei. Yo no sé por qué, pero cuando lo veo así me acuerdo de los Detroit Pistons.


En el Barça quiso contestar Lamine con su tiro más visto que la charito, su tiro-charito, explotadísimo con... ¿cuántos años tiene Lamine? Iba a poner 20 pero quizás sean 17. Me da la sensación de que descumple.


Los escritores decadentes iban a por el morito porque el morito además de ser morito ¡es que es morito muchos años!


El Madrid estaba pensado. Bellingham aparecía cubriendo la banda derecha en defensa. Había eso que se llama compromiso alrededor de un 4-4-2, con Vini y Mbappé arriba, a distintas alturas.


Y la presión daba resultados. En el minuto 11, Mbappé marcó con un golazo que era tan bueno que desde el principio se dudó de que pasara el “control de legalidad”. Fue un robo de Güler a Fermín, que tiene toda la cura de un culé no étnico. Mbappé dejó que la pelota votara dos veces y enganchó una volea que en realidad incorporaba el miedo al VAR: no quería hacer nada, sólo cogerla y pum. Un remate muy espectacular pero minimalista.


Y algo sabía porque al poco, Soto Grado estaba ya al aparato. Funcionó la tecnología: del pinganillo al VAR, y gol anulado por fuera de juego. En el palco, Laporta ponía cara de inocente, como de monaguillo, única salida facial posible.


“Esperaremos a ver esas líneas”, dijo el locutor, y esperamos bastante hasta ver, minutos después, una cosa ridícula y milimétrica. “A ver esas líneas” es una frase muy del momento y EstaEspaña.


El Madrid convirtió el negreirato y la rabia en presión arriba, muy mejorada por Camavinga. Arda Güler era Guli contra los chiquis de La Masía y maqueleleaba de lo lindo.


Carreras pasó de estar nefasto a azaroso e irregular. Cuanto más arriba, mejor porque ‘encima’ bien en la presión. Perdía demasiados balones, tantos como un extremo (”no eres tan bueno para perder tantos balones”) y el Barcelona hacía ‘aclarados’ para que fuera él quien la subiera. Con todo, ¿no participó en anular a Lamine o venía ya anulado?


Él y Huijsen mejoraron. Superaron lo del Metropolitano.


Aunque en la derecha estaba Camavinga, por allí apareció Bellingham, controló, se dio una vuelta entera y muy rápido sacó un pase al hueco para la carrera de Mbappé, que fusiló con una precisión poco humana.


Bellingham volvió, pero pasó algo más importante. Alonso encontraba algo, estaba pariendo algo. Camavinga, que llegó a jugar de lateral zurdo, abría ahora la banda por la derecha, y por allí aparecía también Bellingham, que por fin irrumpió como mediapunta derecho. Si Güler ha de centrarse y en general todo tiende a la izquierda, que apareciera por la parte derecha de la mediapunta fue una gran novedad.


¿No era eso un sacrificio táctico de Bellingham?


Esto es una gran noticia para la formación del mediocampo. El Madrid, si uno lo miraba bien, estaba hecho de reconversiones: Valverde de lateral, Camavinga de extremo diestro, Bellingham un poco a la derecha, Güler defendiendo... Jugadores evolucionados, en puestos o sitios de llegada para la formación orgánica de un mediocampo. Se vio por vez primera la obra de Alonso: la elevación de una arquitectura mediocampista, ¡aquí estará su gloria! Y esa gloria asomó el andamio contra el Barcelona.


Porque la delantera ya está afilada y engranada. Se ha fichado en la defensa y atrás esta Courtois. Lo que falta está en la media y ahí Alonso enseñó ya una maqueta convincente.


Hubo una ocasión de Huijsen, que se suma al ataque (restándose a la defensa) con una facilidad que no puede evitar.


El Madrid presionaba mucho y muy arriba y se le dibujaba el tridente, los tres cracks, pero ya de otra forma. Alonso estaba haciendo del tridente virtud.


Cuando mejor estaba el Madrid, cometió un error. El partido era exposición de contrapresiones sucesivas y cuando le tocó hacerlo al Barcelona, el Madrid se lió en la salida. Fue Güler, en el sitio del 5, donde no puede fallar si ha de llevar la manija, pero falló. Lo aprovechó Fermín.


