Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el país de Clouseau, los ladrones de guante blanco vuelven al Louvre: entraron por la Galería Apolo y en siete minutos ahuecaron el ala con las joyas de la emperatriz Eugenia (no confundir con Brigitte Marie-Claude Trogneux). Nada se sabe de ellos, aunque algún burlón deslizó en las redes que el ministro de la policía contaba con la pista de un pasaporte ruso que se les cayó en la huida, guiño a “La Pantera Rosa” de Blake Edwards del 63 (¡la Guerra Fría!), con David Niven (el “Fantasma”), Peter Sellers (Clouseau), Capucine y la Cardinale. El “Fantasma” intenta robar la piedra preciosa en cuyo interior brilla la silueta de una pantera, y el resto es lo que estamos viendo en la UE.
La cultura liberalia es un tiovivo de derechos y de deberes; sobre todo, de deberes (porque el deber, dicen, es un don de gentes), y debiendo, debiendo, nos hemos metido todos en una deuda (pública y privada) impagable sin más escape que la guerra, con el aparato productivo trabajando enteramente para atender a los intereses y con la oligarquía prestamista llevándose las comisiones del gasto del keynesianismo militar. Después de todo, el sistema, recuerda Alex Krainer, está en manos de piratas, pues las oligarquías prestamistas de Londres y de París son herederos de los piratas y sus códigos legales para hacer que siempre ocurra lo que ellos quieran. Y ahora quieren la guerra.
En el chapoteo de la deuda, esta gente ha visto brillar la piedra preciosa de los fondos soberanos rusos (¡la Pantera Rusa!), y entre los líderes europeos, carentes todos de competencia, de integridad y de carisma, razón por la cual están en sus puestos, hay tortas para el papel de “Fantasma” Niven (Starmer, Macron, Merz…) robando la pantera rusa, pero por lo legal, o sea, mediante el Estado de Derecho liberalio, ese pleonasmo que lleva a los huertanos de la vega del Jarama a colocar donde los ajos un cartel que dice “Prohibido robar”.
–Hay dos cosas que le gustan a todos los hombres y que ninguno confiesa: las mujeres gordas y la ópera italiana –decía un burlón pemaniano.
Hay dos cosas que le gustan a todos los liberalios y que ninguno confiesa: la cartera ajena y odiar a los rusos (Boris y el millón de libras por sabotear la paz). El odio a los rusos fue un sentimiento capital en Marx. “Es una ironía del destino que los rusos, a quienes he combatido de una manera ininterrumpida durante veinticinco años, hayan sido siempre mis protectores”, escribía a Engels en 1868, porque un editor ruso publicaría una traducción de “El Capital”.
Pero el liberalio odia al ruso por postureo contra el nihilismo juvenil, ese invento de Turguénev en “Padres e hijos”. El liberalio presume de valores occidentales, el primero de los cuales es la guerra por poderes, que siempre da perras. BHL fue a Trípoli, encontró una mosca en el té y telefoneó a Sarkozy para que bombardeara la jaima de Gadafi, y hoy el que está en el talego es Sarkozy. Mañana, Dios dirá.
[Viernes, 24 de Octubre]