El Madrid se pudo ir medio depresivo al descanso pero pronto lo remedió con una jugada de Vinicius que en realidad fueron dos, incontenible en ambas. primero en una contra en la que Fermín se tuvo que agarrar para pararlo, y aun así,,, Y luego, yéndose de extremo, centrando muy alta la pelota para que bajara con nieve (¡pero de la navideña!), peinara Militao (Huijsen por ahí) y rematara Bellingham con el mínimo hacer porque todo su mérito consistía en estar, en haber llegado, de nuevo haciendo de nueve puro, como si en el reparto de tareas le hubiera tocado hacer las tareas del 9 clásico: ser un poco interior, un poco mediapunta, un poco nueve...


Con tanto VAR, había mucho miedo a celebrar el gol, pero valió. Ahora no es gol del todo hasta que saca el rival.


Vinicius no es que volviera (no se había ido) es que estuvo mejor que nunca. En esos minutos ‘pesaba’ en el campo más que nadie: Jude, Mbappé, Lamine... la fuerza de la naturaleza era él.


El pressing alto del Madrid era una cosa loca. En realidad, ese gegenpressing es madridismo, es madridismo que los alemanes quisieron imitar. Es espíritu español hecho filosofía alemana. Es sistematizar el Madrid de las remontadas, racionalizando su apasionado Vietnam presionante. Por eso, la presión alta hay que empezar a verla como algo propiamente madridista, más del Madrid que de nadie, y como una forma de entrenar el frenesí. O sea, es otra forma de llegar a lo mismo. Tras la vía estocástica, la vía agonista, la vía milagrera y la vía suicida, el Madrid quiere hacerlo metódico y sostenible. Vimos ya la obra de Xabi Alonso. ¡Yo siempre creí!


(Esto de acertar siempre, de verlo todo antes, de mirar con rayos X... ¡cuánta soledad da!)


(La enloquecida vanidad era una forma de recuperar el ánimo tras la devastación circadiana del domingo).


Tanta era la presión que en algún momento ya no se sabía lo que era correr raulista y correr presionante. Eso le pasaba a Vinicius. Se mezclaba la ética chamartinera con la teórica del míster. Se comunicaban, se hacían uno, ¡por eso se vio que, en realidad, era todo madridismo! Vinicius enseñó el vaso comunicante.


Así llegó al descanso: todo estaba ya entrevisto.


Cuando Arda parecía en el centro, todo se hacía con sentido y no solo con sentido, que eso ya sería una vulgaridad: se hacía con exacta suavidad, y esa exactitud producía un placer estético. Lo que sienten los morantistas lo sentía yo, y hacía “aaahhhhgg” y añadía “oooohhggs” sobrecogidos pero callando, para mí. Esa posición de Güler no sólo produce sentido y belleza, produce orden. Alrededor de él, de su impepinable estar ahí, se colocan los demás.


Vimos que las alocadas ruletas de Camavinga servían para algo: para la banda derecha. Tras ‘irsen’ así, Bellingham logró las manos de Eric García, manos muy claras porque estaba subiendo el brazo, aunque se tuvieron que debatir mucho en el VAR. Todos en el campo y en la grada hacían el mismo gesto de pedir mano, un gesto que estaba entre pedir una trasfusión y el corte de manga.


El penalti lo tiró Mbappé y se lo pararon. Eso sigue sin estar resuelto. ¿Y si los tirara Güler?


Se vio que Camavinga en la derecha mejoraba la presión, que a veces pedía y dirigía él. Fue un hallazgo completo. Fue una genialidad de Alonso que nos abrió un cielo y desgarró por fin el velo incomprensible que limitaba al mediocampo.


La presión alta partía un poco al equipo, pero de un modo distinto y virtuoso. Se partía para mejor. Seis arriba, uno entre medias y el resto esperando el saque largo.


El Barça era Fermín y luego fue mejorando colectivamente. Quizás el Madrid se cansaba. Los cambios eran necesarios pero no era aun el momento. Lo primero fue sacar a Güler por Brahim, y la gente, mientras aplaudía a Güler, ponía cara de cavilación. Las posesiones fueron más cortas, y Alonso sacó a Vinicius, que ya es Lola Flores y se fue directo al vestuario montando un número.


Pero los cambios le sentaron bien al Madrid, se ordenó mejor en el 4-4-2 defensivo y pudo marcar varias veces por Mbappé o Rodrygo. Y aun estuvo mejor cuando se fueron Bellingham y Mbappé y sólo quedaron currantes y escurridizos bajitos.


Alonso estaba dando otro muletazo de entrenador.


El Madrid llevaba un año y medio recibiendo humillaciones de cada equipo top-15 que se encontraba. Esto se acabó. Además, le dio al Barcelona una lección de fútbol moderno. Porque a modernos tampoco nos gana ya nadie. 

Ese lateral derecho



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Los futbolistas vuelven del parón de selecciones (en España, Combinado Autonómico), que es tan peligroso y precario como un Alto el Fuego en Oriente Próximo, y ya han recibido sus nuevos automóviles, fundamentalmente ostentosos, como de ceos de alguna corporación alemana en liquidación, con los que llegar a Valdebebas para preparar lo de la Juventus y lo del Clásico, sin más preocupaciones que la del lateral derecho. ¿Por qué? Cosas del Relato.


Menos el Madrid, que tiene tres (Vinicius, Rodrygo y Mbappé), todos los clubes cuentan hoy con un buen atacante por la izquierda, y eso desata en el piperío el síndrome del lateral derecho. ¡Estamos sin lateral derecho! Del Liverpool vino Trent, que está roto. Del hospital volvió Carvajal, que es un ex lateral derecho. Y a Valverde, que podría, si se lo propusiera, ser el mejor, no le gusta el puesto de lateral derecho, porque él se ve de centrocampista, pero en el tiquitacón que propone Xabi Alonso para el centro del campo un trotón como Valverde sólo tendría sitio fijo si fuera Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, el doctor Sócrates.


Con la experiencia del último año de Ancelotti, más los revolcones de PSG y Atlético con Xabi Alonso, hay, más que pánico, terror a un Clásico sin lateral derecho, por donde ha de entrar el culé bueno, que es Raphinha. La diferencia entre pánico y terror en el fútbol la explicó para la posteridad un personaje atrabiliario de esta industria en España, Pablo Porta (el “Pablo, Pablito, Pablete” de García), con un chascarrillo sexual: “Pánico es fallar el segundo; terror, fallar dos veces el primero”. Perder el Clásico sería fallar varias veces seguidas el primero, pero ahora después de una inversión seria en defensa, con Huijsen, que no parece estar (casi mejor, dada su velocidad), y con Carreras, un Feliciano López que vino a tapar el lateral izquierdo al que nunca llegó Davies. De Yoro/Davies a Huijsen/Carreras. Así que todos encomendados al espíritu de Valverde para el lateral derecho.


Fírmeme usted… y póngame cualquier tontería –acostumbra decir el pesado de Feria del Libro al escritor en su caseta.


Lo mismo sucederá con Valverde: Xabi se acercará al jugador, sorprendido a medio vestir, y le pedirá que juegue en el lateral derecho y despeje cualquier balón que le caiga en evitación de la escabechina defensiva de los últimos Clásicos. Si la cosa se repitiera la próxima semana, sobre el Bernabéu volvería a cernirse la sombra de Zidane, aunque Zidane viene de hacer una declaración sobre Lamine que ni pintada para quitarse de en medio. “Un jugador que me mueve cuando toca el balón es Lamine –ha dicho Zidane–. Contra el Inter, Lamine lo hizo todo, en los dos partidos. Demostró lo que pocos hacen en ese tipo de encuentros.” No importa que el eliminado en ese partido fuera Lamine. Y tampoco importa que Zidane fuera el hombre que el único futuro en el fútbol que vio para Vinicius fuera el de lateral derecho, aunque luego ganara dos Champions como extremo izquierdo. Sabido es que Zidane ve donde los demás nos quedamos a oscuras. Él recibe visitas misteriosas en la noche de un ser que le dice cómo obrar. Eso le contó Zidane a “France Football”: el ser misterioso lo visitaba a las tres de la madrugada y le aconsejaba “vete” o “vuelve”. El Visitante, según Zidane, venía de muy lejos, y cuando el periodista intenta sonsacarle, se lleva un chasco: “Hasta mi último suspiro, no lo diré. Es demasiado fuerte”. Total, que mientras Solari y Carletto sólo veían en Vinicius un modesto extremo izquierdo capaz de meter dos Champions en el Museo del Bernabéu, Zidane atisbaba el futuro y proyectaba a Vinicius como ese lateral derecho del que tan huérfanos nos sentimos ahora que llega el Clásico, al que tememos más que Bale a la bancarrota. “Temo a la bancarrota”, ha dicho Bale en América, un tipo tan inteligente que nadie diría que ha sido futbolista, y legendario, cuando todos lo hacíamos preocupado por la opinión que sobre él propagaba la prensa de Madrid, y todo por no haber jugado de lateral derecho.


[Sábado, 18 de Octubre] 

Lunes, 27 de Octubre

 


Alcorque madrileño III

domingo, 26 de octubre de 2025

Victorias de Córdoba y Burgos


Adrián Fuentes



Jon Morcillo. Con el Athletic




Francisco Javier Gómez Izquierdo


         Tocaba al Córdoba ir al Carlos Belmonte donde tiene asiento Jon Morcillo, para servidor el zurdo más peligroso y demoledor de Segunda División, pero el míster del Albacete, Alberto González, no lo puso y como se vio que tampoco estaba disponible el central Vallejo y también eché en falta a Riki, pareció desde el principio que los manchegos salían mermados. De entre los múltiples casos raros del fútbol está el de Jon Morcillo, un carrilero tipo Gordillo al que soltó el Athletic, lo fichó el Albacete y al que ningún Primera se ha llevado aún para sacar faltas al borde del área como si fueran penaltis y acarrear centros  con la técnica y la fuerza que solo poseen los tocados por las musas balompédicas. Es un fenómeno. Ya no estoy al tanto de las vicisitudes de jugadores y equipos. Incluso muchas se me olvidan al día siguiente de conocerlas, pero supongo que algo raro rodea a este Morcillo que me tiene cautivado. Salió a la hora, cuando el Córdoba ya ganaba 0-2. Tuvo tiempo para reivindicarse, pues en el minuto 95, tras una tontería de nuestro Kevin Medina en la esquina del área, Morci firmó una obra de arte a la escuadra que Iker Álvarez, internacional por Andorra, sacó creo que de dentro, para que Agus Medina empujara el rechace para el 1-3 final. Se va asentando el Córdoba. Iván Ania creo que ha encontrado ya en Requena -y no en Alberto del Moral, frágil en demasía- junto a Isma Ruiz la pareja que ha de perdurar. Adrián Fuentes es un nueve todo músculo, tallado cual coloso a base de sesiones de gimnasio, tábano molestón para cualquier tipo de central y tórpido en más ocasiones de las permisibles, pero la Segunda tiene lo que tiene y este madrileño que ya estuvo en el Córdoba hace cuatro años y que lo volvió a pescar este verano en ¡¡el Tarazona!! busca el gol con ferocidad. Fallará lo increíble -una de ayer de sólo empujar y otra sin ir más lejos del domingo pasado ante el Almería, desesperantes- pero lleva dos o tres jornadas de titular mostrando rocosa velocidad. Ha desplazado a un Sergi Guardiola de mayor calidad, pero mucho más lento y mucho menos agresivo. Velocidad e intensidad son asignaturas troncales en Segunda. Si no se aprueban, las virguerías técnicas no son suficientes para aprobar. Ayer Fuentes coló dos goles y fue la pesadilla de Jon García y Javi Montero, un par de centrales, todo sea dicho, no muy fiables.


    El Burgos jugó a continuación contra la Real Sociedad B, vulgo Sanse, en El Plantío. Partido como suele acostumbrar el Burgos. Táctico, trabado, sin ocasiones, aburrido.¡¡Bloque bajo!! "Que el contrario no llegue al área y nosotros en un córner o una falta, matamos". Los locutores inventaban cosas extrañas y elogiaban al 8, Mikel Rodríguez, del Sanse, que sí es mediocentro aseado, pero no es Zubimendi, ni Guevara, ni Merino, ni Gorrotxategui.., como quieren hacernos creer los comentaristas del Movistar. A mí me gusta el lateral zurdo Balda, al que Imanol Alguacil puso algún partido en la temporada pasada con los mayores, pero después de ver al filial guipuzcoano contra el Córdoba y el Burgos, me da que lo va a pasar mal para salvarse a pesar de que en El Plantío perdió por la obsesiva vigilancia de esos onanistas que guarrean el fútbol desde el VAR. Saque de esquina y despeje de cabeza de un defensor donostiarra. Nadie ve nada. Nadie reclama nada... pero al poco el señor Orellana Cid se lleva la mano a la oreja, parlotea por el pinganillo, se acerca al monitor y ve cómo el zaguero Gorka Carrera tiene la mano junto a la cabeza en el momento del despeje, apreciando que toca el balón con la mano y...¡¡Penalti!! Gol de David González en el minuto 85. Tres puntos y arriba como si fuéramos de los buenos.


     Ni de los buenos, ni de los malos. Están los equipos tan igualados que en Segunda todos caben en los dos grupos.

Bombay

Federico Urrecha


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Hubo en Madrid un as de la crítica teatral, Federico Urrecha, que admiraba a Echegaray como la crítica taurina admira a José Tomás (cuyo retrato está en el Rastrillo), es decir, poniendo los ojos como bolitas de alcanfor, y Valle-Inclán, que no aguantaba semejante coba al “viejo idiota”, se despachó con un epigrama: “En Bombay dicen que hay / brotes de peste bubónica, / y aquí Urrecha hace la crónica / de un drama de Echegaray. / ¡Mejor están en Bombay!” Hombre, ya quisiéramos, hoy, ver a Echegaray estrenar en Madrid. Toda la mugre escénica que nos sirven el Molina, que es gallego, y el Fisas y la Moreno, que son catalanes, no valen lo que un polvo de Ernesto y Teodora, la esposa de don Julián –el protector de Ernesto–, en “El gran galeoto”. ¿Que mejor están en Bombay? Bueno, eso era hasta la movida de Aguirre, cuya “baraka” –helicóptero desplomado, balacera india– saca de quicio al mundo del progreso. Con las primeras noticias, todos pensamos que se trataba de otra gamberrada de los liberados de Güemes. ¿No se disfrazan de médicos en Madrid? ¿Por qué no iban a disfrazarse de indios en Bombay? Después de todo, Bombay es la capital cinematográfica del Oriente. ¿Qué mejor lugar para dar a conocer las habilidades para el espectáculo de una izquierda castizota que celebra el día internacional contra la violencia a las mujeres con una apología “afusiladora” y venérea del miliciano violador? Además, recuerden ustedes el arranque de “El guateque”: tiros y tiros contra Peter Sellers, que toca la corneta, que cae, que se levanta, que vuelve a tocar la corneta, que vuelve a caer, que vuelve a levantarse... ¿Balas en Bombay contra Aguirre? Los liberados de Güemes, nos dijimos, que estarán representando “El guateque”. Sólo que las balas eran de verdad y no las disparaban liberados, sino agentes del “terrorismo internacional”, como diría Zapatero, que todavía no han tenido ocasión de reinsertarse contemplando el gotelé de Barceló en la cúpula zapateril de la Alianza de Civilizaciones. Por cierto, que si el Cobi de Mariscal ya estaba visto en un perro de Mihura, el gotelé de Barceló puede verse en “El Chorrón”, en Madrid, y en “La sotana de don Paco”, en Leganés. 

Domingo, 26 de Octubre

 


Valle de Esteban

Capita

Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano

 DOMINGO, 26 DE OCTUBRE


En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:


-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.


Lucas 18, 9-14

sábado, 25 de octubre de 2025

Boadellada


Bienaventurado eres, Simón


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El fallo del concurso (?) para la adjudicación de la plaza de las Ventas ha dejado a Boadella más perplejo que un mono mirando por un canuto, provocando lo que en buena psicología española se denominaría una boadellada de frases: “Una mala noticia para la tauromaquia en general.” “Una prueba más del automatismo que provoca la rutina decadente.” “El mejor embajador del arte español en el extranjero se ha quedado por tercera vez proscrito en sus anhelos de barrer la caspa que rige buena parte de nuestro mundo taurino.” “En cuestiones artísticas y culturales, siempre nos quedará el recurso de Francia.” “Alguna plaza francesa acabará tomando el protagonismo al que viene renunciando tan irresponsablemente la plaza de las Ventas.” Boadella lleva razón, pero poca. Quiero decir que Boadella no ha entendido ni una palabra del liberalismo que manda en Madrid, que es un liberalismo basado en la experiencia. Cuando la Comunidad de Madrid entrega la plaza al grupo Los De Siempre en perjuicio de Simón Casas, lo hace en virtud de la experiencia, de manera que en Madrid, donde todo el mundo habla de La Espe, con la cosa de que en la capital nadie pronuncia las equis uno ya no sabe si hablan de la presidenta (“Esperanza sí que tiene huevos”) o de la experiencia, palabra usada con mucha frecuencia por los filósofos, pero rara vez definida. En el caso que ocupa a Boadella, la Comunidad le reconocía hace dos años a Simón Casas nada menos que el doble de experiencia que al grupo Los De Siempre, quienes a pesar de lo cual se llevaron la plaza; hoy, esa misma Comunidad otorga al grupo Los De Siempre tres veces más experiencia que a Simón Casas, quien en razón de lo cual se queda sin plaza. “¿Qué entendemos por experiencia?”, se pregunta Bertrand Russell. Para él, el mejor modo de hallar una respuesta es preguntar: ¿Qué diferencia hay entre un acontecimiento no experimentado y otro experimentado? La lluvia vista o sentida caer es experimentada, pero la lluvia que cae en el desierto cuando no hay en él nada vivo no es experimentada. “Así llegamos a nuestro primer punto: no hay experiencia sino donde hay vida.” Para que se entere Boadella: sin vivos, no hay experiencia. 

Sábado, 25 de Octubre

 


Valle de Esteban

 Adelantado otoño, panal silbante de hojas

viernes, 24 de octubre de 2025

Séneca. El filósofo con cara de tabernero


El Séneca de la puerta de Almodóvar


Fotografía cogida del blog de Ladis


Francisco Javier Gómez Izquierdo


              A principios de este año 25, me llegó un recordatorio que el gran fotógrafo taurino de Córdoba, Ladis, había reflejado en su blog con motivo de los 60 años del monumento a Séneca para que los que no sabíamos, la mayoría de los cordobeses y todos los advenedizos, conociéramos. Ladis, padre de un buen amigo con el que compartí afanes talegueros, no creo le parezca mal que transmita las peripecias de un alcalde para homenajear al filósofo cordobés por excelencia, o sea Lucio Anneo Séneca.


       Séneca murió hacia el mes de septiembre del año 65 después de Cristo y mil novecientos años después, en 1.965, Córdoba organizó un Congreso Internacional de Filosofía, al que acudieron filosóficas mentes de todo el mundo. Pone Ladis que de EEUU, India, China, Brasil, por supuesto Alemania, Francia, etc. Conferencias que se desarrollaron todas en el Alcázar de los Reyes Cristianos. Con este motivo, el alcalde Antonio Martín Reina, quiso erigir una estatua a Séneca, la primera en la ciudad, pero no había perras y había que buscar mecenas. ¿En quién pensó el alcalde? En Manuel Benítez El Cordobés", y escribe Ladis "...conocida su generosidad, se puso en contacto con el torero para que aportara parte de coste del monumento, cuyo autor, el prestigioso escultor valenciano, afincado en Córdoba, Amadeo Ruiz Olmos, cifró en doscientas cincuenta mil pesetas (un dineral para la época)."  "Pongo yo el cuarto kilo y que la estatua quede como donación mía" supongo que respondió el Cordobés, pues fue el quien abonó a Ruiz Olmos todo el montante de la obra.


    La estatua de Séneca se plantó en la puerta de Almodóvar, que es donde queda el turisteo para empezar las visitas a la judería y mezquita, pero los filósofos del 1965 no la vieron de bronce -no daba tiempo al artista terminarla-, sino una réplica en escayola. El turista al encontrarse con este Séneca no le reconoce, pues todos tenemos fijado el rostro barbado que Mateo Inurria y Eduardo Barrón adjudicaron al tutor de Nerón. El Séneca de Ruiz Olmos tiene cara de tabernero, la de José María Jiménez, propietario por entonces de la Taberna El Rubio y hoy restaurante recomendado como referente del tapeo cordobés desde 1920. Ruiz Olmos tenía costumbre diaria de tomarse su mediecito de vino y charlar con don José María, al que pidió permiso para utilizar su figura en el  monumento. Así, la cara del Séneca de la puerta de Almódovar es la del tabernero de la misma puerta. No en vano es el tabernero cordobés el ejemplo del senequismo de la ciudad. Un senequismo entre serio y sentenciador, como se decía de Manolete: "Cara seria como de tabernero cordobés".


     Vienen estas letras a cuento por ser hoy día de San Rafael, custodio de Córdoba y al pasar por delante del Séneca, no es que me duela como a Ladis, pero sí echo de menos, una placa de agradecimiento al Cordobés en el pedestal que recuerde su contribución a la "visibilidad" de los filósofos. Ya digo que de esta peripecia me enteré de chiripa. Lo triste es que cordobés al que pregunto, cordobés que no tiene pajolera idea de la historia de la estatua del filósofo con cara de tabernero.